Alonso Quijano el Bueno

De las cinco veces que se llama a don Quijote Alonso Quijano, cuatro llevan el apelativo de «el Bueno», lo cual hace pensar en Alonso Pérez de Guzmán, que mereció este calificativo antonomástico de «el Bueno» por su heroica defensa de Tarifa frente al agresor extranjero: «Estando Alonso Pérez de Guzmán dentro de Tarifa, y teniéndole cercado el rey de Marruecos y el infante don Juan, hermano del rey don Sancho el Bravo, hubieron los moros en su poder un hijo suyo, y amedretándole el rey de Marruecos, si no se rendía y le entregaba la villa, le amenazaba con que a vista suya se le mataría. A este recaudo, el dicho don Alonso Pérez de Guzmán no respondió otra cosa más que arrojar su puñal, para que con él le matasen. Lo cual hicieron los bárbaros con su fiereza y crueldad natural; y vista la constancia de su padre, alzaron el cerco y también dejaron la tierra y se volvieron a África. El rey don Sancho estimó en mucho su fidelidad y le confirmó el nombre de Bueno que el vulgo le había dado. Esto fue cerca de los años de mil y doscientos y noventa y cinco.», Covarrubias, 954.b.18.

Alonso Quijano, a quien sus «costumbres le dieron renombre de Bueno», II.74.9, es un hidalgo manchego entrado en años, tan aficionado a leer novelas de caballerías, que termina siendo incapaz de distinguir entre el mundo fantástico de éstas y el suyo propio.

El mundo de Alonso Quijano es el de un hombre de armas de finales del siglo dieciséis y comienzos del siglo XVII, empobrecido como tantos otros de su clase por la insolvabilidad de su propio Rey. Vive con su sobrina y con su ama de llaves en un pueblo de la Mancha. El universo de Alonso Quijano es, pues, el mundo gris y desilusionado de los hombres de armas españoles de los finales del reinado de Felipe II y de los comienzos del reinado de Felipe III que, como Cervantes y su hermano Rodrigo, dos hidalgos tan pobres y tan buenos como Alonso Quijano, han hecho sacrificios enormes al servicio del Rey sin compensación adecuada.

El hermano menor de Cervantes, Rodrigo, ha perdido heroicamente su vida el 2 de julio de 1600 en el sitio de Nieuport, en los Países Bajos, durante la batalla de las Dunas, sin que su familia haya percibido nunca de manera correcta la muy importante deuda contraída con él por la corona. Precisamente en el año de la publicación de la primera parte del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, en 1605, la familia Cervantes, que se encuentra en Toledo, donde la rama de su mujer ha puesto en alquiler una casa heredada de este hermano Rodrigo, toma medidas para recuperar el dinero debido al alférez muerto. El Tesoro Real, aunque reconoce la deuda, se excusa, dando como pretexto sus pobres recursos, y sólo se compromete a ir pagando la deuda a largo plazo. El plazo es tan largo, que medio siglo después de la desaparición del valiente soldado, en 1650, los herederos de Rodrigo Cervantes siguen aún percibiendo insignificantes sumas de dinero, a cuenta de la deuda del Tesoro. El total de la cantidad adeudada no se pagará nunca, por razones semejantes a las que provocaron la demora en cubrir la deuda primera: la insolvabilidad del Tesoro.

Descontento y con razón de su propio mundo, como tantos otros hidalgos, a Alonso Quijano el Bueno le da por creer que ha de salir de su aldea «así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama», I.1.5. Al estar él rematadamente loco desde el comienzo de la novela, como resultado de una lectura desaforada de los libros de caballerías, sus propias aventuras sólo podrán ser auténticas locuras, ya que las emprenderá inspirado en estos libros, cuyos personajes son falsos héroes confrontados con situaciones totalmente inverosímiles.

La reacción de la familia no se hace esperar. Su sobrina, aunque lo tiene por persona que sabe mucho, trata de sandez su proyecto, ya que de toda evidencia Alonso Quijano el Bueno no es joven sino viejo, no está sano sino enfermo, no es caballero sino hidalgo y que siendo pobre nunca podrá ser caballero auténtico sino falso: «—¡Válame Dios!—dijo la sobrina—. ¡Que sepa vuestra merced tanto, señor tío, que, si fuese menester en una necesidad, podría subir en un púlpito e irse a predicar por esas calles, y que, con todo esto, dé en una ceguera tan grande y en una sandez tan conocida, que se dé a entender que es valiente, siendo viejo; que tiene fuerzas, estando enfermo, y que endereza tuertos, estando por la edad agobiado, y, sobre todo, que es caballero, no lo siendo, porque aunque lo puedan ser los hidalgos, no lo son los pobres...!», I.6.12.

Tres veces sale Alonso Quijano el Bueno de su aldea, a escondidas de su familia y con el nombre cambiado en el de don Quijote de la Mancha, y tres veces vuelve a ella. La primera vez sale sólo y desprovisto de los más elementales medios de subsistir, en un mundo donde los medios, tanto de compañía como de economía, no sólo son convenientes sino estrictamente necesarios, para no darse de narices con las peores groserías de la vida corriente. La vuelta de esta primera salida a la aldea es provocada por el consejo de un ventero, que no sólo le inclina a procurarse los más elementales medios de subsistencia sino que, sobre todo, hace surgir en él la idea tan útil para su fama de obtener la colaboración de alguien que sirviéndole de escudero le sirva también de testigo privilegiado de sus proezas. Así, pués, la segunda y la tercera vez que abandona su aldea, sale acompañado de un vecino, llamado Sancho Panza, particularmente fiel y crédulo, aunque no ciego, y más que razonablemente ambicioso.

La primera vez que Sancho Panza sale con su vecino Alonso Quijano el Bueno de su aldea, se comporta con él cual un fiel lazarillo de ciego, que corrige a cada paso el engaño de los sentidos de su señor, aunque por darle gusto lo llama como él lo desea Don Quijote de la Mancha. La segunda vez, cuando Don Quijote percibe correctamente, Sancho Panza es causa de su engaño, haciéndole creer que lo que ha sentido como correcto no es verdad, sino que es obra de los encantadores. Sancho Panza procede así como tantos otros personajes de la segunda parte de la novela que intentan burlarse del señor loco, sea por considerarle excesivamente crédulo (Sancho Panza), sea por puro placer (los duques y su corte aragonesa), sea para hacerle volver a su aldea abandonando su vida de caballero andante (el Cura, el Barbero, el Bachiller Sansón Carrasco).

Todos los personajes importantes de la segunda parte de la novela saben que, en sus salidas precedentes, Don Quijote se había creído lo que no era verdad, atribuyendo la alteración de sus sentidos a la obra de los encantadores que, según él, le tenían envidia. Algunos lo saben porque lo han visto, como Sancho; otros, como los Duques, porque lo han leído en la primera parte; otros, en fin, como el bandolero catalán Roque Guinart, porque lo han oído decir por los que la han leído.

Sancho Panza, que no sólo ha oído lo que se ha escrito sobre su señor y sobre sí mismo, sino que ha experimentado en sus propias carnes muchas de las aventuras escritas, sigue fielmente a su señor durante esta salida, aunque sin disimular su decepción por la falta de recompensa adecuada para sus penas; parece que, baqueteado por las múltiples experiencias cruentas de su primera salida con Don Quijote, ha decidido llevar la voz cantante durante esta salida, cada vez que esto es posible, más bien que someterse. Lógicamente lo hace luchando con su propia duda, en parte seducido por las promesas de Don Quijote de procurarle una más generosa recompensa, en parte cautivado por la innegable nobleza del hidalgo Alonso Quijano el Bueno, que él ve sin duda siempre bajo la capa de locura de su buen paisano y señor Don Quijote. Paradójicamente, las nuevas aventuras se convierten para Sancho en el aprendizaje de la fama, mientras que para su señor tienen el sentido de la decepción. Por eso, siguiendo a Salvador de Madariaga, cabría presentar esta segunda parte de la novela como la desquijotización de Don Quijote y la quijotización de Sancho.

Como era de esperar, estas dos veces en que un vecino es implicado en las salidas del loco de su lugar, otros vecinos, y en cierta manera todo el vecindario de la aldea se empeña en hacerle volver a su casa. El vecindario es representado por el Cura, por el Cirujano o Barbero, y por el poeta e intelectual del lugar, éste último hijo de un labrador rico, que ha vuelto de Salamanca con el título de Bachiller, persona y título que Alonso Quijano el Bueno aprecia tanto, que a veces los transforma en el de señor Licenciado.

La primera manera de obtener la vuelta de Don Quijote a su lugar es haciéndole asumir una aventura en favor de una doncella menesterosa, falsa aventura graciosamente protagonizada por la inteligente Dorotea y trazada por el cura, que le conducirá a la aldea encerrado en una jaula.

La segunda manera, la que hay que repetir dos veces, porque la primera vez falla, siendo Don Quijote más fuerte de lo que parece, es hacerle renunciar por él mismo a sus pretensiones de caballero andante, como promesa hecha a un contricante que le vence en duelo. El encargado de poner en ejecución este plan, cuyo escenario está rigurosamente calcado por los compatriotos de Don Quijote sobre los libros de caballería, es el intelectual de la aldea, quien va a poner a contribución no solamente su conocimiento de la poesía y de las reglas librescas de la Caballería andante, reglas que le llevan a organizar dos duelos con Don Quijote, asumiendo cada vez el papel de un caballero andante, sino los artilugios de la psicología que le hacen comprender el partido que puede sacar de la fama que ya tienen Don Quijote y Sancho, debido a las múltiples ediciones escritas de sus propias aventuras. Esta vez no sólo se le hace reintegrar por su paso su aldea, sino su propio mundo original de creencias, totalmente ajenas a las del mundo de las caballerías, creencias comunes que, por poco satisfactorias que sean, constituyen el mundo de realidad que el viejo hidalgo enfermo de enfermedad mortal puede compartir con sus vecinos. Tras proclamar su locura y recuperar su nombre de Alonso Quijano el Bueno, el viejo hidalgo muere en su cama rodeado de los suyos y de los representantes de la aldea, no sin haber hecho un testamento en que decreta que nadie más debe recomenzar su intento si quiere entrar en su familia y en posesión de sus bienes de fortuna.

Así, «Cervantes halló el modo de hacer a su héroe ridículo sin hacerle despreciable Lo primero lo pedían la naturaleza y el objeto de la fábula; para lo segundo le supuso adornado de todas las calidades apreciables que no eran incompatibles con su locura: honrado, generoso, sensato, cortés, y finalmente, de apacible condición y de agradable trato, y por lo tanto, bien querido de cuantos le conocían. Así es que el lector, después de haberse divertido durante todo el discurso de la fábula con las sandeces y vaciedades del caballero andante, no puede menos de afectarse con la relación de su enfermedad y últimos momentos. De esta suerte se dió al desenlace de la fábula un interés que apenas pudiera dársele de otro modo, y que en el género burlesco equivale a lo grandioso del desenlace en la epopeya.», Clem. 1922.b.

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Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid, aparecerá en 2005-2006.
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