El lenguaje de don Quijote
En una venta que toma por un castillo, don Quijote adopta el lenguaje de una corte del pasado con unas mozas del partido que toma por señoras (problema de pragmática lingüística): «El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo», I.2.14.
«Este es el sistema expresivo con que se caracteriza al hidalgo en lo que muy bien pudiera ser el primer proyecto cervantino: arcaísmos apiñados al principio, que luego se entreveran en una elocución de léxico más llano, pero muy retorizada. Cuando don Quijote habla descuidado de su condición de héroe, su idioma pierde tales rasgos y deja paso a una espontaneidad coloquial que puede recaer en la vulgaridad, contrastando cómicamente con el énfasis anterior. Frecuentemente, el narrador avisa de las circunstancias de la enunciación que van a condicionar la expresión del personaje: «Con gentil talante y voz reposada les dijo...» (I.2.10); «Don Quijote alzó los ojos al cielo y, puesto el pensamiento -a lo que pareció- en su señora Dulcinea, dijo...» (I.3.11); «Levantó don Quijote la voz y con ademán arrogante dijo… » (I.4.33). Este acomodar lo que se dice a la manera como se enuncia, es ya completamente moderno.», F.L. Carreter, en Rico 1998 a, p. XXIX.
Esta escena con unas mozas del partido es la primera ocasión en que se hace explícito uno de los grandes temas del Quijote: el problema de la comunicación humana en cuanto puesta en común de la verdad. La transmisión de la verdad es enojosa entre personas de mundos diferentes, debido a la diversidad de opiniones y de intenciones de los hablantes, que cristaliza en la equivocidad del lenguaje, tanto a nivel léxico como a nivel morfosintáctico y pragmático. El mismo tema reaparece en la venta de Juan Palomeque el Zurdo, tomada igualmente por un castillo: «Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y requiebros; y, como no usadas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse y parecíales otro hombre de los que se usaban», I.15.16.
Si Cervantes hizo caballero andante a su héroe en una época en que los caballeros andantes ya no se usaban, era porque la literatura caballeresca se prestaba mejor que cualquier otra a ilustrar el problema de la diferencia entre ficción (la caballeresca) y realidad (la de la gente de finales del siglo XVI y comienzos del XVII). Bajo este problema aparece en filigrana el problema de la verdad histórica: don Quijote es un iluso y su ilusión es doblemente anacrónica; en primer lugar porque jamás hubo caballeros andantes de verdad, tal como los pintan los libros de caballerías; y en segundo lugar, porque aunque los hubiera habido, ya pasó esa época (Gaos).
Tras el problema de la verdad histórica emerge el problema propiamente metafísico de la capacidad de conocimiento de la verdad por el hombre: «Negar que el tema central del Quijote es el tema de la razón y la realidad, el del conocimiento de la verdad, es trivializar a Cervantes. Por esquivo que sea el autor, no puede dudarse de que el tema está planteado en la dirección crítica del idealismo metafísico, según el cual no hay conocimiento objetivo de la realidad: las cosas no son en sí, sino en el sujeto… El relativismo, subjetivismo, perspectivismo de la verdad alcanzada por el hombre dependen, por lo pronto, de que el ser humano no se limita a pensar la realidad, sino que la transforma a impulsos de su voluntad y de su afectividad. La realidad no sólo se da en el sujeto, sino para el sujeto.», Gaos, Q. III, p. 185.
Hiperrealismo quijotesco: Nadie más opuesto al nominalismo que don Quijote. Si el nominalista cree que los universales carecen de toda existencia tanto en la realidad donde sólo existen los objetos individuales, como en el pensamiento donde los universales no son sino meros nombres, Don Quijote cree en la realidad de los nombres, los toma por cosas. De aquí que quepa hablar no solamente de su realismo, sino de su hiperrealismo o realismo inmoderado.
Don Quijote cree que basta con inventar un nombre para dar existencia a una cosa, con lo cual le es fácil dar existencia a lo que no la tenía. También cree que basta cambiar el nombre de una cosa por el de otra, para que una cosa se transforme en otra, lo cual equivale a darle otra existencia diferente de la que tenía: «Una de las fuentes de los malentendidos que se prodigan en el Quijote es de orden linguístico. Su protagonista cree, por ejemplo, que basta con cambiar el nombre de Aldonza Lorenzo por el de "Dulcinea" para conferirle existencia. Don Quijote propende a pensar en términos caballerescos. Toda la aventura de los galeotes está montada sobre el carácter equívoco del lenguaje. En este capítulo, como en tantos otros pasajes de la obra, Cervantes plantea el problema del lenguaje como instrumento de comunicación y entendimiento entre los hombres. Problema que consiste no sólo en la imperfección del lenguaje mismo como vehículo de comunicación, sino también en que no sabemos o no queremos escuchar, por lo que en el fondo todo diálogo es más bien un monólogo, un mono-diálogo en que sólo oímos nuestra propia voz, en que traducimos las palabras del otro a nuestro propio idioma percibiendo no lo que se nos dice, sino lo que queremos escuchar. La conversación de don Quijote y Sancho a propósito de Dulcinea (I, 31) es un buen ejemplo de este fenómeno. », Gaos, Q. III, p.164-165.
En consecuencia: «El estrato más profundo de los "trabajos" de don Quijote, su radical heroísmo, no consiste en combatir con gigantes (para él lo son), sino en crearlos, en transformar la realidad mediante un constante esfuerzo agotador [de lenguaje]… La locura del caballero no estriba en desdeñar la experiencia, sino en querer desdeñarla.», ibíd. p. 169-170. También en querer que los otros la desdeñen. Así, por ejemplo, cuando Sancho no puede echar mano del testimonio de sus propios sentidos de hombre cuerdo, para decidir qué realidad esconde el polvo de las manadas de ovejas y carneros, entra en juego un factor importante para el conocimiento de la verdad: el testimonio ajeno. Pero este testimonio es según don Quijote: su oratoria produce en la cordura de Sancho el mismo efecto que la lectura en su locura: «con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer.», I.18.12.
«Don Quijote, nuevo Midas, lo quijotiza todo a su contacto: personas y cosas. Las armas de que está revestido no son las de sus bisabuelos, sino las que ha forjado con su firme voluntad de ser quien es y de permanecer abroquelado en su propio mundo, impermeable a las insidiosas asechanzas del entorno, inmune a todo ataque desde el exterior. Para poder burlarse de don Quijote, combatirle o vencerle, previamente hay que aceptar sus leyes de juego. Su locura es enormemente contagiosa. La "quijotización" de Sancho es el caso más notorio, pero en modo alguno el único. El cura y el barbero, Dorotea, Sansón Carrasco, los duques y tantos otros se ven arrastrados por el vendaval de la enajenación quijotesca.», Gaos, Q. III, p. 173-174.
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Salvador García Bardón, Taller cervantino del “Quijote”, Textos originales de 1605 y 1615 con Diccionario enciclopédico, Academia de lexicología española, Trabajos de ingeniería lingüística, Bruselas, Lovaina la Nueva y Madrid, aparecerá en 2005.