Espiritualidad de la Navidad y Teología de la Encarnación con Francisco
El Papa Francisco nos ha regalado una bella y profunda (trascendente) carta apostólica para estas Navidades, “Admirabile signum (AS), sobre el significado y valor del Belén”. En este significativo documento, el Papa nos muestra la realidad central de nuestra fe, junto a la Pascua de Cristo Crucificado-Resucitado que nos regala la salvación liberadora e integral, el acontecimiento de la Encarnación.
El Papa Francisco nos ha regalado una bella y profunda (trascendente) carta apostólica para estas Navidades, “Admirabile signum (AS), sobre el significado y valor del Belén”. En este significativo documento, el Papa nos muestra la realidad central de nuestra fe, junto a la Pascua de Cristo Crucificado-Resucitado que nos regala la salvación liberadora e integral, el acontecimiento de la Encarnación. Es la manifestación “de la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida” (AS 3).
Tal como nos muestra el Evangelio de Juan en su tan relevante prólogo, el Verbo e Hijo Eterno del Padre, Dios mismo, se encarna en Jesús de Nazaret, se hace “carne” (sarx), asumiendo solidariamente la debilidad, vulnerabilidad y fragilidad para traernos la vida que da luz, que es la verdad. “«La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume el misterio de la encarnación… Dios se presenta en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos” (AS 8). Frente a todo gnosticismo y evasión alienante, Dios en Cristo se ha encarnado y comprometido solidariamente en el mundo e historia, se ha hecho (tomando nuestra) carne y asumido toda la realidad personal, social y cósmica (ecológica) para salvarla liberadoramente de la maldad, pecado, injusticia y muerte.
Dios se encarna en la pequeñez, pobreza y exclusión, en una familia obrera y empobrecida, "no había lugar para ellos en la posada” (Lc 2,7), desde el lugar de las periferias (Galilea y el establo con los animales) para promover la vida, la justicia y liberación integral con los pobres de la tierra. Tal como nos enseña el Papa Francisco, todo ello nos llama a “sentir, a tocar la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46)” (AS 3). Los pobres, las víctimas y los crucificados de la historia por el mal e injusticia: son presencia (sacramento) real de Cristo pobre y crucificado que se encarna en ellos para mostrarnos el amor, la paz y la vida; sufriendo por ello Cristo, desde el principio de su vida, el conflicto, la persecución y la cruz que padecen los que buscan el Reino de Dios y (tienen hambre-sed de) su justicia.
Y es que, en la realidad de la Navidad con la Encarnación de Jesús, Dios primeramente se ha revelado a los pobres, oprimidos y maginados como son los pastores a los que se les anuncia la paz que nos trae la salvación, la vida y la justicia liberadora de todo mal, pecado, esclavitud. injusticia y muerte. “A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro” (AS 5).
Desde este Dios encarnado en la pobreza y el amor solidario que promueve la justicia con los pobres, la Navidad es pues liberación integral de todo este pecado del egoísmo y sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia, de los falsos dioses del tener y poseer. La Navidad se convierte así en la auténtica revolución que nos salva y libera integralmente de todo mal, idolatría. y pecado personal, social, estructural e histórico que impide la vida, la dignidad y justicia con los pobres
“Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado” (AS 6).
De esta forma, con la realidad de la Encarnación de Dios en Jesús, se revierte la historia de sacrificios, muerte e injusticia que producen todos estos ídolos del dinero, la codicia o ambición y se nos llama a la santidad con la conversión. Ser iglesia misionera y evangelizadora que anuncia, celebra y vive la fe de este Evangelio del Dios encarnado en Cristo, iglesia en salida hacia las periferias y cunetas de la historia, iglesia pobre con los pobres. La iglesia de Jesús en la comunión del amor fraterno y solidario que comparte la vida, los bienes y la acción por la justicia con los pobres frente a estos falsos dioses de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.
“Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor. Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes” (AS 9).
Todo ello es lo que han vivido todos los santos desde San Nicolás de Bari, el auténtico Papá Noel (Santa Claus). Francisco de Asís que es el creador del Belén (AS 3), o ya en la actualidad, Carlos de Foucauld, Mons. Romero o testimonios como Mounier y Rovirosa. Y con una última enseñanza de este apóstol contemporáneo de los pobre y obreros nos despedimos, deseándoles a todos Feliz Navidad.
“Es patente el peligro de las interpretaciones burguesas de la Navidad… parece que la fiesta glorificadora de la pobreza y de la humildad se haya de conmemorar exclusivamente por orgías de culto bestial a la gula… Ni reducirse tampoco a lo típico, a lo folklórico, es el espíritu de la liturgia. ¡El niño de Belén es Dios! Y llenos de amor, los Magos de oriente vienen a postrarse ante El y a proclamar su Realeza. Todos los hombres están llamados a la santidad. ¡Para todos se enciende una estrella! La eterna Epifanía- Cristo, la Iglesia, la Eucaristía- se quiere manifestar a millares, a millones de personas que viven desconociendo la Navidad, que debe tener lugar en cada alma… ¡Hemos visto la estrella! Con los pies ligeros, con el corazón en vigilia, con los ojos relucientes, con el alma extasiada, ¡hemos captado toda la belleza de la vocación! Hemos abandonado con gusto la comodidad, la pereza, el “no hay nada que hacer” las manías tradicionales, el pesimismo, el embobamiento ante cualquier hombre, el fiarnos del dinero, el comulgar con ruedas de molino,.. y llenos de alegría, amando con todo el alma a Cristo … ¡ no nos deslumbran apariencias! Hemos visto la estrella! Y para nosotros… es estrella no se ocultará” (G. Rovirosa)-