La migración ocupa un lugar desproporcionado en los debates políticos europeos, sobre todo teniendo en cuenta su peso demográfico. De los 8,4 millones de migrantes de África Occidental, menos del 10 % se dirige a Europa.En África siempre ha existido la migración local, ya sea del campo a la ciudad, de una región a otra, o de un estado a otro, configurando los paisajes y las ciudades y transformando las sociedades.
¿Cómo y por qué emigraban y emigran actualmente las personas en África? Si bien la salud es uno de los motivos para migrar, también puede verse deteriorada. ¿A qué otros obstáculos se enfrentan los migrantes? ¿Qué aporta la migración a los países que la reciben, ya sea en el continente africano u otros lugares?
Gracias a los estudios realizados, los investigadores del IRD y sus colaboradores han podido trazar un retrato inédito y sin prejuicios de las migraciones africanas.

Pintura rupestre en la cordillera de Akakus, Libia. Las figuras representadas atestiguan la evolución del clima en esta región casi desértica y la presencia humana a lo largo del tiempo.
© IRD – Christian Leduc
Migraciones, intercambios y transformaciones de antaño
Hace varios millones de años, varios linajes humanos abandonaron África y poblaron otros continentes. Los prehistoriadores hablan de varias salidas de África en distintas épocas. Considerado como la cuna del ser humano moderno, el continente africano ha visto cómo evolucionaban sociedades y paisajes con las sucesivas oleadas migratorias. A diferentes escalas espaciales y temporales, hay muchos ejemplos de movilidad que proporcionan información sobre las transformaciones del continente.

Al estudiar las lenguas de África central y meridional, los investigadores pudieron evidenciar una importante migración. Hace más de 2000 años, los habitantes de África Central comenzaron a desplazarse hacia el este y el sur. Esta importante migración, conocida como "expansión bantú", y que dio origen a las lenguas actuales de la región, duraría hasta el siglo XVIII. ¿Cómo se estructuró?

"Estas migraciones forman parte de una dinámica social particular", explica Geoffroy de Saulieu, arqueólogo de la UMI Paloc. "En estas organizaciones de linaje, el poder es monopolizado por los primogénitos, que controlan en particular el patrimonio necesario para contraer matrimonio. Pues es muy común que el pretendiente tenga que pagar una gran suma de dinero a los futuros suegros: es lo que se llama el ‘precio de la novia’ y lo que los africanos llaman hoy la ‘dote’. Los últimos hijos de estos linajes no tienen recursos para evolucionar socialmente: o aceptan no formar un hogar o se rebelan y abandonan la familia. Según la tradición oral de las sociedades africanas, los fundadores de nuevos linajes serían ‘benjamines’ que se separaron de su familia de origen, llegando incluso en ocasiones a raptar a las mujeres de sus vecinos para obligarlas a crear un nuevo linaje; igual que los primeros romanos, que, según la leyenda, secuestraron a las mujeres sabinas para fundar Roma".
Transformación social y geográfica
Estas poblaciones, oriundas del actual Camerún, transformaron el paisaje a medida que se desplazaban. Su modo de subsistencia era principalmente agrícola y la preferencia por ciertos árboles frutales, como la palma de aceite, modificó gradualmente la estructura del suelo y de los paisajes forestales.
Una vez asentados, los linajes se agruparon en aldeas y se sedentarizaron. Debido a su dinamismo social y demográfico, algunas aldeas se convirtieron en ciudades, y luego en capitales, como Mbanza-Kongo, capital del Reino del Congo. La vida urbana se desarrolló y los linajes se asociaron para extender su dominio, creando nuevos reinos y, a veces incluso, formas de imperio.

© Headley & Johnson 1889, p. 347
Nyanga Maniéma, pueblo precolonial de los luba en la República Democrática del Congo a finales del siglo XIX.
¿Acaso las mujeres no participaron en estos movimientos? Sí, iban pasando de un linaje a otro. "En el siglo XIX, el 30 % de las mujeres del oeste de Camerún procedían de una etnia diferente a la de su familia", añade Geoffroy de Saulieu. "¡Es un porcentaje muy alto! Nos imaginamos África como un continente antiguo, que no se mueve, que no evoluciona, pero estos movimientos probablemente hayan ocurrido desde la prehistoria temprana, hace más de 10 000 años, aunque no hayan dejado ningún rastro arqueológico".
Poder sobre las personas
Otro ejemplo de desplazamiento lo encontramos más al norte, en el actual Malí, donde los movimientos de ciertas poblaciones eran también de larga duración. Los tuaregs, grupos de pastores nómadas, abandonaban cada año el lugar en el que vivían en busca de pastos durante la temporada de lluvias, entre junio y septiembre. Recorriendo distancias de entre 100 y 200 kilómetros, llevaban a sus rebaños de cabras, ovejas y ganado hacia el norte, donde los pastos eran abundantes y de buena calidad, pero solo durante esta época del año.
En estas regiones, las fronteras como tales no existían: el poder no se ejercía sobre los espacios sino sobre las personas. Así, hasta la conquista colonial iniciada a finales del siglo XIX, los grupos sociales subordinados pagaban un impuesto –o tributo– a las familias que ostentaban la autoridad política, las jefaturas. Para liberarse de esta tutela, o bien conseguían invertir el equilibrio de poder, o bien se marchaban y trataban de encontrar medios para subsistir por su cuenta en otra parte. "La noción de 'límite' existía", afirma Charles Grémont, historiador de la UMI LPED. "Pero dependía del reconocimiento político de las poblaciones vecinas. Los territorios resultantes eran flexibles y cambiaban más o menos rápidamente. Las zonas de residencia, que eran los lugares donde vivían estas poblaciones en la estación seca, también cambiaban por razones políticas y económicas".

Por ejemplo, la centralidad del poder de los tuaregs Iwellemmedan evolucionó desde el siglo XVII hasta el XIX, desde la zona de Tombuctú hasta la región de Ménaka, situada a más de 500 km al este. La mayor abundancia de pastos debido a unas condiciones climáticas más favorables atraía a la población a esta región. Los conflictos entre jefaturas también empujaban a los pastores a emigrar. "Con las ciudades saharianas, que son núcleos intelectuales y comerciales, pasaba algo similar. Podían abandonarse por razones climáticas, como la desecación de una capa freática, pero también en caso de desencuentros y conflictos entre los clanes que vivían en ellas", explica el historiador.
¿Fronteras artificiales?
A finales del siglo XIX, los franceses colonizaron el actual Malí avanzando de oeste a este y de norte a sur. Tombuctú fue tomada en 1894, y Gao en 1899. Los franceses se apoyaron en las jefaturas –que pretendían defender sus intereses– para trazar con ellas las nuevas fronteras del poder. Se mantuvieron así las divisiones políticas preexistentes, solo que ahora estaban establecidas por convención y claramente delimitadas en los mapas. Así pues, las fronteras creadas por la administración colonial no son tan artificiales como se cree. Se basan en distinciones preexistentes, a menudo de competencia, entre diferentes grupos sociales.
© Hourst (Lieutenant de vaisseau), Sur le Niger et au pays des Touaregs. La mission Hourst, Paris, Plon, 1898.
Los tuaregs se cruzan con la misión de exploración del teniente Hourst, entre Bamba y Gao, en 1896.
Aunque las líneas divisorias no se trazaron al azar, sí fue una invención colonial la inclusión de todas ellas en un único "cerco" (como lo llamaban los tuareg), dando lugar a lo que será la futura frontera del Malí independiente. Los desplazamientos entre las distintas subdivisiones coloniales se vieron obstaculizados. Si bien no estaban completamente prohibidos, sí que se controlaban. Si los pastores se desplazaban sin tener un permiso de trashumancia, se arriesgaban a ser multados por encontrarse en la ilegalidad.
El poder colonial transformó así la organización del poder, que ya no se ejercía sobre las personas sino principalmente sobre un territorio. Esta lógica de Estado, que obstaculizaba los desplazamientos esenciales de los pastores nómadas, generó muchos conflictos con las poblaciones. "Aunque las fronteras coloniales se basaran en divisiones locales preexistentes, imponían una legislación idéntica a poblaciones que no compartían necesariamente la misma historia ni la misma cultura, sin tener en cuenta sus particularidades", explica Charles Grémont.
Antiguas esclavas a la fuga
Paralelamente al establecimiento de las fronteras, la administración colonial abolió la esclavitud en 1905 en la mayor parte del África Occidental francesa. La esclavitud era aún común en esta región en el siglo XIX, donde la economía se basaba esencialmente en el trabajo de los esclavos. Una vez libres, algunos de estos individuos consiguieron salir de sus aldeas de Malí para crear nuevas comunidades, sobre todo en Senegal: desbrozaron las tierras alrededor del futuro ferrocarril o se dedicaron al cultivo de cacahuetes, que estaba en auge en aquella época. Este último ejemplo de migración sirve para poner de manifiesto el papel de las mujeres en estos movimientos. "Las mujeres han sido a menudo invisibilizadas porque la migración se ha asociado durante mucho tiempo a los hombres", afirma Marie Rodet, historiadora de la School of Oriental and African Studies (SOAS) de la Universidad de Londres. "Pero fueron muy activas durante este periodo para escapar de las situaciones que las oprimían. En particular, recurrieron a los tribunales coloniales para liberarse de sus amos".

© Collection Général Fortier.
Tarjeta postal de 1910 con un tribunal indígena en Sudán.
Así pues, las mujeres sometidas a la esclavitud no dudaban en abandonar sus hogares y acudir a la justicia colonial para obtener el divorcio de sus maridos, que eran en muchos casos sus amos. Hasta los años 1920, la administración concedió a las mujeres la nulidad de los matrimonios y permitía estas separaciones. Pero más tarde, los tribunales no fueron tan benévolos: la marcha de las mujeres ponía en peligro el orden social y, por tanto, colonial. El abandono del domicilio conyugal pasó a ser un delito y los matrimonios ya no podían anularse. A pesar de ello, las mujeres no dudaron en abandonar a sus "maridos", motivo por el que algunas acabaron en la cárcel.
Cuando conseguían marcharse, las mujeres seguían desempeñando un papel fundamental en el mantenimiento del nexo social entre la región de acogida y la de origen. Se movían entre las distintas zonas, manteniendo vivas las relaciones al viajar por ejemplo para asistir a ceremonias. Entre Senegal y Malí, estas fuertes relaciones tejidas a través de la migración garantizan una conexión intergeneracional entre los dos países. "Las oleadas migratorias tienen carácter acumulativo: las familias se asientan y luego se suman otras. Hay muchos matrimonios entre las poblaciones anfitrionas y las poblaciones de origen. La implicación de las mujeres y su movilidad contribuyen a la integración de estas comunidades en los países de acogida y a la transformación de estas sociedades en su conjunto", concluye la investigadora.
Lejos de la imagen de un África inmóvil, estos ejemplos ponen de relieve los cambios sociales y geográficos provocados por los desplazamientos que han tenido lugar en el continente desde hace miles de años. Estos movimientos de población no solo continuarán, sino que se intensificarán a lo largo de los siglos XX y XXI.

Punto de control entre Sudáfrica y Mozambique.
© Andrew Ashton - Wikipedia
Políticas migratorias cada vez más restrictivas
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 1970, los países europeos en pleno auge económico reclutaron masivamente mano de obra en el extranjero, especialmente en algunos países africanos. Pero, en cuanto se produjo la primera crisis del petróleo en 1973 con sus desastrosas consecuencias para la economía, los Estados impusieron restricciones para la entrada de extranjeros no europeos y querían que los que estaban volvieran a sus países de origen. Estos límites a la inmigración se fueron estableciendo poco a poco: hasta mediados de los años 1980, muchos inmigrantes africanos podían entrar legalmente en algunos países europeos, lo cual se volvió cada vez más difícil a partir de los años 1990. Por ejemplo, los senegaleses podían entrar en Francia sin visado hasta 1986 y en Italia hasta 1990. Esta tendencia restrictiva fue también resultado de la creación en 1955 del espacio Schengen, zona de libre circulación dentro de la Unión Europea: la apertura de las fronteras intraeuropeas supuso un mayor control de las fronteras exteriores.

© IRD - Jacques Vaugelade
Un emigrante de Senegal vuelve "triunfante” a la tierra de los mossi con una bicicleta, una mochila nueva, etc.
Externalización de fronteras
Este giro en la política migratoria europea se enmarca en un contexto internacional de seguridad migratoria. "En Europa, el cierre de fronteras y la externalización de las políticas migratorias son responsabilidad de los Estados más que de la Unión Europea", apunta Delphine Perrin, jurista y politóloga de la UMI LPED. "Son ellos los que adoptan políticas bilaterales con los Estados africanos con el fin de limitar los desplazamientos antes de que se produzcan y facilitar la readmisión."
Desde finales de la década de 1990, la Unión Europea intenta comunitarizar su política migratoria. En 1999, la UE elaboró una lista común de países cuyos nacionales necesitan un visado para para entrar en el espacio Schengen. En 2009, se creó la tarjeta azul europea, equivalente a la "tarjeta verde" estadounidense, para los trabajadores no europeos altamente cualificados. Para aquellos que no entran en esta categoría –agrupación familiar, trabajadores no cualificados–, cada vez resulta más difícil establecerse en Europa.
Al mismo tiempo, la Unión Europea intenta externalizar su política migratoria, haciendo que el control de las fronteras europeas recaiga en los propios Estados africanos. Para ello, concluye acuerdos de asociación con varios Estados africanos que les imponen obligaciones en materia de control migratorio y que paulatinamente condicionan la cooperación económica y comercial, etc. a los esfuerzos que realicen en este sentido.

Por otra parte, en 2000 se adoptó en Palermo la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional. En un protocolo adicional, los 147 países firmantes se comprometieron a luchar contra el "tráfico ilícito de migrantes" mediante la adopción de leyes específicas. Declaran tener como objetivo la eliminación de las redes y sancionar la economía que rodea el "tráfico".
"En general, la legislación migratoria de los Estados africanos no se había modificado desde los años 60 en el Magreb o los 80 en el caso de África Occidental", explica Delphine Perrin. "Algunos países ni siquiera contaban con una. Tras el Protocolo de Palermo del año 2000 y por presión de la Unión Europea, los países del Magreb, sobre todo, adoptaron una legislación represiva contra las personas que cruzaban o intentaban cruzar sus fronteras de manera ilegal. Pero las primeras víctimas de estas leyes fueron los nacionales de estos Estados y los habitantes de los países vecinos, dando lugar por ejemplo al arresto en Túnez de marroquís con destino a Libia por intento de emigración irregular. Esto ha provocado conflictos entre los países, sobre todo en la década 2000".
Bloqueo de carreteras
En 2015, en medio de lo que los europeos denominan "crisis migratoria"–con la llegada masiva de sirios como consecuencia de la guerra civil y la marcha de africanos de Libia por el agravamiento de los conflictos internos– la Cumbre de La Valeta sobre Migración, celebrada entre la Unión Europea y los Estados africanos, creó un fondo fiduciario de emergencia "destinado a generar estabilidad y a abordar las causas profundas de la migración irregular y de los desplazamientos de personas en África". Con una dotación de 4.852,5 millones de euros a finales de 2020, el fondo financia proyectos de cooperación policial y ayuda al desarrollo, así como el apoyo a los refugiados internos y externos.

"A cambio, los Estados africanos se encargan de interceptar las rutas migratorias", señala Florence Boyer, geógrafa y antropóloga de la UMI URMIS. "En 2015, Níger recibió el apoyo de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) para adaptar su nueva legislación al Protocolo de Palermo. Níger es el principal beneficiario del fondo en África Occidental. El Estado castiga ahora el transporte de migrantes no nigerianos que pretenden cruzar la frontera ilegalmente. El objetivo es poner freno al transporte de personas a Argelia y Libia. La legislación ha sido bastante eficaz en este sentido".
Un año después de su elaboración, la ley comenzó a aplicarse en los últimos días de agosto de 2016: la policía nigeriana detuvo a 137 personas e incautó un centenar de vehículos en la ciudad de Agadez, el punto de salida de los migrantes hacia Libia y Argelia. Sin embargo, durante años, convoyes de vehículos con hasta 35 personas cada uno habían estado cruzando el desierto bajo control policial. Una de las tareas de estos funcionarios era comprobar que los conductores cumplían la normativa y pagaban los impuestos aplicables al transporte de pasajeros. La legislación actual está generando tensiones en la región.
La consecuencia inevitable es que las rutas migratorias, lejos de desaparecer, siguen existiendo, con la diferencia de que cada vez son más peligrosas. "Hoy en día, cada coyote viaja solo, sin convoy", continúa la investigadora. "Evitan las ciudades donde hay muchos controles: viniendo de Zinder, en el sur, atraviesan el desierto del Teneré hacia el norte sin pasar por Agadez, lo cual es muy peligroso. Así que ya no se detienen en los puntos de agua donde les espera la policía: dejan a los migrantes en el desierto, van a por agua y luego vuelven a buscarlos. Por lo tanto, los viajeros se arriesgan a que pueda haber una avería o a que el coyote los abandone. Se ha destruido el sistema que hacía que estos viajes fueran seguros".

© IRD – Julien Brachet
Migrantes con destino a Libia en el desierto del Teneré
La migración continúa
¿Ha logrado la política restrictiva europea sus objetivos? El estudio "Three sub-Saharan migration systems in times of policy restriction", publicado en 2020, muestra que la migración entre el África subsahariana y la Unión Europea continúa. La probabilidad de emigrar no ha disminuido, sino que las trayectorias de los emigrantes han cambiado porque, como en el ejemplo nigeriano, adoptan otras estrategias para conseguir sus fines.
Así, se trasladan a nuevos países de destino cuando las políticas migratorias de los países de acogida tradicionales se vuelven más estrictas. Cada vez más senegaleses, que antes iban a Francia, han decidido dirigirse a España e Italia, donde las condiciones de acceso al territorio son más fáciles y hay mayores oportunidades de empleo. Además, los investigadores han observado que los individuos tienden a adoptar nuevas estrategias como resultado de las dificultades para obtener un visado. Por ejemplo, solicitan visados de estudio, viajan sin documentos o solicitan asilo al llegar a su destino, mientras que antes les resultaba más fácil emigrar como trabajadores o en el marco de una reagrupación familiar. Por último, la adopción de políticas migratorias cada vez más restrictivas ha hecho que menos personas regresen a sus países de origen.
Quedarse
"Los responsables políticos han querido poner barreras para evitar la emigración, pero el efecto ha sido lo contrario: los emigrantes ya no vuelven a casa", afirma Marie-Laurence Flahaux, demógrafa de la UMI LPED y autora del estudio. "Por ejemplo, los senegaleses que venían a Francia a trabajar regresaban unos años más tarde a su país, donde habían dejado a sus familias. Tenían la posibilidad de volver a Francia en caso necesario para trabajar de nuevo. Hoy en día, los migrantes sopesan la pertinencia de volver a su país de origen en función de la situación que allí les espera, pero también de las posibilidades de volver a Francia después. Ahora bien, las condiciones para desplazarse son tan difíciles que prefieren quedarse permanentemente en el país de acogida".

Estas dificultades de circulación también conducen a situaciones de "inmovilidad involuntaria", en las que las personas a veces permanecen varios años en un país de tránsito –Marruecos o Argelia, por ejemplo– antes de poder salir. Viajar por rutas migratorias cada vez más difíciles aumenta el coste del viaje.
Por tanto, las nuevas políticas migratorias han trastocado las trayectorias y situaciones de los individuos, pero no han logrado su objetivo de reducir la migración entre África y Europa.
La excepción camerunesa
La gran mayoría de los Estados africanos, salvo Camerún, han reforzado su arsenal jurídico contra la inmigración ilegal. Es una excepción en el continente. Desde su independencia en 1960, la libre circulación ha sido la norma. Dentro de la zona de la CEMAC (Comunidad Económica y Monetaria de África Central), formada por seis países –Camerún, República Centroafricana, Congo-Brazzaville, Gabón, Guinea Ecuatorial y Chad–, Camerún fue el primero en reconocer el pasaporte CEMAC, que permite viajar sin visado dentro de la subregión. "El Jefe de Estado, responsable de la política migratoria, tiene un discurso abiertamente optimista sobre el tema", explica Christelle Bikoi, investigadora del Centro Nacional de Educación de Camerún. "Camerún quiere ser un país abierto, una tierra de refugio para aquellos que lo necesitan. Tanto es así que el Estado ha puesto en marcha una política de acogida de refugiados procedentes de las zonas de conflicto de Níger, la República Centroafricana y Chad. Son muy numerosos en el país". Debido a su política migratoria especialmente flexible, el Estado camerunés se enfrenta también a una importante emigración de sus jóvenes, sobre todo estudiantes, hacia los países occidentales, así como a algunos países africanos como Senegal, Argelia y Sudáfrica.

"Taxi-brousse" entre Tahoua y Garin Bayou, Níger
© IRD – Florence Boyer
Emigrar, una aventura
"Fui a la aventura", "soy un aventurero " o "salí a buscarme la vida, a encontrarme a mí mismo" son algunas de las expresiones utilizadas por los migrantes africanos para describir su experiencia migratoria. "Estas expresiones recurrentes nos hablan de sus aspiraciones y su deseo de experimentar nuevas formas de vivir y de ser, menos limitadas, más intensas, más dignas. La autorrealización prima sobre el proyecto económico. La aventura se convierte así en una forma de vida ", subraya Sylvie Bredeloup, socio-antropóloga de la UMI LPED.
Réalisation : Casey Andrews et Enzo Fasquelle. Conseillère scientifique : Sylvie Bredeloup
Individualismo y solidaridad
Hace poco que los investigadores de la migración tienen en cuenta la migración de aventura. En los años 1960, las investigaciones sobre migración fueron llevadas a cabo por científicos que vivían principalmente en países occidentales, a partir de las realidades que se encontraban en las grandes ciudades de los países de acogida: migrantes africanos de origen humilde, generalmente agricultores en sus países, que habían pasado a ser obreros y se alojaban en residencias. Se destacaba la noción de solidaridad entre los inmigrantes y sus países de origen, su intención de reinvertir el dinero conseguido en el desarrollo de su región
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Entrevista con Harouna en Senegal: "Me fui a la aventura para aprender, hacerme rico y esas cosas".
Extracto de "Palabras de viaje", instalación presentada por Gilles Balizet, Sylvie Bredeloup, Charles Grémont (IRD, LPED) y Ludo Mepa (Les Obliques, la Disquette) con motivo de la Noche Europea de los Investigadores, Aix-en-Provence, 2021.
"Estos investigadores tenían una visión europea de la migración", añade Sylvie Bredeloup. "La investigación actual ha matizado estas ideas. En primer lugar, la movilidad era y sigue siendo intraafricana. Y, en segundo, no son los más pobres los que se van. Para marcharse, hay que contar con un capital económico, cultural o relacional. Por último, la emigración debe permitir a las personas regresar a sus países habiéndose desarrollado personalmente, pero también con la capacidad de respaldar los proyectos de sus familiares, que es la única manera de labrarse un prestigio. Por lo tanto, no existe una oposición definitiva entre individuos y comunidades en el panorama migratorio africano, sino la conformación de procesos complejos, híbridos y evolutivos, donde se entrelazan los destinos individuales y colectivos".
Testimonio: el viaje maltrecho de Bamadi
Bamadi, un joven maliense de Kita, tuvo que regresar a casa tras un ataque de bandas armadas en Trípoli donde resultó herido. Su testimonio es recogido en un video que se enseña a los jóvenes malienses en el marco de un programa de investigación dirigido por Sandrine Mesplé-Somps y Björn Nilsson.
Lo anterior se ve confirmado por una reciente encuesta realizada por los economistas Sandrine Mesplé-Somps y Björn Nilsson a 2000 hombres jóvenes del círculo de Kita en Malí. Al 60 % de los encuestados les gustaría marcharse, la mitad de entre ellos a otra parte de Mali, el 22 % en el continente africano y el 18 % fuera de África. Asimismo, dos tercios de los aspirantes a emigrantes indican que su proyecto migratorio es principalmente personal y no quieren que sus familias lo sepan.
Obstáculos en el camino
Los investigadores insisten en la idea de que los emigrantes tienen, ante todo, un papel activo, y no pasivo, en su viaje. Su personalidad y sus capacidades evolucionan a lo largo de su trayectoria, que es mucho más larga y compleja que antes. "Para comprender los factores de integración en los países europeos, no sólo hay que estudiar la situación de los candidatos a la emigración en los países de origen, sino también tener en cuenta todas las transformaciones que se producen durante la migración", afirma Nelly Robin, geógrafa de la UMI CEPED. "Todo se renegocia durante estas particulares experiencias de migración, que a veces pueden durar más de diez años".
Así pues, aunque las rutas utilizadas por los migrantes son antiguas –las mismas que se utilizaban para el comercio de la sal o de esclavos a través del Sahara–, estas se adaptan constantemente a las realidades políticas y las decisiones de los individuos. Desde hace varios años, las rutas migratorias conectan, por ejemplo, las rutas transaharianas con las de los Balcanes. En 2015, durante el exilio sirio a Europa, los ingenieros migrantes crearon una plataforma de intercambio de información donde los migrantes podían consultar las opciones disponibles y les permitía adaptarse a los diferentes obstáculos que podían encontrarse en el camino. "Estas rutas son una combinación de oportunidades, obstáculos, recursos y azar", dice el geógrafo. "Los espacios recorridos, los medios utilizados y las decisiones personales, que implican una voluntad y una intención concretas llevan a los migrantes, mujeres y hombres, a reconfigurar sus proyectos migratorios".

En Senegal, la ruta marítima a las Islas Canarias se convirtió en la favorita a partir de 2005.
Ese año se registraron 30 000 salidas hacia las islas españolas. Y a pesar del peligro de estos viajes –se rescataron 5000 cadáveres del mar–, los jóvenes senegaleses siguieron embarcándose en los cayucos en los años posteriores. El cierre de las fronteras terrestres por la epidemia de Covid-19 volvió a poner en primera plana esta ruta mortal –16 700 inmigrantes llegaron a Canarias en 2020 según el Ministerio del Interior español– interpelando a políticos y ciudadanos sobre su peligrosidad: 414 personas habrían muerto ese año intentando llegar al archipiélago español.
Preparar la vuelta
¿Por qué correr tantos riesgos? La idea de un retorno "glorioso" está arraigada en el imaginario colectivo. "El fracaso no es una opción", dice Sylvie Bredeloup. "Cuando te vas, estás obligado a tener éxito. Por eso, los emigrantes no dudan en arriesgarse: prefieren la muerte a la vergüenza. Los que regresan por la fuerza o no han podido preparar su regreso se esconden o no van a ver a sus familias. Y algunos de los que han ‘regresado mal’ se ven empujados a volver a marchar porque no pueden soportar el deshonor de haber vuelto a casa con las manos vacías".
La investigadora ha conocido a burkineses que habían vuelto de Libia y que estaban dispuestos a marcharse a otra vez pese a las dificultades encontradas en ese país y en el cruce de fronteras. Sin recursos en sus familias, confían en los contactos que han establecido en Libia para volver a probar suerte. En Malí, ocurre lo mismo: pese a las experiencias traumáticas vividas durante estos viajes, los individuos no cambian sus aspiraciones migratorias. Tienen grandes esperanzas de un futuro económico y social mejor gracias a la migración y una creencia inquebrantable en su destino.
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