“Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».” (1Cor 11, 23-25)
Los misterios luminosos, instituidos por el papa San Juan Pablo II, culminan en la consideración del Misterio de la Eucaristía, donde se contempla la acción suprema que Jesús nos dejó en la última noche de su estancia histórica con nosotros: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. “Tomad y bebed, esta es mi sangre”. San Juan María Vianney, refiriéndose a la Eucaristía y al ministerio sacerdotal, decía: “Menos mal que no nos enteramos de lo que acontece cuando un sacerdote celebra, porque si se diera cuenta, se moriría de repente”.
En los primeros tiempos, decir "Cuerpo de Cristo" era referirse tanto a la Eucaristía como a la Iglesia. Con el tiempo, Iglesia y Eucaristía se fueron diferenciando, pero como afirman varios documentos: "La Iglesia hace la Eucaristía" y "la Eucaristía hace la Iglesia". Son sobrecogedoras las palabras de san Agustín: “Vosotros sois aquello mismo que recibís, el Cuerpo de Cristo, en la medida que lo sois. Sobre el altar está vuestro propio misterio”. Jesús dijo: “Lo que hagáis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis”. Eucaristía y caridad están profundamente interrelacionadas.
Considera la correspondencia que se da entre Eucaristía e Iglesia.