Pidamos que Francisco, antes de “pasar de este mundo al Padre”, deje en vías de solución este nudo que el Espíritu está pidiendo a gritos desatar en todo el mundo Pidamos que el Papa Francisco sea ejemplo de libertad y valor
Muchos cristianos creen “insoportable” la marginación de la mujer en los ministerios y el celibato obligatorio a los “ordenados ministerialmente”
| Rufo González
Una constante del Papa Francisco es pedir en público y en privado que recen por él. En la Iglesia estamos convencidos que el Padre del cielo nos dará siempre su Espíritu:“Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?” (Lc 11,13). Esta es la oración que debemos hacer unos por otros: que “nos dejemos llevar por el Espíritu de Dios”. En esto ponía Pablo lo esencial del cristiano: “Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rm 8,14).
El servicio de Pedro siempre fue muy valorado: “Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él… De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: «Date prisa, levántate». Las cadenas se le cayeron de las manos” (He 12,5 y 7). La oración fue eficaz. Pedro actuó como “el ángel del Señor le iluminó”.
Pedro, llevado por el Espíritu, no permitía arrodillarse ante él: “Cuando iba a entrar Pedro, Cornelio le salió al encuentro y, postrándose, le quiso rendir homenaje. Pero Pedro lo levantó, diciéndole: «Levántate, que soy un hombre como tú»” (He 10, 25-26). Mucho menos se le ocurrió llamarse Santidad, ni santo Padre, ni Vicario de Cristo; y no digamos ser jefe de Estado, con poderes al margen del Evangelio. Aquí tenemos materia para pedir que el Papa se deje llevar del Espíritu y renuncie a ser jefe de Estado, actuar con poder absoluto, usar títulos nada evangélicos...
Pedro abrió a todo el mundo las puertas de la Iglesia. Aunque Jesús decía: “«Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel»” (Mt 15,24), Pedro actuó convencido de que se dejaba guiar por el Espíritu de Dios. Los apóstoles y hermanos de Judea le reprocharon esta conducta. Lejos de excomulgarlos, se reunió a explicarles sus razones: “Entonces el Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin dudar. Me acompañaron estos seis hermanos, y entramos en casa de aquel hombre” (He 11, 12). Aquella audacia extendió la Iglesia a todo ser humano, frente al miedo paralizante y estéril de la norma o costumbre de que “siempre se ha hecho así”. En este capítulo nuestra oración es de acción de gracias a Dios por el Papa Francisco: se ha dejado llevar del Espíritu de Dios subrayando la apertura de la Iglesia a todos. “Iglesia en salida, hospital de campaña, primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar” (Evangelii gaudium).
El servicio de Pedro fue conciliar la iglesia: ante opiniones opuestas, propició una asamblea. Se enfrentó a los que no querían cambiar: “Después de una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: «Hermanos, vosotros sabéis que, desde los primeros días, Dios me escogió entre vosotros para que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar?... Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensable” (He 15,7-10.28).
Pedro reconoce que a) “Dios le escogió para que los gentiles oyeran de su boca la palabra del Evangelio”; b) que“Dios ha dado testimonio a favor de ellos dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros”; c) que “el Espíritu Santo ha purificado los corazones con la fe”.
Pedro acusa: “ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar”. Esto ocurre ahora en la Iglesia. Muchos cristianos creen “insoportable” la marginación de la mujer en los ministerios y el celibato obligatorio a los “ordenados ministerialmente”. Es hoy evidente que “Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos (obispos y presbíteros casados, y mujeres cristianas) dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros”. La historia es testigo de las contradicciones que estas costumbres o leyes han generado en la Iglesia. Francisco, al llegar al pontificado de Roma, dijo que lo arreglaría. Ha creado comisiones sobre ellos. Pero los ha apartado de la discusión en el último Sínodo. El miedo a los integristas, a que fracturen la Iglesia, le impide avanzar de acuerdo con el Evangelio.
Pidamos que Francisco, antes de “pasar de este mundo al Padre”, deje en vías de solución este nudo que el Espíritu evangélico está pidiendo a gritos desatar en todo el mundo. Que aprenda de Pedro que también, a pesar de ser intuitivo e impulsivo, fue cobarde. Para evitarse líos, en algunas ocasiones, ocultaba su libertad evangélica. Pablo, el apóstol de los gentiles, le criticó públicamente: “cuando llegó Cefas a Antioquía, tuve que encararme con él, porque era reprensible… Pero cuando vi que no se comportaban correctamente, según la verdad del Evangelio, le dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?” (Gál 2, 11.14). Pedro aceptó esa crítica, sin privar de la palabra a Pablo; “... más ejemplar que la valentía de Pablo fue la humildad de Pedro” (San Agustín ).
Pidamos que surjan “Pablos” que sean capaces de reprender a “Pedro” por mantener leyes y normas contrarias al Espíritu de Jesús. “La Iglesia debería estudiar la posibilidad de revisar sus normas para permitir a los sacerdotes católicos la opción de casarse... Ha llegado el momento de discutir seriamente el tema y tomar decisiones al respecto. Ya hablé abiertamente sobre ello en el Vaticano, pero, en última instancia, no es mi decisión” (Charles J. Scicluna. arzobispo de Malta. 07.01.2024. “Times Of Malta”).
Pidamos que el Papa Francisco sea ejemplo de libertad y valor para “dejarse llevar del Espíritu de Dios”, que “sopla donde quiere” (Jn 3,8). Que “no apague el espíritu, no desprecie las profecías. Examine todo; se quede con lo bueno” (1Tes 5,19-21). Que reconozca que “Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos (obispos y presbíteros casados, y mujeres cristianas) dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros”.
Pidamos, como recomienda Francisco constantemente, que sintamos la presencia de María, Madre nuestra, como “vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, «perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hch 1,14), y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra” (LG 59).
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