Sobre el Sínodo que viene, o está viniendo
| Victorino Pérez Prieto
Una pequeña parte de la Iglesia católica, que forma parte de la sociedad en proporción más pequeña aún… está siendo movilizada en los últimos tiempos para un nuevo sínodo, con un tema y un título atractivo para los que abogamos por una Iglesia más acorde con el proyecto liberador de Jesús de Nazaret: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Un acontecimiento y un proceso que invita a caminar juntos, a acompañarse, como indica la misma palabra sínodo: syn (“juntos”) y hodos (“camino”). Puede resultar algo atractivo y así lo han ido manifestando en los últimos meses algunos grupos y ambientes de Iglesia. Pero, confieso que no me siento muy ilusionado con la propuesta, y he tenido que hacer un gran esfuerzo de motivación para ponerme a escribir sobre el tema –tras un largo tiempo de silencio en este blog por distintas circunstancias ajenas a él–, porque no encontraba esa motivación.
¿Por qué? En primer lugar, por la misma convocatoria y luego por lo que hemos ido viendo en la historia de los mismos sínodos. Una convocatoria que está hecha desde arriba y controlada por los de arriba –y no precisamente por el Señor de los cielos, sino por señores de la tierra…– tanto en el proceso de elaboración –incluso la participación del pueblo desde unas preguntas ya elaboradas previamente por ellos…–, como en el tratamiento de las conclusiones, y, lo que es más importante, por lo que se va a hacer con estas. Es un “sínodo de los obispos”, lo convoca el papa y la curia vaticana; el secretario general será un cardenal –los subsecretarios, otro obispo y una mujer, creo van a decidir muy poco…-, el presidente y el relator serán también arzobispos, etc.
Los sínodos, revitalizados tras el Concilio Vaticano II, son solo “organismos consultivos”, y tienen por misión “asesorar al papa” en el tema propuesto; por eso, es éste el que escribe el texto final tras su conclusión, la “Exhortación Apostólica Postsinodal”, y lo hace según le parece él. Es decir, no tienen ninguna capacidad real de decisión. Y así ha ocurrido en la historia de estos desde Pablo VI hasta Francisco.
Ha ocurrido desde el primero (1967) conPablo VI, aún en el clima ilusionante del Vaticano II, pero que tenía un título menos sugerente que el actual (“Preservación y fortalecimiento de la fe católica, su integridad, su fuerza, su desarrollo, su coherencia doctrinal e histórica”), los siguientes (1969, 1971 y el de 1974 que dio lugar a la hermosa “Evangelii nuntiandi”); luego los que se realizaron en el pontificado de Juan Pablo II (1977, 1980,1983, 1985, 1987, 1990... 2003) y en el de Benedicto XVI (2005, 2008, 2009 y 2010). Al último (2019), con Francisco, el Sínodo de la Amazonia, que pretendía abrir “nuevos caminos para la Iglesia”; pero sus grandes e ilusionantes propuestas sobre el ministerio y las nuevas formas de evangelización desde los laicos, hechas en la periferia, quedaron en papel mojado.
¿Será este nuevo sínodo 2021-2023 diferente? Me temo que no. Primero, por su convocatoria; aunque se pretenda “escuchar a toda la Iglesia y encontrar métodos que faciliten llevar este concepto de sinodalidad a la práctica”, está realizada desde una autoridad impuesta a todo el pueblo de Dios que no va a hacerse el harakiri. Y segundo, por su planteamiento también jerárquico; las reflexiones previas seguirán siendo utilizadas solamente según el arbitrio del papa y la curia vaticana. Se ha destacado mucho la “novedad”, por primera vez en la historia de los Sínodos, de no limitarse el sínodo a la Asamblea de los obispo en octubre de 2023, sino que habrá una presunta participación de todo el pueblo de Dios (sacerdotes, religiosos/as, laicos/as, hombres, mujeres, jóvenes, adultos…); comenzando con fases previas de consulta en las Iglesias particulares, particularmente de los laicos y las comunidades, según laintención del papa Francisco en que “la Iglesia entera participe en la búsqueda de métodos en pos de la sinodalidad”.
Pero esto ¿será realmente escuchar la voz da la Iglesia de base?¿Qué ocurre con los que ya de entrada van a ver excluida y/o silenciada su voz? En primer lugar, las mujeres, ¿estarán en él realmente en pie de igualdad con los clérigos varones, obispos o incluso del más bajo escalafón? Pero también los divorciados y vueltos a casar, las personas LGBTIQ y los bautizados/as “rebeldes”... No es de extrañar que en algún comentario se haya escrito que para creer realmente en la eficacia democrática del sínodo le gustaría tener la lista de las cosas que realmente cambiarían, tras las propuestas hechas, y comprobar luego si es verdad; para que no ocurra lo tan sabido de hacer creer que algo cambia para que realmente nada cambie.
Luis Marín, subsecretario del Sínodo, dijo hace unos meses en unas Jornadas de Apostolado Seglar de la CEE que “el sínodo no se hace para que todo siga igual”, valorando la corresponsabilidad real de los laicos. Frente a un modelo eclesiológico piramidal que calificó como “falso”, dijo que había otro que también lo era: un “modelo de esfera” donde todos somos iguales y todos votamos y decidimos. Y propuso una tercera imagen: “El poliedro: mismo nivel, pero distintas caras, distintos colores. Diversidad en unidad: comunión, participación y misión en una Iglesia pueblo de Dios que camina unido”.Muy bonito; pero la realidad es que si en la iglesia el poder no es circular y democrático/koinónico, sigue siendo piramidal/feudal y solo lo ejercen unos pocos, que a todo más le darán a los laicos migajas de participación para contentarlos.
Me temo que esto será lo que ocurra una vez más con este sínodo, a pesar de las ilusiones puestas en él. Mientras no se dé un verdadero “cambio estructural de la Iglesia”,que pedía el gran teólogo Karl Rahner hace cincuenta años (1971) en el contexto de un sínodo de la Iglesia alemana, se tratará de parches que no van a cambiar realmente nada.