La opción misionera y la iglesia pobre con los pobres

Se cumplen 4 años de mi experiencia misionera en América Latina, que actualmente se desarrolla en Lima-Perú y que, en la Providencia de Dios, ha coincidido con la llegada de Mons. Carlos Castillo al episcopado de Lima. Hemos acompañado a Mons. Carlos en su reciente peregrinaje y ordenación como arzobispo limeño donde, siguiendo y profundizando su magisterio teológico-pastoral, nos ha dejado un bello y trascendente mensaje para la fe e iglesia. En este artículo, transmitimos y seguimos ahondando en nuestra experiencia misionera junto dicho mensaje de Mons. Carlos, para continuar la misión evangelizadora de la iglesia en el camino marcado por los santos como Toribio de Mogrovejo y los Papas como el querido Francisco.

Ahora más que nunca, hace falta reafirmar la conversión misionera y pastoral a la que nos llama Francisco, para esa urgente e imprescindible renovación de la iglesia en su fidelidad al Evangelio de Jesús, como sacramento y testimonio del Reino de Dios, de comunión y salvación liberadora universal e integral. De esta forma, la iglesia está al servicio del Reino que nos trae la vida, el amor y la fraternidad universal como hijos de Dios, la paz y la justicia con los pobres de la tierra, el desarrollo y liberación integral de todo mal, pecado, esclavitud, opresión e injusticia.

La iglesia es el pueblo de Dios que, siguiendo a Jesús, se encarna en el mundo e historia, efectuando el diálogo y encuentro fraterno con los otros, con los pueblos, las culturas y religiones. Asumiendo así todo lo bueno, bello y verdadero de los pueblos, culturas o religiones. Enraizada en esta conversión y amor (espiritualidad) fiel a Jesús, a la iglesia y al pueblo con los pobres, la misión con su pastoral se incultura en la vida y sabiduría de la gente, en sus tradiciones, en la religiosidad popular y mística cotidiana de los sencillos. Y es que en el humilde y pobre pueblo fiel de Dios fluye un caudal de virtudes humanas, morales y espirituales (teologales) que reflejan la presencia y sabiduría del Cristo pobre-crucificado. La piedad y religiosidad popular transmiten el testimonio de ese pueblo fiel, creyente, orante, sacerdotal que celebra, místico y solidario que permanece en fidelidad al Señor Jesús, a su Madre María y a la iglesia.

Es la iglesia en estado permanente de misión, en salida hacia las periferias, como iglesia pobre en comunión de vida, de bienes y de servicio solidario en la promoción de la justicia con los pobres; frente al pecado del egoísmo y sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia. La iglesia profética que proclama el Evangelio y kerygma del Dios revelado en Jesús Crucificado-Resucitado mediante esta dinámica misionera, pobre y pascual. Al mismo tiempo que denuncia proféticamente todo lo que vaya en contra de la vida, de la justicia, del amor y la paz que exige el Reino.

En el itinerario de Francisco, la fe e iglesia escucha el grito de los pobres y el clamor de la tierra, rechazando esta economía que mata, que destruye a los pueblos y al planeta, denunciando la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte. La iglesia vive de la experiencia del amor y la misericordia que, como se nos manifiesta en Jesús, asume el sufrimiento, el mal e injusticia que padecen los pueblos y los pobres; como hospital de campaña, la iglesia quiere cuidar, sanar y liberar de las heridas, esclavitudes u opresiones que sufre la humanidad.

Desde la antropología integral de la fe y que inspira a la misión, la iglesia es sacramento de la salvación liberadora e integral de toda la persona y de todos los seres humanos. Una libertad de toda esclavitud, mal e inequidad y, en el dinamismo de la regeneración, para amar en el servicio al bien común, a la justicia social y la civilización del amor que se va posibilitando por el camino de conversión (cambio y trabajo) personal. La iglesia alienta, en su misión evangelizadora, esta unidad inter-relacionada e inseparable del cuidado pastoral, con la conversión personal al Evangelio, y la transformación social con el cambio de relaciones, estructuras, instituciones y sistemas que destruyen la vida y dignidad de la persona, que impiden el bien común y la justicia con los pobres.

En contra del individualismo burgués con su asistencialismo paternalista, la fe e iglesia con su doctrina social (DSI) alienta la inherente dimensión pública y sociopolítica de la buena noticia (Evangelio) del Reino. Es la constitutiva caridad política que busca el bien común más universal, la civilización del amor y la justicia con los pobres del planeta. En esta línea, el amor civil en la caridad política va a las causas de los males e injusticias, a las estructuras sociales y mundiales de pecado e ideologías perversas. Y que son impuestas por la cultura de muerte y la guerra de los poderosos contra los débiles y pobres, cada vez más empobrecidos por causa de los ricos cada vez más enriquecidos, como ya nos enseñan Pablo VI y San Juan Pablo II en Puebla.

La opción por los pobres de la iglesia significa realmente que los empobrecidos y obreros son los sujetos de la misión, del desarrollo y la liberación integral frente a todo este asistencialismo paternalista. Las personas, los pueblos y los trabadores con los pobres son los protagonistas de su promoción liberadora e integral. La caridad política, ejercida de forma particular por los laicos en su vocación y misión específica, lleva a las personas y a los pobres a ser los autores de la existencia social y pública en el mundo, los gestores de la vida política, económica y cultural para que se vaya ajustando al Reino de Dios y su justicia.

Por ello, la misión promociona de forma muy necesaria e imprescindible un laicado formado, adulto, maduro y militante que es esencial en la iglesia, pueblo de Dios para que pueda llevar a cabo su acción evangelizadora de anunciar, celebrar y servir al Reino de Dios en el mundo e historia. En este sentido, las comunidades eclesiales, con los laicos y los pobres, tienen en la DSI una guía firme para la evangelización, ya que el compromiso por la justicia, los derechos humanos y el desarrollo humano liberador e integral son realidades constitutivas de la misión. En el campo de la misión y socio-pastoral son de especial importancia la infancia, los jóvenes, las mujeres, los trabajadores e indígenas que deben convertirse en sujetos de la misión, de su promoción, derechos y liberación integral. Los estudios y DSI nos señalan que a estos grupos humanos, cada vez más, le es negada su vida, dignidad y justicia imponiéndoles diversas formas la explotación,  esclavitud y exclusión.

La pastoral obrera, social, de la infancia y juventud e indígena son claves en la conversión misionera y regenerativa de la iglesia que guiadas por la Palabra de Dios, el magisterio y la DSI: orientan al mundo en la globalización de la alegría y de la ternura solidaria; en el desarrollo personal, humano y la ecología integral. La fe y la misión se entrañan así en esta mística teologal de la Gracia y de la conversión misionera (personal, social y ecológica) que lleva a la comunión con Dios, con los otros en la justicia con los pobres y con la creación en el cuidado de la tierra, nuestra casa común. La misión exige y promueve ineludiblemente todo este desarrollo humano con la ecología integral que encamina a la política hacia el servicio del bien común y la subsidiariedad. Una verdadera democracia ética que respete la vida y dignidad de la persona, la liberad y la justicia, la participación e igualdad, la co-gestión de todos los pueblos en la vida social y pública, tanto a nivel local como global.

La economía debe estar así regulada por la política que, sustentada en la ética del bien común, sirve a las necesidades, capacidades y desarrollo integral de los pueblos con el principio básico del destino universal de los bienes, la equidad en el reparto de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. La propiedad, el capital y el mercado se convierten en idolatrías cuando no hacen posible esta distribución justa y socialización de los bienes. Tal como nos enseña la DSI, que persigue una economía real y ética al servicio del trabajo, de la responsabilidad social empresarial y de la ecología integral en oposición a la especulación financiera, a la usura del sistema bancario y la destrucción socio-ambiental de las corporaciones (multinacionales, minera, petroleras, etc.).

La DSI, con su opción por los pobres y los obreros, tiene como principio esencial el  trabajo, la dignidad del trabajador y sus derechos como es el valor clave del salario justo, que está antes que el capital. El desarrollo humano y la ecología integral impulsan la paz, la no violencia y el desarme mundial rechazando las lacras de las guerras y de las armas que destruyen la vida, el planeta y son un auténtico negocio de muerte. Esta ecología humana e integral cuida y protege la vida en todas sus fases (desde el inicio con la concepción-fecundación) o dimensiones, el matrimonio y la familia en el amor fiel del hombre con la mujer. Es el matrimonio y la familia abiertos a la vida, a los hijos y al bien común en el compromiso solidario por la justicia con los pobres. 

Para terminar, como indicamos, toda esta belleza y trascendencia de la opción misionera de la iglesia pobre con los pobres será, por tanto, el camino y testimonio de fidelidad al Evangelio. Y, en el Espíritu, vivificará a las comunidades eclesiales en el Perú, en América Latina y en el mundo, aun en medio de las crisis que vivimos. La Gracia de Dios muestra su hermosura alegre y vigor liberador en esta iglesia misionera, pobre en la justicia con los pobres, sencilla, humilde y sin poder desde el seguimiento de Jesús pobre y crucificado que nos trae la vida realizada, plena y eterna.

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