Vivir en tu fe y amor, Jesús, lo llamas “vigilancia” Domingo 32º TO (08.11.2020): El Reino de Dios es una fiesta
“¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!” Mt 25, 1-13)
| Rufo González
Jesús compara una vez más el Reino de Dios con un banquete. Hay alegría, comida grata y abundante, ilusiones y relación armoniosa. La parábola supone el protocolo de las bodas judías. El novio, escoltado de familiares y amigos íntimos, va a la casa de la novia para la ceremonia de boda. Da regalos a los más allegados. Lo que solía distraer y retrasar la salida. Tras bailes y diversiones, los novios se dirigen, acompañados con antorchas, a la casa del esposo. Los invitados se enrolaban al desfile con sus propias lámparas o antorchas, aportando lustre y resplandor a la fiesta y al banquete. En esta espera, a la puerta del novio, se centra la parábola. Hay gente previsora e imprudente.
El Reino de Dios es una fiesta. Vivir al estilo de Jesús, movido por su Espíritu, es una alegría. Así lo presenta Jesús: bienaventurados... Es la felicidad que aporta el amor desinteresado, la mesa compartida, el trabajo bien hecho, el perdón ilimitado, la honradez y la bondad. A pesar del mal de este mundo limitado, las imprudencias, las enfermedades endémicas, la falta de sensatez..., “el Reino de Dios está en medio de nosotros” (Lc. 17.21).
Para disfrutar la alegría es necesario la vigilancia. Velar significa estar listos, despiertos mentalmente, atentos a la vida. Para ello hay que tener la lámpara viva, encendida, y “aceite de reserva”. La lámpara significa la fe-confianza en el amor incondicional del Padre, manifestado en Jesús. El aceite simboliza el amor que brota de la misma fe, la fecundiza y la hace creíble. La fe y el amor nos hacen aptos para acoger el Reino, para vivir su alegría. Lo que tiene valor es “la fe que actúa por el amor” (Gál 5,6b), dice Pablo. “La fe inspira a la caridad y la caridad custodia a la fe”, es una expresión frecuente del papa Francisco.
No necesariamente es egoísmo lo que hayen las doncellas prudentes, que no dejaron aceite a las poco previsoras. La parábola las considera símbolo de la preparación que debe tener la conciencia personal para descubrir la alegría del Reino. La conciencia no es intercambiable, es muy personal. Cada conciencia debe tener fe y amor para llegar a la dicha del Reino. Cada corazón, actuado por la fe, prepara y acoge la venida del Esposo. Es responsabilidad personal.
Las doncellas “necias” reciben una respuesta dura por no hacer provisión de aceite, por no tener amor en su corazón. La llegada del Reino exige fidelidad al amor y no vale el que otro tenga provisión de amor. “Velad porque no sabéis el día ni la hora” en que se presentarán ocasiones de ejercer la fe y el amor. Lo importante es ser fiel al don recibido (“talentos”, el mejor de todos: el amor) y servir a los necesitados (“tuve hambre...”). Así estamos preparados para entrar al banquete del reino de Jesús.
Hay que tener claro el ideal de nuestra vida: el Reino de Dios, vivido por Jesús. La vida en pos de ese Reino, necesita ser alimentada. Fe y amor se nutren, sobre todo, en la Eucaristía, signo y anticipación del banquete del Reino. Hay que mirar la vida, las circunstancias, las personas..., y analizar sus aspiraciones, su sentido, su esperanza, sus necesidades, sus limitaciones, sus capacidades... Y sentirnos fermento que contagia el Espíritu que nos anima.
Oración: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!” (Mt 25, 1-13)
Este, Jesús de todos, es el llamado de tu evangelio hoy:
¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!
Nuestra vida incluye siempre esperanza:
como unas muchachas que esperan ilusionadas
acompañar al novio y entrar al banquete;
saben que el novio llegará, y habrá fiesta;
pero ignoran el día y la hora exactos de su llegada;
las sensatas “se llevaron alcuzas de aceite”;
las no sensatas “no se proveyeron de aceite”,
y por ello pudieron entrar a la fiesta.
¿Qué nos quieres decir, Cristo Jesús, con esta parábola?:
Tú, Señor, estás persuadido de que
“el reino de Dios está en medio de nosotros” (Lc 17,21);
el Reino es una fiesta de alegría, una mesa compartida;
a él acuden personas “sensatas y no sensatas”;
tú, Cristo nuestro, quieres que todos seamos “sensatos”:
que “llevemos alcuzas de aceite” con las lámparas,
y así hagamos real el acceso a la fiesta de la vida.
La lámpara encendida es imprescindible para la fiesta:
es el símbolo de la fe esperanzada en que el novio llegará;
es la confianza en el amor incondicional del Padre,
manifestado en Jesús;
con la fe abrimos las puertas de la fiesta;
nos sentamos a la mesa de la dicha, puesta para todos;
sentimos la alegría a nuestro alcance;
vemos la gloria del Señor: “el ser humano viviendo en paz”.
Nos pides, Señor, que “llevemos alcuzas de aceite”:
el aceite simboliza el amor que brota de la misma fe,
la fecundiza y la hace creíble;
La fe y el amor nos hacen aptos para acoger el Reino,
para vivir su alegría;
lo que vale es “la fe que actúa por el amor” (Gál 5,6b), dice Pablo;
“la fe inspira a la caridad y la caridad custodia a la fe”,
es una expresión frecuente del papa Francisco.
Vivir en tu fe y amor, Jesús, lo llamas “vigilancia”:
“velad, porque no sabéis el día ni la hora”.
La vigilancia incluye muchas cosas:
buscar la luz, mirar la vida, escuchar sus gemidos;
estar atentos a la sabiduría de Dios
“que se nos aparece benévola en los caminos
y nos sale al encuentro en todo proyecto” (Sab 6, 16);
desvelarse y desvivirse por el Reino de los cielos:
ser activos, transformar las situaciones injustas...
Cristo Jesús: danos el espíritu de la vigilancia:
el que lleva a la oración a solas y en grupo;
el que incita a proclamar el reino de la vida dichosa;
el que nos lleva a soñar la fiesta de la resurrección;
el que aligera cruces y perdona “a quien no se lo merece”...
Preces de los Fieles (Domingo 32º TO 08.11.2020)
Hemos escuchado una vez más comparar el Reino de Dios con un banquete. Jesús quiere que la vida sea una fiesta compartida: mesa, amor, atención a los más débiles... Necesitamos su fe y su amor para hacerlo realidad. La eucaristía es su símbolo claro. Pidamos estar atentos a su Reino, diciendo: “auméntanos la fe y el amor”.
Por la Iglesia universal:
- que se inspire en el Espíritu de Jesús, libre y lleno de amor;
- que “todo lo humano encuentre eco en su corazón” (GS 1).
Roguemos al Señor: “auméntanos la fe y el amor”.
Por la concordia en el mundo:
- que extirpemos las raíces de la violencia: avaricia, soberbia...;
- que cuidemos especialmente a los más débiles.
Roguemos al Señor: “auméntanos la fe y el amor”.
Por las intenciones del Papa (noviembre 2020):
- que “la inteligencia artificial” mejore nuestra sociedad;
- que “el progreso de la robótica esté siempre al servicio del ser humano”.
Roguemos al Señor: “auméntanos la fe y el amor”.
Por los enfermos, los refugiados...:
- que nos sientan cercanos y atentos a sus necesidades;
- que colaboren animosos en salir de su situación.
Roguemos al Señor: “auméntanos la fe y el amor”.
Por esta pandemia que agobia a la humanidad:
- que todos contribuyamos a superarla;
- que evitemos los contagios y ayudemos a curar.
Roguemos al Señor: “auméntanos la fe y el amor”.
Por esta celebración:
- que nos sintamos comunidad y obremos en consecuencia;
- que nos pongamos a disposición mutuamente.
Roguemos al Señor: “auméntanos la fe y el amor”.
Cristo Jesús: danos el espíritu de la vigilancia: que nos lleve a la oración a solas y en grupo; que nos incite a proclamar y vivir el reino de la vida dichosa; que nos haga soñar la fiesta de la resurrección, banquete definitivo de tu reino. Tú,que vives por los siglos de los siglos.
Amén.
Jaén, 08.11.2020