“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos, que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” Esperamos, como Jesús, ser resucitados por el Espíritu (Domingo 7º TO 2ª Lect. 23.02.2025)
Queremos, Señor, amar como como tú, haciendo el bien sin esperar recompensa
| Rufo González
Comentario: “llevaremos también la imagen del celestial” (1Cor 15,45-49)
Tras las dos afirmaciones básicas de fe: “Jesús ha sido resucitado” (5º domingo), y “nosotros seremos resucitados también” (6º), leemos sobre cómo será la resurrección (1Cor 15, 45-49). Intenta contestar dos preguntas: “¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?” (15,35).
Pablo nos ofrece dos líneas de respuesta:
1. Por analogía (vv. 35-44): comparaciones que hacen inteligible la vida resucitada. Una es la siembra: la semilla muere y fructifica transfigurada. “Lo mismo es la resurrección de los muertos: se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual” (15, 42-44). Permanece la identidad personal, pero habrá transfiguración. Otro símil son los diversos cuerpos: terrestres y celestes. No todos los cuerpos celestes tienen el mismo resplandor.
2. Diferencia entre Adán y Jesús (vv. 44b-50). Esta es la lectura de hoy.
a) “El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente (ψυχὴν ζῶσαν: alma viviente). El último Adán, en espíritu vivificante (πνεῦμα ζῳοποιοῦν: espíritu que hace vivir)” (v. 45). Adán y Jesús son seres humanos. Pero Adán se queda en “alma viviente”. Jesús, por la resurrección, es transformado en “espíritu que produce vida en otros”.
b) “Pero no fue primero lo espiritual(πνευματικὸν: lo que procede del Espíritu), sino primero lo material (ψυχικόν: psíquico, nacido de materia animada), y después lo espiritual (πνευματικόν: nacido del Espíritu)” (v. 46). Es lo que dice Jesús a Nicodemo: “El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios… El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu” (Jn 3, 3-6).
c) “El primer hombre, que proviene de la tierra (ἐκ γῆς), es terrenal (χοϊκός, de χοῦς: tierra excavada o amontonada, polvo, nube de polvo); el segundo hombre es del cielo (ἐξ οὐρανοῦ: cielo). “Como el hombre terrenal, así son los de la tierra (χοϊκοί: polvorientos); como el celestial, así son los del cielo (ἐπουράνιοι: celestiales)” (vv. 47-48).En esta oposición entre terrenos y celestiales, algunos ven que, tras el juicio final, los considerados terrenos, serán aniquilados; los celestiales, entrarán en el reino celestial. Según dice Jesús a Nicodemo: “el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: `Tenéis que nacer de nuevo´” (Jn 3,5-7). Prefiero creer lo que dice el Vaticano II: “Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien al misterio pascual” (GS 22).
d) “Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial” (v. 49). En la semana V del TO, hemos leído en la 2ª lectura, este precioso texto de San Ambrosio: “Está claro que los que gimen anhelando la adopción filial lo hacen porque poseen las primicias del Espíritu; y esta adopción filial consiste en la redención del cuerpo entero, cuando el que posee las primicias del Espíritu, como hijo adoptivo de Dios, verá cara a cara el bien divino y eterno; porque ahora la Iglesia posee ya la adopción filial, puesto que el Espíritu clama: ¡Padre!, como dice la carta a los Gálatas. Pero esta adopción será perfecta cuando resuciten, dotados de incorrupción, de honor y de gloria, todos aquellos que hayan merecido contemplar la faz de Dios; entonces la condición humana habrá alcanzado la redención en su sentido pleno” (Ep. 35,4-6.13).
El ser humano, aceptando a Jesús, se siente hijo de Dios, se deja guiar por su mismo Espíritu, y espera la suerte de Jesús: ser resucitado por el Espíritu. Puede vivir así: “amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa, seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 35-36). Es la alternativa de Jesús: amor que vence al odio, perdón a la venganza, pobreza al robo, humildad a la ofensa…
Oración: “llevaremos también la imagen del celestial” (1Cor 15, 45-49)
Jesús resucitado:, hoy, Pablo alimenta nuestra esperanza:
“El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente.
El último Adán, en espíritu vivificante.
No fue primero lo espiritual, sino primero lo material
y después lo espiritual.
El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal;
el segundo hombre es del cielo.
Como el hombre terrenal, así son los de la tierra;
como el celestial, así son los del cielo.
Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal,
llevaremos también la imagen del celestial” (1Cor 15,45-49).
Tú, Jesús, eres “el último Adán, espíritu vivificante”:
lleno del Espíritu que te acompañó y nos entregaste;
“Espíritu de vida o fuente de agua
que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14; 7,38s);
por quien el Padre vivifica a las personas, muertas por el pecado,
hasta resucitar contigo, Cristo, sus cuerpos mortales (Rm 8,10-11);
Espíritu que habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles
como en un templo (1Cor 3,16; 6,19),
y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos
(Gál 4,6; Rm 8, 15-16 y 26)” (Vaticano II, LG 4).
Del mismo Pablo hemos recibido estos mensajes:
“Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos
habita en nosotros,
el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús
también dará vida a nuestros cuerpos mortales,
por el mismo Espíritu que habita en nosotros” (Rm 8,11).
“Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu
de que somos hijos de Dios;
y, si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos contigo, Cristo;
de modo que, si sufrimos contigo,
seremos también glorificados contigo” (Rm 8,16-17).
“También nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial,
la redención de nuestro cuerpo” (Rm 8, 23).
“Dios a los que había conocido de antemano
los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo,
para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos.
Y a los que predestinó, los llamó;
a los que llamó, los justificó;
a los que justificó, los glorificó” (Rm 8, 29.30).
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5, 5).
“Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles,
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias,
ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura
podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en ti, Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8,38-39).
La primera carta de Juan invita a mirar ese Amor:
“mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos, que cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo,
como él es puro” (1Jn 3, 1-3).
Queremos, Señor, amar como como tú:
amar, haciendo el bien sin esperar recompensa;
amar, incluso a quien nos rechaza;
amar, esperando siempre la vuelta a tu camino;
amar, “orando por los que nos calumnian”;
amar, atendiendo a los más necesitados.
rufo.go@hotmail.com