“El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8, 26).
Una vocación acreditada en la Iglesia es la de quienes se consagran a orar por los demás, porque creen en el poder de la oración. Y una experiencia permanente es la súplica que se recibe en los monasterios, solicitando que se ore por intenciones concretas de extrema necesidad.
Orar por los demás es una aportación a la paz social. “Ruego, pues, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto” (1Tm 2, 1).
La Iglesia en la Liturgia Eucarística y en la Liturgia de las Horas eleva preces universales, y en ellas pide a Dios por toda la humanidad. El Orden de las Vírgenes recibe el ministerio de la oración, al igual que los diáconos y los presbíteros. En los días de la pandemia, cuando no se podía salir de casa, la oración de intercesión se convirtió en la actividad pastoral por excelencia.
Ora con la Iglesia por todos.