Comunión, diálogo y ética en la iglesia con el mundo
Como analizan los estudios y la simple observación de la realidad, vivimos tiempos de conflictos, disputas e incomprensiones, de exclusiones e integrismos o sectarismos de diferente signo y condición. Tanto dentro de las iglesias, por ejemplo en la iglesia católica, como fuera de ellas, de las iglesias con el mundo y en la humanidad en general. Parece que, como nos enseña la fe e iglesia, no somos capaces de un diálogo crítico, sincero y fraterno en donde, sin renunciar a las propias convicciones y a lo verdadero (bueno-justo), acojamos e integremos la verdad, bondad y belleza del otro. De lo que se sigue, pues, esta mutua descalificación y negación del otro, de los otros y grupos o comunidades que no sean “las mías”. Está cerrazón y negación, llevada al extremo, origina las rupturas, divisiones y separaciones con los otros como ha ocurrido en el seno de las religiones e iglesias, por ejemplo como (caso reciente) los lefebvristas u otros grupos cerrados e integristas como las sectas.
Todo lo anterior, como ya apuntamos, no se ajusta a lo que nos enseña la fe e iglesia, a la propia razón y ciencias como las neurociencias. Esto es, que estamos constituidos y llamados para la colaboración, para la cooperación solidaria y la empatía compasiva, la misericordia y amor fraterno, el perdón y la reconciliación. Es lo que nos muestran los santos y testimonios de la fe, que han articulado e integrado la comunión con la reforma, la protesta con la propuesta en la unidad, la denuncia profética y el anuncio misionero. Esta santidad y comunión en la iglesia siempre ha tenido como claves: el amor a Cristo, a la iglesia, al mundo-creación e historia y a los pobres en la promoción de la justicia liberadora de todo pecado, mal, muerte, violencia e injusticia. Es la salvación en el amor-caridad, en la vida, la paz y justicia con los pobres con la liberación integral del egoísmo y sus ídolos del poder, de la riqueza-ser rico, la violencia y odio que dan muerte.
Este es el camino de la santidad, de la fe e iglesia como nos han recordado y transmitido los Papas en nuestra época contemporánea. Por lo que, remarcamos, no deberían tener razón de ser estas divisiones o rupturas, por ejemplo como sucede hoy, entre los denominados “conservadores o tradicionalistas” y los “progresistas”. Como se viene observando con preocupación, con palabras del Papa Francisco, estos sectores y grupos caen en la “auto-referencialidad, mundanidad espiritual y chismorreo, narcisismo religioso, rigorismo o relativismo moral”, etc.
Se confunden o contraponen los elementos y realidades que son constitutivas de la fe como: la sana y adecuada ortodoxia con la imprescindible ortopraxis; el fundamento del dogma o la verdad con el necesario diálogo en el mundo, ecuménico e inter-religioso que valora lo bueno y verdadero de los otros; la esencial unidad o comunión fraterna con la siempre necesaria reforma; la entraña de la misión evangelizadora con la imprescindible lucha por la justicia con los pobres, los derechos humanos y el desarrollo humano e integral que forman parte constitutivamente de la evangelización; se cae en el confesionalismo o en el laicismo. Ambas posturas erróneas, que no se corresponde a la correcta laicidad como nos enseña la iglesia, que distingue las distintas esferas de la fe e iglesia y el estado o gobierno, que respeta la bien entendida autonomía de las realidades.
Parece que se desconoce o todavía no se acepta en la práctica, no se quiere llevar a la vida y praxis de la iglesia, el Concilio Vaticano IIque es faro y luz de la vida de la fe e iglesia como nos llevan recordando e insistiendo los Papas. El Vaticano II, como ha sido trasmitido y desarrollado por la enseñanza de la iglesia con su importante doctrina social, nos ha mostrado la correcta articulación e integración de todos estos elementos y realidades mencionadas. Con una enseñanza y cosmovisión global de la fe e iglesia, de la misión evangelizadora, la antropología y moral con sus constitutivas dimensiones sociales. En donde se co-relacionan inseparablemente: el magisterio de la iglesia y el compromiso social en el mundo, la espiritualidad y la moral, la mística y la (caridad) política; la liturgia o los sacramentos con lucha por la justicia en la transformación de la realidad, la fe y la opción liberadora por los pobres, la misión y la doctrina social.
Como ya nos enseña la iglesia, sucede que se anteponen las ideologías e ideologizaciones a la fe, bien las denominadas “derechas” que abundan en los grupos "conservadores", e "izquierdas" que son más características de los “progresistas”. Ideologías que pueden llegar a los extremismos o totalitarismos, en el caso de la derecha, del fascismo y del liberalismo economicista (capitalismo) o del comunismo colectivista (colectivismo) en los sectores denominados de izquierda. Es un mal que ideologiza y pervierte la fe, la convierte en un confesionalismo e ideologización partidista que impide el carácter crítico-profético, ético y trascendente/escatológico del cristianismo. Con la consecuente mundanización de la fe y su alianza con estos totalitarismos, poderes e ideologías que, con la misma gravedad, van en contra de la fe. La fe con la ética siempre tiene la prioridad sobre cualquier ideología o partidismo que debe ser discernido y valorado a la luz de la fe, del Evangelio de Jesús, del Reino de Dios y sus justicia.
Todo lo anterior explica que, desde la fe, se justifiquen estos regímenes totalitarios e ideologías perversas como los fascismos, el liberalismo/capitalismo o el comunismo colectivista (colectivismo) con sus lacras, con las desigualdades e injusticias sociales-globales. Como son el hambre y la pobreza, las violaciones de los derechos humanos y exclusiones sociales como las que padecen los migrantes o refugiados, las guerras y violencias, la destrucción ecológica, el aborto y la eutanasia, etc. Como nos enseña la fe e iglesia hay que tener y promover una ética global, coherente que defienda la vida y dignidad de las personas, en todas sus fases y dimensiones, en contra de todas las mencionadas lacras, desigualdades e injusticias.
Se trata de promover una ética y ecología convincente e integral al servicio del bien común,de la civilización del amor y de la globalización de la solidaridad; frente a las desigualdades e injusticias sociales-globales del capital, del mercado y del beneficio (dinero-riqueza/ser rico) convertidos en falsos dioses. Una cultura de la paz y de la no violencia en contra de las lacras de las guerras y violencias, impulsando un desarme mundial. Una ética del cuidado y de la sostenibilidad ecológica, una bioética global, frente a las agresiones que sufre la vida del ser humano, desde el comienzo hasta el final, de los pobres y del planeta. La promoción de la belleza del matrimonio y de la familia. Con el amor fiel entre un hombre y una mujer abierto a la vida, a los hijos y a la solidaridad con los otros, en el compromiso liberador con las familias empobrecidas, con la dignidad de la mujer y por la justicia con los pobres de la tierra; opuesto a la familia burguesa, individualista e insolidaria.
La gente y los pueblos, cada vez más, demandan coherencia y credibilidad a la fe e iglesia. No puede ser por ejemplo, como imponen los populismos y manipulaciones (instrumentalizaciones) de la fe, que por un lado se esté en contra del aborto o defensa de la familia. Y, al mismo tiempo y por los mismos, se legitimen las desigualdades e injusticias entre ricos y pobres, la no hospitalidad y exclusión hacia los migrantes o refugiados, las guerras, la destrucción ecológica, etc. Hay que tratar de evitar dualismos, esquizofrenias e ideologizaciones que, por ejemplo, convierten a la fe en un espiritualismo burgués e insolidario que no se compromete por la justicia con los pobres de la tierra; o que la reducen a un laicismo inmanentista que no cultiva la vida espiritual y la trascendencia en Dios e iglesia.
Como ya apuntamos, se trata de vivir la santidad en el amor y justicia con los pobres, en la pobreza fraterna en comunión con Dios en Cristo y su iglesia, con los otros, con los pobres y con la creación. En el Espíritu, una comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia liberadora con los pobres desde la experiencia de encuentro con Dios, en Cristo, y su iglesia. Este es el camino de comunión y reforma de la iglesia, tal como lo han testimoniado los santos y nos enseña, todo lo dicho hasta aquí, la iglesia y los Papas como Francisco. Es la fe e iglesia que es testimonio creíble del Dios Amor.
Todo lo anterior, como ya apuntamos, no se ajusta a lo que nos enseña la fe e iglesia, a la propia razón y ciencias como las neurociencias. Esto es, que estamos constituidos y llamados para la colaboración, para la cooperación solidaria y la empatía compasiva, la misericordia y amor fraterno, el perdón y la reconciliación. Es lo que nos muestran los santos y testimonios de la fe, que han articulado e integrado la comunión con la reforma, la protesta con la propuesta en la unidad, la denuncia profética y el anuncio misionero. Esta santidad y comunión en la iglesia siempre ha tenido como claves: el amor a Cristo, a la iglesia, al mundo-creación e historia y a los pobres en la promoción de la justicia liberadora de todo pecado, mal, muerte, violencia e injusticia. Es la salvación en el amor-caridad, en la vida, la paz y justicia con los pobres con la liberación integral del egoísmo y sus ídolos del poder, de la riqueza-ser rico, la violencia y odio que dan muerte.
Este es el camino de la santidad, de la fe e iglesia como nos han recordado y transmitido los Papas en nuestra época contemporánea. Por lo que, remarcamos, no deberían tener razón de ser estas divisiones o rupturas, por ejemplo como sucede hoy, entre los denominados “conservadores o tradicionalistas” y los “progresistas”. Como se viene observando con preocupación, con palabras del Papa Francisco, estos sectores y grupos caen en la “auto-referencialidad, mundanidad espiritual y chismorreo, narcisismo religioso, rigorismo o relativismo moral”, etc.
Se confunden o contraponen los elementos y realidades que son constitutivas de la fe como: la sana y adecuada ortodoxia con la imprescindible ortopraxis; el fundamento del dogma o la verdad con el necesario diálogo en el mundo, ecuménico e inter-religioso que valora lo bueno y verdadero de los otros; la esencial unidad o comunión fraterna con la siempre necesaria reforma; la entraña de la misión evangelizadora con la imprescindible lucha por la justicia con los pobres, los derechos humanos y el desarrollo humano e integral que forman parte constitutivamente de la evangelización; se cae en el confesionalismo o en el laicismo. Ambas posturas erróneas, que no se corresponde a la correcta laicidad como nos enseña la iglesia, que distingue las distintas esferas de la fe e iglesia y el estado o gobierno, que respeta la bien entendida autonomía de las realidades.
Parece que se desconoce o todavía no se acepta en la práctica, no se quiere llevar a la vida y praxis de la iglesia, el Concilio Vaticano IIque es faro y luz de la vida de la fe e iglesia como nos llevan recordando e insistiendo los Papas. El Vaticano II, como ha sido trasmitido y desarrollado por la enseñanza de la iglesia con su importante doctrina social, nos ha mostrado la correcta articulación e integración de todos estos elementos y realidades mencionadas. Con una enseñanza y cosmovisión global de la fe e iglesia, de la misión evangelizadora, la antropología y moral con sus constitutivas dimensiones sociales. En donde se co-relacionan inseparablemente: el magisterio de la iglesia y el compromiso social en el mundo, la espiritualidad y la moral, la mística y la (caridad) política; la liturgia o los sacramentos con lucha por la justicia en la transformación de la realidad, la fe y la opción liberadora por los pobres, la misión y la doctrina social.
Como ya nos enseña la iglesia, sucede que se anteponen las ideologías e ideologizaciones a la fe, bien las denominadas “derechas” que abundan en los grupos "conservadores", e "izquierdas" que son más características de los “progresistas”. Ideologías que pueden llegar a los extremismos o totalitarismos, en el caso de la derecha, del fascismo y del liberalismo economicista (capitalismo) o del comunismo colectivista (colectivismo) en los sectores denominados de izquierda. Es un mal que ideologiza y pervierte la fe, la convierte en un confesionalismo e ideologización partidista que impide el carácter crítico-profético, ético y trascendente/escatológico del cristianismo. Con la consecuente mundanización de la fe y su alianza con estos totalitarismos, poderes e ideologías que, con la misma gravedad, van en contra de la fe. La fe con la ética siempre tiene la prioridad sobre cualquier ideología o partidismo que debe ser discernido y valorado a la luz de la fe, del Evangelio de Jesús, del Reino de Dios y sus justicia.
Todo lo anterior explica que, desde la fe, se justifiquen estos regímenes totalitarios e ideologías perversas como los fascismos, el liberalismo/capitalismo o el comunismo colectivista (colectivismo) con sus lacras, con las desigualdades e injusticias sociales-globales. Como son el hambre y la pobreza, las violaciones de los derechos humanos y exclusiones sociales como las que padecen los migrantes o refugiados, las guerras y violencias, la destrucción ecológica, el aborto y la eutanasia, etc. Como nos enseña la fe e iglesia hay que tener y promover una ética global, coherente que defienda la vida y dignidad de las personas, en todas sus fases y dimensiones, en contra de todas las mencionadas lacras, desigualdades e injusticias.
Se trata de promover una ética y ecología convincente e integral al servicio del bien común,de la civilización del amor y de la globalización de la solidaridad; frente a las desigualdades e injusticias sociales-globales del capital, del mercado y del beneficio (dinero-riqueza/ser rico) convertidos en falsos dioses. Una cultura de la paz y de la no violencia en contra de las lacras de las guerras y violencias, impulsando un desarme mundial. Una ética del cuidado y de la sostenibilidad ecológica, una bioética global, frente a las agresiones que sufre la vida del ser humano, desde el comienzo hasta el final, de los pobres y del planeta. La promoción de la belleza del matrimonio y de la familia. Con el amor fiel entre un hombre y una mujer abierto a la vida, a los hijos y a la solidaridad con los otros, en el compromiso liberador con las familias empobrecidas, con la dignidad de la mujer y por la justicia con los pobres de la tierra; opuesto a la familia burguesa, individualista e insolidaria.
La gente y los pueblos, cada vez más, demandan coherencia y credibilidad a la fe e iglesia. No puede ser por ejemplo, como imponen los populismos y manipulaciones (instrumentalizaciones) de la fe, que por un lado se esté en contra del aborto o defensa de la familia. Y, al mismo tiempo y por los mismos, se legitimen las desigualdades e injusticias entre ricos y pobres, la no hospitalidad y exclusión hacia los migrantes o refugiados, las guerras, la destrucción ecológica, etc. Hay que tratar de evitar dualismos, esquizofrenias e ideologizaciones que, por ejemplo, convierten a la fe en un espiritualismo burgués e insolidario que no se compromete por la justicia con los pobres de la tierra; o que la reducen a un laicismo inmanentista que no cultiva la vida espiritual y la trascendencia en Dios e iglesia.
Como ya apuntamos, se trata de vivir la santidad en el amor y justicia con los pobres, en la pobreza fraterna en comunión con Dios en Cristo y su iglesia, con los otros, con los pobres y con la creación. En el Espíritu, una comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia liberadora con los pobres desde la experiencia de encuentro con Dios, en Cristo, y su iglesia. Este es el camino de comunión y reforma de la iglesia, tal como lo han testimoniado los santos y nos enseña, todo lo dicho hasta aquí, la iglesia y los Papas como Francisco. Es la fe e iglesia que es testimonio creíble del Dios Amor.