Me interesa el interés el pobre.

“Nadie comprende tanto al pobre como el que es pobre evangélico. Sabe lo que significa el hambre de la madre, del niño, del tugurio, porque él también vive, tal vez no en las condiciones físicas iguales, pero sí en una espiritualidad de pobre que lo hace comprender y compartir. No da como de arriba abajo; ya no es tiempo de paternalismos; es tiempo de fraternidad, de sentir que es hermano, que me interesa el interés del pobre, del campesino, del que no tiene.” (15 de julio de 1979)

Conocer y asumir el interés, la necesidad, la esperanza, la angustia y el amor del pobre, del campesino, del que no tiene nada.  Y esto no desde investigaciones universitarias, encuestas de opinión o diagnósticos de alguna ONG, sino desde una profunda y sincera fraternidad vivida, de sentir y dejarse sentir como hermano o hermana de y entre las personas pobres.  Como escribió recientemente un teólogo: la opción preferencial por los pobres es imposible sin ser amigo(a) de verdad de gente pobre.  Y esto tiene que ver con la «espiritualidad de pobre». 

La misión de la Iglesia en su conjunto, de cada creyente y de cada pastor (animador, sacerdote, religiosa, obispo) es asumir esa espiritualidad de pobre que hace posible «comprender» lo que significa «el hambre de la madre y del niño», lo que significa vivir en un tugurio o en el campo tratando de trabajar la tierra árida, luchando por sobrevivir a inundaciones y sequías.  Sin amistades reales con familias pobres es imposible construir esa espiritualidad.  Es muy difícil lograr comprenderlo si se tiene comida e ingresos garantizados.  Para ello, se requiere una profunda humildad para ir al encuentro con dichas familias.

El segundo elemento que Monseñor Romero menciona como parte de la espiritualidad del pobre es que hace compartir, acabando con el paternalismo y los regalos «de arriba abajo».  En nuestro entorno, este es un problema serio.  Partidos políticos, ONG, universidades, iglesias, y gobierneos muchas veces siguen dando desde arriba.  Lo más importante es la foto de la donación por parte del liderazgo de la organización y la siguiente publicación en las redes sociales.  En esas situaciones no hay un compartir desde la espiritualidad de los pobres.  

«Es tiempo de fraternidad, de sentir que todos somos hermanos».  La esencia de la Iglesia en su camino hacia el Reino de Dios es precisamente esta fraternidad.  Se trata de la fraternidad que nace de los pobres de la historia.  En esta dinámica han estado y están las comunidades eclesiales de base. El motor de su quehacer era y es la espiritualidad de los pobres, la vivencia de la fraternidad en la comunidad y la solidaridad con otras comunidades y sus necesidades.  Muchas veces, invertimos mucha energía y tiempo en ritos realizados por especialistas en asuntos religiosos y olvidamos construir y vivir la fraternidad.  Nuestros vecinos y vecinas tendrían que reconocer que somos cristianos y cristianas no porque vayamos con regularidad a un culto o a una celebración litúrgica, sino porque irradiamos «fraternidad», porque nuestra vida consiste en construir nuevos lazos entre personas, familias y comunidades: lazos de fraternidad en los que nos sentimos hermanos y hermanas.  Sin este fundamento humano, nuestra fe y nuestra vivencia religiosa no tendrán raíces ni traerán salvación.  

Leer y comentar alguna cita bíblica en las puertas de las casas, buscar a quienes no están casados o a familias con hijos no bautizados o confirmados, celebrar misas o cultos en las esquinas de las calles o pasear la imagen del santo patrón por las calles de la ciudad... Todo esto es superficial, sin raíces, si no hay fraternidad real en las comunidades cristianas. No tengamos miedo de arriesgarnos a ser hermanos y hermanas de las demás personas, especialmente de las familias más pobres. 

Cita 4 del capítulo IV (Los pobres) del libro El Evangelio de Mons. Romero.

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