Para él que quiera pensar y creer "Silencio" de Scorsese, una obra maestra del cine espiritual
(Peio Sánchez Rodríguez).- Probablemente junto con "El árbol de la vida" de Terrence Malick nos encontremos con una de las películas de más densidad teológica en perspectiva cristiana. Lo que la coloca al lado de obras maestras de la altura de Dreyer, Bresson o Tarkovski.
El apropiado "silencio" antes de su estreno ha generado una expectativa en crítica y público que no defrauda. Para los más alejados de la fe resultará una película extraña, inquietante y con probabilidad incómodamente confesante. A los creyentes que esperan una película de vida de santos misioneros y mártires les resultará decepcionante por ambigua y falta de luz cegadora, de una conversión tumbativa. Pero al que quiera pensar y creer, quizás le sumerja en un silencio habitado.
Scorsese es un cristiano anómalo, en cierta forma un cristiano oculto. Por este motivo cuando el arzobispo Paul Moore, tras comentar y defender su película "La última tentación de Cristo" (1988), le regaló la novela de Endô, le estaba y nos estaba haciendo un gran servicio. El proyecto de hacer una película de "Silencio" ha acompañado al director de "Malas calles" (1973), "Taxi Driver" (1976), "Toro salvaje" (1980), "Casino" (1995), "Gangs of New York" (2002), "La invención de Hugo" (2011) y "El lobo de Wall Street" (2013) durante casi 30 años. Ha sido un tiempo tanto de controversias legales como de maduración estética y espiritual.
"Silencio" dura dos horas y cuarenta minutos. Se trata de una peregrinación espiritual que sigue fielmente a la novela. El director está mucho más preocupado por transmitir la experiencia espiritual que por crear una atmósfera afectiva para la narración fílmica, lo que exige al espectador adentrarse entre las nieblas y barros en el drama humano al que Dios asiste aparentemente silencioso.
Scorsese es un director de dramas con personajes torturados que andan buscando la luz. El Jesucristo de "La última tentación" no era una excepción. El Charlie de "Malas calles", el boxeador Jake LaMotta de "Toro salvaje", la peripecia de la joven viuda en "Alicia ya no vive aquí" (1974), o el prometedor abogado Newland Archer de "La edad de la inocencia" (1993) siguen el modelo de seres torturados, inadaptados entre el cielo y la tierra. Tras esta tensión trágica, en Scorsese late, tanto como en los autores que adapta, una búsqueda espiritual que se hace temática no solo en su filmación del libro del cristiano ordodoxo-heterodoxo Nikos Kazantzakis, sino también en "Kundun" (1997) desde el budismo y de nuevo con el P. Rodrigo, todo un arquetipo del cristianismo trágico unamuniano.
La factura fílmica es excepcional. La representación del Japón medieval con sus brumas entre la noche y fe, el barro de la pobreza de una sociedad injusta y violenta, el oscuro mar que amenaza como el poder despótico. Lo fétido no se huele pero se siente. La secuencia magistral de la tortura y muerte de los campesinos cristianos, crucificados en la orilla del mar que les ahoga y asesina, es de una contención estética que permite erizar la piel.
La actuación del aparentemente superficial Spiderman, Andrew Garfield, en el papel del padre jesuita protagonista resulta más que una sorpresa agradable. Como ya ha demostrado en "Hasta el último hombre" (2016) de Mel Gilson se trata de un actor que tiene algo de los modelos bressonianos, un rostro capaz de mostrar un misterio. Issei Ogata en el papel del gobernador militar Inoue, escondido bajo la apariencia de un viejo samurái resulta de una gran potencia dramática a la altura de los personajes inolvidables de Akira Korosawa, viejo amigo de Scorsese. El director italonorteamericano apareció haciendo de Vincent Van Gogh en "Los sueños de Akira Korosawa" (1990). La presencia-ausencia del personaje del padre Ferreira, contenido y enigmático Liam Neeson en su aportación, resulta un factor agregador de sentido. Yôsuke Kubozuka en el papel del infiel y fiel Kichijiro cumple con creces su papel de espejo del protagonista. Mientras que el padre Garpe interpretado por Adam Driver supone un contrapunto para el seguro liderazgo de P. Rodrigo.
El drama interno del protagonista supone una transfiguración. El punto de partida es la generosa disposición del misionero que viene a evangelizar y cambiar el mundo bajo la bandera de Jesucristo. El primer giro vendrá ante el reconocimiento de la fe sencilla y valiente martirio de los pobres campesinos japoneses, los cristianos ocultos y verdaderos. El segundo giro de tuerca vendrá tras el denso y casi cómplice silencio de Dios, un Dios que calla ante el sufrimiento de los inocentes. La rosca apretará a fondo en la comprobación de la debilidad, cuando la confianza en sí mismo salta por los aires ante el miedo a la tortura en sí y en los otros, los pequeños hermanos. Y justo allí en medio del más radical silencio se oirá una palabra...
No es una casualidad que en un tiempo de densificación del dolor de los pobres, de fuerte secularización silenciosa de dioses, de renovada persecución fundamentalista de los distintos la actualidad de "Silencio" nos resulte inquietante. Scorsese se ha sabido aupar en la potencia de la obra de Endô para realizar una meditación espiritual sobre el rostro de Dios presente en Jesucristo. Desde este rostro se verifica toda mediación humana que antes que salvar necesita ser salvada. La apostasía en un paso para la purificación de la fe, la duda es una puerta para la confianza, el sufrimiento un crisol innecesario pero sobrevenido que hace descansar el pie en la definitiva roca firme.
Como creador el director añade en su obra algo más que un artesano de adaptaciones. El final de Scorsese, en su sutileza, será más rotundo y occidental, que el final de la novela de Endô. Que solo sea por este final añadido, vale la pena el camino. El infiel jesuita y su fiel sirviente Kichijiro se unen por fin. La última vuelta en un minúsculo símbolo dejado por una mujer.
Los "cristianos ocultos" en Japón
La historia del cristianismo en Japón he de ser comprendida desde los "kakure kirishitans", la iglesia de las catacumbas. Entre finales del siglo XVI y el año 1865 los cristianos fueron perseguidos y prohibidos en el llamado período Edo de la historia de Japón, un período de estabilidad muy marcado por la defensa de su propia tradición y estructura social. Tras la llegada de los primeros misioneros con San Francisco Javier (1549), de la mano de portugueses y españoles, y tras un tiempo de acogida, el cristianismo fue visto como una amenaza de conquista de la mano de las potencias occidentales. El ejemplo de Filipinas y América era una confirmación.
Tras algunos episodios de persecución como los 26 mártires de Nagasaki (1597) y periodos de calma se instaura la prohibición en la que 5000 cristianos fueron exterminados. La rebelión campesina-cristiana de Shimabara fue sofocada con la muerte de 37.000 rebeldes y la destrucción de las iglesias, la expulsión de los misioneros y la desaparición de los japoneses cristianos que eran obligados a apostatar pisando los "fumie" pequeñas imágenes de Cristo y de la Virgen María. Durante dos siglos se mantuvo oculto un cristianismo organizado en pequeñas cofradías presentes entre la población campesina y sin ningún contacto con las iglesias. Este cristianismo popular y sincretista sobrevivió en pequeños núcleos hasta que en 1865, tras la legalización del cristianismo, 15 japoneses cristianos ocultos aparecieron en una iglesia para europeos de las afueras de Nagasaki, allí salieron a la luz los cristianos de las catacumbas en Japón.
Shûsaku Endô y su novela sobre la persecución de los cristianos
En 1966, Endô, el mejor novelista católico de Japón, publicó su obra Silencio. Fue un éxito enorme y el cristianismo en Japón, con poco más de un millón de fieles, se convirtió en motivo de debate y discusión. Dos millones de ejemplares vendidos, diferentes premios y la traducción a todas las lenguas de gran difusión hicieron del texto la obra más reconocida de su autor.
Endô influido por la cultura de los grandes escritores católicos franceses Mauriac, Claudel y Bernanos escribe desde un compromiso cristiano a la vez que desde la intersección de la identidad cultural japonesa y las influencias de Occidente. Su novela sobre la inculturación del cristianismo en el Japón largamente medieval adquiere una nueva actualidad en el tiempo de la secularización y en un momento del mundo donde la persecución de los cristianos se acentúa.
El contraste de sus dos protagonistas, el padre Sebastián Rodrigo y el cristiano Kichijirö, una especie de Judas japonés, representa el contrapunto de dos mundos: Oriente y Occidente. El misionero jesuita llega con su compañero Francisco Garrpe buscando al padre Ferreira, su antiguo maestro y formador, del que corre el rumor que ha apostatado. Su desembarco clandestino desde Macao, donde conoce a un Kichijirö borracho y ensimismado, a las islas de la zona de Nagasaki le lleva a ponerse en contacto con los grupos de campesinos cristianos ocultos. Allí conoce su fe y su papel de misionero se despliega en una mezcla de fidelidad a Jesús, servicio a aquellos cristianos pobres y perseguidos junto con una cierta y sospechosa arrogancia.
La peripecia de ficción basada en la historia real sirve a Endô para profundizar en cuestiones esenciales como la debilidad de la naturaleza humana, la fidelidad de los pequeños y sencillos, el silencio de Dios, la centralidad de Jesucristo, la inculturación de la fe, la violencia y la persecución, el poder de la imagen como sacramento y la fuerza oculta de la gracia divina.
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