Juan Pablo I, 32 días y una noche
Unos pocos años, después de estos hechos, cenando en el hotel Notre Dame de Jerusalén con un cardenal francés jubilado, ya fallecido, le pregunté a bocajarro: ¿Es posible que el Papa haya podido ser asesinado? Mi interlocutor mi miró fijamente y me dijo: en Roma todo es posible. Y añadió: “eres jóven, lee la historia de los Papas”. Sin duda, este hombre culto me reenviaba, precisamente a un periodo particularmente tétrico, que justifica ampliamente la denominación de «edad oscura» aplicada indiscriminadamente a todo el medioevo por la Ilustración. El cardenal Baronio, en sus famosos Anales, llamó a esta época «saeculum ferreum» (el Siglo de Hierro). La mayor parte de asesinatos de Papas corresponde precisamente a este tiempo, marcado por los manejos políticos de dos poderosas familias emparentadas: los Albericos o Tusculanos y los Crescencios. Estas familias y, particularmente sus mujeres, se erigieron en árbitros de Roma y de sus Pontífices. No ha habido, gracias a Dios, nada equiparable a esta nefasta etapa en la historia de los Papas. Muchos Pontífices en este período murieron envenenados por sus familiares, coperos o servidores más cercanos. Otros estrangulados u otras muertes más horribles y sofisticadas. En resumen, la violencia ha penetrado muchas veces los muros de San Pedro.
Por eso: ¿Qué pasó aquella tarde-noche misteriosa? ¿Qué razones había para eliminarle, si ese fue el caso? ¿Qué reformas, que no interesaban a algunos, estaba planteando? De este tema hay mucha literatura, pero han pasado varios años y las incógnitas permanecen. Probablemente, la Iglesia tendría que plantearse seriamente la posibilidad de la autopsia. O de hacer pública, la que algunos afirman que se hizo, a no ser que fuera destruída inmediatamente, por que no interesaba. Así de sencillo. No creo que esta práctica médica afecte a la “santidad” del cuerpo papal, pero si puede ser una medida de seguridad adicional de cara al presente y al futuro. Igual que en épocas recientes han desaparecido papeles de la mesa Papal, pueden suceder otras cosas. La tentación está siempre presente. Esperemos que algún día, del mismo modo que se examinan los cuerpos años después para cuestiones relacionadas con beatificaciones y santificaciones, se pudiera hacer lo mismo para clarificar los enigmas de la muerte de este Papa de la sonrisa. La Iglesia le debe una explicación y una clarificación al mundo, o al menos a los cristianos, a los que este Pontífice despertó a la esperanza y a la alegría.