El Papa Francisco en Guayaquil: El Evangelio Solidario de la Familia
Segundo día de la visita del Papa Francisco a Ecuador, esta vez en la Ciudad de Guayaquil, zona de la costa del Pacífico, donde una multitud de fieles lo han recibido con alegría y entusiasmo. El mensaje que el Papa ha transmitido ha estado centrado en la misericordia, por su visita al Santuario de la Divina Misericordia; y sobre todo en la familia, que ha sido la realidad que ha tratado en su homilía de la misa, celebrada ante este inmenso pueblo de Dios que esperaba con tanta ilusión al sucesor de Pedro.
Siguiendo y profundizado la enseñanza de la Iglesia sobre la familia, el Papa nos ha mostrado una familia que se funda en el Amor de Dios, en el servicio a los demás y en la solidaridad con los otros. Tal como nos revela la Santa Familia de Nazaret, María la Madre de Jesús que ha sido muy relevante en la intervención del Papa.
Como aparece en el pasaje de las bodas de Caná en el Evangelio de Juan, María es símbolo de la familia que nos lleva a Jesús y que sirve a las necesidades de las personas. Como iglesia doméstica y educadora en la fe, en las virtudes y valores (espirituales, evangélicos y éticos), en la familia se transmiten las experiencias de la fraternidad solidaria y la promoción de las personas, sobre todo de los que más sufren y están en situaciones de indigencia o vulnerabilidad. La familia es escuela de servicio y sociabilidad en los principios morales, sociales y públicos como el servicio a la solidaridad liberadora con los pobres y al bien común; en contra de la familia individualista, burguesa e insolidaria.
De ahí que las realidades sociales, políticas y económicas tienen que proteger y promover a las familias como célula básica de las comunidades humanas, como núcleo vital de la sociedad civil que impulsa todo este bien común y solidaridad liberadora con los pobres. Frente a la cultura del descarte y a la globalización de la indiferencia, la familia manifiesta toda esta cultura y ética de la acogida fraterna, del cuidado solidario, de la protección y defensa de los más vulnerables, de los más pobres. La familia es (debe ser) sujeto y protagonista de la realidad, de la vida social y pública para que se promocione toda esta cultura solidaria al servicio del bien común, de la justicia social-global con los pobres de la tierra y de la civilización del amor.
Y ningún poder deber ir en contra de esta realidad esencial, espiritual y solidaria como es la familia, no puede vulnerar la vida y dignidad de las personas, como se hace con la exclusión de los más débiles, marginados y pobres. Por último, como resumen y culmen de toda esta belleza de la familia solidaria, frente a la geopolítica de la desesperanza, el Papa nos ha infundido la Esperanza del Evangelio, que el amor en el compromiso solidario es el futuro esperanzado, es vida fecunda, trascendente. El Dios de la familia solidaria, el Dios de las periferias, de los pobres y de los sin esperanza, el Dios de la esperanza, frente a todo desesperanza, vencerá a todo mal, pecado e injusticia.
Siguiendo y profundizado la enseñanza de la Iglesia sobre la familia, el Papa nos ha mostrado una familia que se funda en el Amor de Dios, en el servicio a los demás y en la solidaridad con los otros. Tal como nos revela la Santa Familia de Nazaret, María la Madre de Jesús que ha sido muy relevante en la intervención del Papa.
Como aparece en el pasaje de las bodas de Caná en el Evangelio de Juan, María es símbolo de la familia que nos lleva a Jesús y que sirve a las necesidades de las personas. Como iglesia doméstica y educadora en la fe, en las virtudes y valores (espirituales, evangélicos y éticos), en la familia se transmiten las experiencias de la fraternidad solidaria y la promoción de las personas, sobre todo de los que más sufren y están en situaciones de indigencia o vulnerabilidad. La familia es escuela de servicio y sociabilidad en los principios morales, sociales y públicos como el servicio a la solidaridad liberadora con los pobres y al bien común; en contra de la familia individualista, burguesa e insolidaria.
De ahí que las realidades sociales, políticas y económicas tienen que proteger y promover a las familias como célula básica de las comunidades humanas, como núcleo vital de la sociedad civil que impulsa todo este bien común y solidaridad liberadora con los pobres. Frente a la cultura del descarte y a la globalización de la indiferencia, la familia manifiesta toda esta cultura y ética de la acogida fraterna, del cuidado solidario, de la protección y defensa de los más vulnerables, de los más pobres. La familia es (debe ser) sujeto y protagonista de la realidad, de la vida social y pública para que se promocione toda esta cultura solidaria al servicio del bien común, de la justicia social-global con los pobres de la tierra y de la civilización del amor.
Y ningún poder deber ir en contra de esta realidad esencial, espiritual y solidaria como es la familia, no puede vulnerar la vida y dignidad de las personas, como se hace con la exclusión de los más débiles, marginados y pobres. Por último, como resumen y culmen de toda esta belleza de la familia solidaria, frente a la geopolítica de la desesperanza, el Papa nos ha infundido la Esperanza del Evangelio, que el amor en el compromiso solidario es el futuro esperanzado, es vida fecunda, trascendente. El Dios de la familia solidaria, el Dios de las periferias, de los pobres y de los sin esperanza, el Dios de la esperanza, frente a todo desesperanza, vencerá a todo mal, pecado e injusticia.