Triduo Pascual Apuntes para días sagrados y santos: semana santa

Claves de un misterio que invita a la interioridad, espiritualidad y a la religiosidad verdadera. Un tiempo propicio para abirse al misterio del amor entregado que libera a los crucificados con la fuerza de la resurrección, porque el amor es más fuerte que la muerte.
| Jose Moreno Losada
APUNTES PARA SEMANA SANTA

Domingo: Señor, la cruz y la gloria, el revuelo y la profundidad.
Domingo de Ramos, los sentimientos de un pórtico de gloria que se abre al sentido de una cruz que, clavando la vida, propicia la exaltación del amor vivo sobre toda muerte y pecado. Mirarán al que traspasaron porque en él estará la fuente inagotable del don que se hace luz y sentido de todo lo creado.
Domingo de Ramos, para entrar contigo en la contemplación de un misterio que será firme para todos los siglos, el misterio de la entrega y el servicio. No es una celebración para el recuerdo, sino para acoger en el presente esa fuerza imparable que derrota la oscuridad y la muerte del pecado y la injusticia.
Domingo de Ramos, para cantar unánimes la gracia de seguirte en la armonía de la sencillez de un borrico al que la gloria sólo le vale para un día, porque su fuerza le viene del servicio que no tiene límites. La gloria está en la toalla y en el lebrillo, en la desnudez del pobre, en el perdón del Señor y en la sanación de todo cansancio y de toda herida.
Domingo de Ramos para abrirnos a la grandeza de una cruz enclavada en lo profundo de la creación, para hacerlo todo nuevo desde la oscuridad que aparenta ser invencible. Cruz que se convierte en luz para todos los crucificados de la historia
Jueves: la revolución del lebrillo y la toalla

La auténtica revolución cristiana comienza con las armas de una toalla ceñida y un lebrillo para lavar los pies cansados y doloridos. No llega por el camino del poder y la fuerza, ni siquiera por la sabiduría y la riqueza, tampoco por el honor del mundo. Llegó arrodillada, acariciando los pies heridos, lavando manchas del dolor y agotamiento, y secando con la ternura de un amor sin límites. Se levantó en libertad desde los últimos y los pequeños y se fue haciendo verdad sin ruidos, en silencio, como la levadura lo hace por la noche en la masa, como el grano de mostaza que se hunde en tierra para brotar y dar fruto nuevo.
¿Quién es Jesús? Un hombre justo, un amigo, un pobre, un paisano, anónimo, oculto, en su pueblo con su gente, pero auténtico a carta cabal, sin doblamientos, firme en la apuesta por la dignidad y la justicia para cada ser humano, sin distinción ni clases, fiel, de corazón a corazón, a tumba abierta, a pan partido, sin precio y con holgura, gratuito y valioso.
La invitación es seductora y radical. Es un atrevimiento comer su cuerpo partido y brindar con su sangre derramada, pero quien se arriesgue tendrá fuerzas para ser del Reino y trabajar por su justicia. El que come su carne y bebe su sangre tendrá vida eterna.

Viernes: abrazados al crucificado
¿Dónde están los crucificados que dan la vida? No los busquéis en los palacios, ni en los templos del éxito y del poder, miradlos en lo sencillo y en lo pequeño de cada día: en los sanitarios, los limpiadores, las cajeras, los vecinos, la hija que cuida a su madre con Alzhéimer desde hace años, los padres que tienen a su hijo con Síndrome de Down y lo cuidan como el centro de su casa; el empresario que contrata a un disminuido físico, la esposa del alcohólico que apuesta por él y lo quiere de verdad, la asociación que le acoge con dignidad y le ayuda a resucitar; la que lava a su vecina, sola y enferma, y le lleva de comer sin que se entere nadie; el catequista que da la vida por los jóvenes para que encuentren el camino de la vida; el que se sacrifica para que funcione el coro; el médico que conoce y ama a sus pacientes, el que dona los órganos de su hijo fallecido en accidente para que le dé vida a otros; el niño que da lo que recibe en la comunión para un proyecto en África y rechaza un traje ostentoso usando el de su primo, el que da un tanto por ciento significativo de su sueldo para Cáritas y sigue aportando para las situaciones que se presentan de dolor y violencia en el mundo, el voluntario en el asilo, y cuantos más… la madre que da toda su vida por sus hijos, la que adopta un niño abandonado…¿A quién vamos a ver en el rostro del crucificado este viernes santo? Oremos hoy desde las cruces más sencillas de nuestro alrededor y de nosotros mismos.
Una Iglesia que no sufre persecución viviendo en un mundo injusto, lleno de pobreza y desigualdad, ha de preguntarse si está sirviendo al Reino de Dios, a la causa y al nombre de Jesús. La Iglesia que anuncia a Jesucristo, y da testimonio de Él, ha de andar por caminos que le cargan la cruz; cruz que es signo de buena noticia de liberación para los crucificados de nuestro mundo, noticia de un Dios compasivo y misericordioso.
Domingo Pascual: Nos busquéis entre los muertos al que vive
El evangelio, que nos presenta la pasión como el camino de la resurrección, nos anuncia también que la vida estará llena de destellos de esa gloria esperada, que es necesario detenerse para contemplarlos y para dejarse habitar por su gozo, su quietud, su paz, su gusto. Estamos llamados a comer los destellos de gloria, los trozos de pan resucitado que el Padre nos da para que no decaigamos y nos sirvan en los momentos de desmayo en la vida. Entre esos destellos no están el relámpago ni en el terremoto, sino las cosas de cada día, las personas que nos rodean y sobre todo nosotros mismos y en nuestro interior.
El grano de trigo, la levadura en la masa, la semilla de la mostaza, la moneda perdida y encontrada, la oveja sobre los hombros, el sembrador, la limosna pequeña de la viuda, los lirios del campo…ahí está la fuerza del viviente del hombre nuevo resucitado. El resucitado no llega a la fuerza ni obligando, aunque tiene todo el poder, no impone, ni quiebra, ni rompe, aunque le ha sido dada toda autoridad. Continúa en medio de nosotros, en la casa, la familia, el pueblo, los caminos, lagos, cunetas de la vida. Las cuentas están claras, en la sencillez y la humildad extrema, la tumba no puede retener ni acabar con el amor de Dios que se ha manifestado en Jesús de Nazaret. Ya nada podrá separarnos de ese amor, ni la misma muerte que ha sido vencida y ultimada en una vida que nunca acaba porque está llena de plenitud, vida gloriosa y eterna.
Es necesario estar vigilantes en lo ordinario para sentir y alimentarnos de lo extraordinario que ahí se encierra. Lo cristianos vivimos porque comulgamos el pan de la gloria, el cuerpo de Cristo resucitado y glorioso, lo veneramos y adoramos en la Eucaristía donde se nos hace realmente presente en el pan, pero lo vislumbramos y lo tocamos en el quehacer de la historia donde su Espíritu de resurrección está actuando permanentemente mucho más allá de nosotros mismos y de todos nuestros controles. La tarea está clara, cada día podemos entrar en los clavos sanados y sanante de Cristo en la humanidad, en su lanzada resucitadora y vivificante para los ahogados y excluidos de la historia y de la vida, para los crucificados de hoy.
Los excluidos y los desesperanzados ya tienen valedor, porque Dios en Cristo se ha identificado con ellos y ahora lo que se haga a cualquiera de ellos se le estará haciendo al mismísimo Dios. Es por ellos como nos llega la salvación y la realización más plena en nuestra vocación humana: “Venid vosotros, benditos de mi Padre”. A este título nos sentimos llamados para ser glorificados junto con Él y toda la humanidad, sin exclusión ni desesperanza alguna.