Misa para conmemorar sus dos décadas al frente de la diócesis venezolana de San Cristóbal Mario Moronta celebró sus 20 años de obispo en Táchira
"Renuevo mi compromiso de seguir siendo Servidor y Testigo", promete el prelado
"El Señor ha estado grande conmigo y, fijándose en la pequeñez de este siervo, ha ido haciendo su obra de misericordia y amor"
| Prensa DiócesisSC
Este martes la Diócesis de San Cristóbal celebró el vigésimo aniversario del inicio del episcopado de monseñor Mario Moronta, quinto Obispo de esta Iglesia local. Por tal motivo el Obispo celebró la Eucaristía en la Basílica Nuestra Señora de la Consolación acompañado de los miembros del presbiterio, religiosas, y laicos.
“Ante la imagen venerada de María del Táchira, acudo a dar gracias a Dios por los 20 años de ministerio episcopal en esta muy querida Iglesia de San Cristóbal. Tomaré prestado el estilo de uno de mis grandes maestros, San Pablo VI, para proclamar en esta ocasión que el Señor ha estado grande conmigo y, fijándose en la pequeñez de este siervo, ha ido haciendo su obra de misericordia y amor”, expresó el Obispo en su homilía.
Monseñor Mario Moronta tomó posesión de la Diócesis de San Cristóbal en Venezuela el 18 de junio de 1999, desde entonces desarrolla su ministerio episcopal como “servidor y testigo” en medio de los tachirenses.
“Al bendecir al Dios uno y trino, canto agradecido las maravillas que el Señor ha realizado en medio de nosotros. Se fijó en la pequeñez y humildad de un siervo, nacido en Caracas, pero que ha buscado hacerse continuamente “tachirense”. Gracias por la acogida de todos, con expectativas, interrogantes y hasta dudas. Gracias a ti Dios de la vida y del amor porque me has llamado a ser “testigo y servidor” en medio de una Iglesia enriquecida con la fe de su gente y el pastoreo generoso y decidido de sus sacerdotes. Gracias porque me enseñaste que todo tachirense, que todo habitante de esta tierra, son también “mis padres y mis hermanos”, dijo el Prelado en su plegaria.
El Obispo también agradeció a Dios por “permitirme acompañar a todos en estos momentos difíciles y de aguda crisis. Me enseñaste por medio de mis padres y maestros a ser un hombre de esperanza: es lo que he tratado de contagiar a este pueblo que sufre los embates de quienes se creen dueños del poder o de aquellos que lo quieren asaltar para fortalecer sólo sus intereses personales”.
Asimismo, renovó su compromiso de seguir siendo “servidor y testigo”, como se identifica en su lema episcopal.
“Ante Ustedes, bajo la protección de María del Táchira y en los brazos amorosos del Santo Cristo de La Grita, reafirmo y renuevo mi compromiso de seguir siendo “servidor y testigo”… Cuento con la gracia de Dios, que se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas, muy particular y que la siento día a día, es la comunión con todos ustedes. No se imaginan cómo siento la fuerza de la oración de todos ustedes”.
Al final de la misa también el Vicario General de la Diócesis de San Cristóbal, presbítero Nepomuceno Hernández, dirigió una palabra de agradecimiento al Obispo por ministerio pastoral en el Táchira y su comunión con el presbiterio.
A continuación, el texto completo de la homilía:
Ante la imagen venerada de María del Táchira, acudo a dar gracias a Dios por los 20 años de ministerio episcopal en esta muy querida Iglesia de San Cristóbal. Tomaré prestado el estilo de uno de mis grandes maestros, San Pablo VI, para proclamar en esta ocasión que el Señor ha estado grande conmigo y, fijándose en la pequeñez de este siervo, ha ido haciendo su obra de misericordia y amor.
¡BENDITO SEAS DIOS, UNO Y TRINO!
Sí, Oh Dios de la vida y del amor, ¡Bendito eres en tus creaturas y en tus hermosas obras realizadas para nosotros! Bendito por el frescor de las montañas andinas y los calores de las zonas bajas de la Panamericana y de los llanos del sur del Táchira. Bendito eres por las montañas y los ríos que surcan nuestro territorio. Bendito eres por la frontera que no nos divide sino que más bien nos une con la hermana Colombia. Bendito por los páramos, con sus flores y sus cultivos. Bendito eres por el café y los frutos que produce esta tierra. Bendito eres por el páramo del Tamá fuente de ríos que riegan gran parte del occidente venezolano. Bendito eres por tanta belleza, con sus riquezas naturales y con el ganado que produce alimento para nuestra gente. Bendito eres por los sabrosos pasteles, la pisca andina y el agua miel, el masato y el delicioso cafecito que ayuda a mantener la amistad y la cordialidad.
Sí, Creador Todopoderoso ¡Bendito por la gente de estos lares que reflejan tu rostro con su trabajo y su laboriosidad! Bendito eres Dios por los niños y ancianos, los jóvenes y adultos que han forjado esta tierra y la tienen como tarea primordial. Bendito eres por tantos hombres y mujeres que nos han legado cultura, religiosidad y solidaridad. Bendito eres en cada uno de los agricultores y ganaderos, en los trabajadores que han forjado la sociedad tachirense, en los políticos y líderes que han contribuido con el país. Bendito eres en tantos jóvenes que acuden a nuestras universidades. Bendito eres en tantos sacerdotes y consagrados que, durante tantos años han hecho realidad tu obra de amor… y lo siguen haciendo. Bendito eres Señor al reflejarte en el rostro de nuestros niños y ancianos: en ellos se conjugan la inocencia y la sabiduría que luego se transparentan en los jóvenes y adultos.
Si, Jesús, Hijo del Padre. ¡Bendito eres porque te hiciste “gocho” con los gochos! Así lo reconocemos en el impresionante y bellísimo ícono del Santo Cristo del Rostro Sereno de La Grita. Así lo cantamos en las posadas, misas de aguinaldos y paraduras del Niño. Estás presente caminando con nosotros como Jesús Sacramentado, el Sagrado Corazón y el Buen Pastor. Bendito eres porque por medio de tu Iglesia sigues haciendo tu obra redentora en medio de tu pueblo. Bendito eres en tu Madre, la Consoladora, que es estrella y ejemplo vivo de evangelización entre nosotros.
Sí, Espíritu Santo. ¡Bendito eres Dios de vida padre de los pobres y dador de fuerza y entusiasmo de fe! Eres bendito porque te manifiestas en el testimonio de fe de tu gente. Bendito porque sigues llamando a tantos laicos al compromiso evangelizador en la catequesis, en el compromiso apostólico y en la edificación del reino de Dios. Bendito eres en los sacerdotes y los seminaristas, en la respuesta de ellos para asumir, configurados a Cristo Sacerdote, el compromiso de hacer Memoria de la salvación. Bendito eres en los religiosos y religiosas, en sus formandos, en los de vida activa y contemplativa. Bendito eres porque derramas tu sabiduría en nuestras escuelas católicas y en la UCAT. Bendito eres Espíritu Santo porque sigues animando a tu Iglesia en el Táchira para que sea ejemplo de renovación en “espíritu y verdad”.
Y, hoy, te bendigo Trinidad Santa. En primer lugar por haberme llamado a ser “hombre nuevo”, hijo del Padre, discípulo de Jesús y templo del Espíritu. En segundo lugar, porque me has llenado de bendiciones al convocarme a trabajar en la mies y en el campo de este Táchira bonito, como pastor. Te bendigo por estos veinte años que me han permitido aprender de la sabiduría de este pueblo; tiempo de compromiso que he tratado de cumplir con dedicación y que me ha hecho posible amar a este pueblo con su gente, su historia y su cultura.
¡BENDITO SEAS DIOS UNO Y TRINO!
¡GRACIAS, OH DIOS DEL AMOR Y DE LA VIDA!
Al bendecir al Dios uno y trino, canto agradecido las maravillas que el Señor ha realizado en medio de nosotros. Se fijó en la pequeñez y humildad de un siervo, nacido en Caracas, pero que ha buscado hacerse continuamente “tachirense”. Gracias por la acogida de todos, con expectativas, interrogantes y hasta dudas. Gracias a ti Dios de la vida y del amor porque me has llamado a ser “testigo y servidor” en medio de una Iglesia enriquecida con la fe de su gente y el pastoreo generoso y decidido de sus sacerdotes. Gracias porque me enseñaste que todo tachirense, que todo habitante de esta tierra, son también “mis padres y mis hermanos”. Gracias porque me has dado la fuerza de tu Espíritu para ser pastor de todos sin excluir a nadie. Gracias por permitirme amar preferencialmente a los más pequeños, los pobres y excluidos.
¡Gracias, Dios de la vida y del amor! Tú mismo me has conducido de la mano para encarnarme en este pueblo y convertirme en su pastor. Me has sostenido para que pudiera llevar esta grey aún por caminos duros y cañadas oscuras. Si he sentido el peso del encargo, con tu Cruz me has sostenido; en las cañadas oscuras Tú has sido la luz para que la haga resplandecer a todos; en los barrancos Tú has fortalecido mi compromiso para que pueda ayudar a darle seguridad a las ovejas. Gracias porque has tenido paciencia conmigo, con mis defectos, deficiencias y pecados… Gracias porque nunca me has abandonado y porque tu gracia me basta. Gracias por permitirme ser imagen tuya, el Buen Pastor.
¡Gracias, Dios de la Vida y del amor! Por los laicos y su empeño y decisión, por hacerlos crecer y asumir el trabajo de anunciar el evangelio con alegría y entusiasmo. Gracias por los jóvenes que he visto hacerse adultos, por los niños que se han hecho jóvenes; por los adultos que se han convertido en padres y abuelos. Es bonito ver cómo por mis pobres manos los has ido conduciendo al crecimiento integral. Gracias por tus sacerdotes: ellos son mis próvidos cooperadores. Tú sabes de las alegrías que he compartido con ellos, de las noches de desvelos pensando cómo ayudarlos en sus enfermedades, en sus crisis personales, en sus situaciones duras que viven al servir al pueblo de Dios. Gracias por las religiosas y religiosos, por su testimonio y la seguridad de su oración. Gracias por los contemplativos, Carmelitas, Redentoristas y Camaldulenses: son el seguro de vida espiritual de todos nosotros. Gracias Señor por este pueblo en el que me injertaste como lo hiciste con Abrahán. No me arrepiento de haber dejado mi familia, mis amigos, mi tierra: acá he encontrado, lo que Tú has querido para mí: la tierra fecunda en religiosidad y vida eclesial, la vitalidad de una cultura y la apertura de una Iglesia. Gracias por darme la fuerza y ser pastor con la única seguridad de que “por tu gracia soy lo que soy”.
¡Gracias, Dios de la Vida y del Amor! Me has enseñado los caminos de la justicia y de la verdad. Los comparto con mis hermanos obispos de Venezuela; de modo particular en esta tierra con sus desafíos y problemas, con su presente y el provenir exigente que nos pide tener la mirada en el horizonte del Reino y las manos firmes en el arado sin mirar atrás. Gracias por permitirme ser voz de quienes no son escuchados. Quizás ha debido ser más fuerte y arriesgada… sin embargo no son mis palabras, sino las que Tú has puesto en mis labios, como lo hiciste con el querido profeta Jeremías, y que he dado a conocer a tiempo y a destiempo. Gracias por permitirme gritar a Venezuela y al mundo que no somos el último apéndice de una nación, sino la tierra-frontera donde nace Venezuela y donde nos integramos con América Latina. Gracias por permitirme acompañar a todos en estos momentos difíciles y de aguda crisis. Me enseñaste por medio de mis padres y maestros a ser un hombre de esperanza: es lo que he tratado de contagiar a este pueblo que sufre los embates de quienes se creen dueños del poder o de aquellos que lo quieren asaltar para fortalecer sólo sus intereses personales. Gracias porque, desde pequeño, con el ejemplo de papá, mamá y hermanos, aprendí que es mejor tener el gozo espiritual de ser pueblo que vivir encerrados en una cúpula de cristal. Gracias por enseñarme a tener un oído en el pueblo y un brazo solidario para sostener y acompañar a quienes son menospreciados.
¡Gracias, Dios de la vida y del amor! Por esta Iglesia linda, esposa engalanada de tantas virtudes. Gracias por quienes me han acompañado y de seguro lo seguirán haciendo. Mis sacerdotes y seminaristas, ilusión de esperanza de esta Iglesia local; mis hermanos Obispos con quienes comparto, en comunión con Francisco, la preocupación por todas las Iglesias. Gracias, particularmente por mis hermanos Obispos de Cúcuta. Han sido varios en estos años: Oscar, Jaime, Julio y ahora Víctor Manuel, quien es ejemplo de caridad pastoral y fraternidad sin límites. Gracias a la hermana Iglesia de Cúcuta, con la que hemos forjado estrechos lazos de comunión fraterna.
¡GRACIAS DIOS DE LA VIDA Y DEL AMOR!
¡REAFIRMO Y RENUEVO MI COMPROMISO DE PASTOR, COMO SERVIDOR Y TESTIGO!
Con humildad debo reconocer públicamente que todo lo que he podido hacer, ha sido por la gracia de Dios. Es Él quien ha hecho la obra, yo he sido un frágil instrumento de su designio de salvación para el Táchira. Confieso que Dios se ha arriesgado al escogerme sabiendo de mis debilidades. Pero también estos años me han permitido entender lo que una de las lecturas del día de mi ordenación presbiteral proclamaba: soy una vasija de barro que contiene un divino tesoro. He sentido la fuerza del Señor para que esa vasija no se rompiera ni fracasara su proyecto.
Pido perdón a todos por las fallas y las ofensas que hubiera podido cometer. De verdad, les pido perdón. Soy consciente de mis debilidades y de que no soy sino un pobre instrumento del Señor. Me someto a la misericordia de Dios y a la de cada uno de ustedes. Les pido que me ayuden a seguir siendo fiel en la respuesta a la llamada que Dios me hizo de ser “servidor y testigo” en medio de ustedes.
No considero tener enemigos. Sí sé que hay muchos que no piensan o actúan como yo. Hay quienes critican y corrigen. Gracias. He recibido ofensas por ser pastor del pueblo. No guardo rencores y respeto a todos y a cada uno, porque son hijos de Dios y tienen una dignidad hermosa, como la que tengo yo, de ser persona humana. Perdono a todos los que me hubieran podido ofender, hacer el mal o haber tratado de impedir mi ministerio episcopal. No he buscado honores: el verdadero honor es ser reconocido como hijo de Dios Padre y sentir la alegría de que nuestra Iglesia del Táchira sigue creciendo y caminando hacia adelante.
Ante Ustedes, bajo la protección de María del Táchira y en los brazos amorosos del Santo Cristo de La Grita, reafirmo y renuevo mi compromiso de seguir siendo “servidor y testigo”. Como lo enseñó el gran Agustín, parafraseándolo, ¡Qué bonito es ser con todos ustedes, cristiano, discípulo de Jesús, hijo de Padre y Templo del Espíritu! Pero ¡qué tremenda responsabilidad es ser para y de ustedes Obispo! Cuento con la gracia de Dios, que se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas, muy particular y que la siento día a día, es la comunión con todos ustedes. No se imaginan cómo siento la fuerza de la oración de todos ustedes.
Apoyado en la Palabra, enriquecido con la Eucaristía, sostenido por la oración, con le fraternidad de los sacerdotes y de los laicos, de nuevo me pongo ante la presencia de Dios: reafirmo y renuevo mi compromiso de continuar enseñando, guiando y celebrando los misterios de la fe para este pueblo de Dios que peregrina en el Táchira. Como lo enseñaron los apóstoles en el tiempo inicial de la Iglesia, “no tengo oro ni plata”, mas lo que poseo lo doy: mi servicio, mi entrega, mi compromiso de ser “servidor y testigo”. Le pido a Dios me sostenga, le pido a cada uno de ustedes su apoyo y oración… pueden contar conmigo, particularmente los más vulnerables de la sociedad. Todavía hay mucho por hacer y bastante camino por recorrer. Esta, nuestra Iglesia, se sigue abriendo a los desafíos del futuro, adonde nos conduce el Espíritu del Señor. Juntos lo podemos y debemos realizar.
Hermanos: REAFIRMO Y RENUEVO MI COMPROMISO DE SEGUIR SIENDO “SERVIDOR Y TESTIGO”. EN MEDIO DE USTEDES, DOY GRACIAS A DIOS POR HABERME PERMITIDO HACERLO DURANTE ESTOS 20 AÑOS Y LOS QUE EL DISPONGA: POR ESO BENDIGO AL SEÑOR CON ALEGRIA Y FE. Al ofrecer esta Eucaristía con Ustedes, y al reafirmar mi compromiso, en comunión con Dios, Uno y Trino, en las manos del Cristo del Rostro Sereno y bajo la protección de María del Táchira, quiero decirles algo que me sale de lo más profundo de mi corazón: amo profundamente a esta Iglesia y a todos ustedes, presentes y ausentes, los quiero mucho. Amén.
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