Las penalidades y limitaciones, vividas como Jesús, producen riqueza y gloria de amor El Espíritu nos renueva interiormente (Domingo 10º TO B 2ª Lect. 09.06.2024)
Que tu Espíritu nos ayude a anunciar tu Evangelio
| Rufo González
Comentario: “nuestro hombre interior se va renovando día a día” (2Cor 4, 13-5,1)
En el ciclo litúrgico B, durante ocho domingos del Tiempo Ordinario (7º-14º), leemos lo más sustancial de 2ª Corintios. En anteriores domingos se leen algunos rasgos de la identidad del apóstol: D. 7º: tiene el Espíritu de Cristo: “Dios… ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones” (1,18-22). D. 8º: “sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio… con el Espíritu de Dios vivo” (1b-6). D. 9º: da “el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo” (4,6-11).
El texto de hoy aporta otros rasgos de la identidad apostólica. En todos aparece el dinamismo del Espíritu que renueva nuestro interior y supera las tribulaciones de la vida.
- El apóstol actúa por fe: “Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos” (v. 13). Cita el salmo 116,10: “Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!»”. Pablo siente el espíritu de fe del salmista, a pesar de sentir su debilidad.
- La fe contiene la esperanza de resucitar con Cristo: “sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él” (v. 14). Es la fe en la solidaridad de Jesús con nosotros, sus hermanos.
- El apóstol, como Jesús, busca la realización personal nuestra: “todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios” (v. 15). Cuantos más sean “agraciados” más darán gracias al Padre.
- El apóstol, aunque débil, no desfallece ni es apático: “no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día” (v. 16). El“hombre interior” es el habitado por el Espíritu de Dios, “la gracia en la cual nos encontramos” (Rm 5, 2), el Amor derramado en nosotros por el Espíritu. “Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza” (2Tim 1,7).
- El apóstol vive esta experiencia: “la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.Porque sabemos que, si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos” (vv. 4,17-18 – 5,1).
El Espíritu, que nos habita, nos renueva interiormente. Las penalidades y limitaciones de este mundo, vividas como Jesús, producen riqueza y gloria de amor. Con las metáforas de nueva morada y nuevo vestido, Pablo narra en los versículos siguientes, no leídos hoy, nuestra situación real: “de hecho, en esta situación suspiramos anhelando ser revestidos de la morada que viene del cielo, si es que nos encuentran vestidos y no desnudos. Pues los que vivimos en esta tienda suspiramos abrumados, por cuanto no queremos ser desvestidos sino sobrevestidos para que lo mortal sea absorbido por la vida; y el que nos ha preparado para esto es Dios, el cual nos ha dado como garantía el Espíritu” (2Cor 5,2-5).
El Espíritu, que nos habita, suscita la esperanza, es “la garantía” del cumplimiento de la fe. Otros textos afirman esta prerrogativa del Espíritu: “Es Dios quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros; y además nos ungió, nos selló y ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones”(2Cor 1,21-22). “En Cristo, vosotros, después de haber escuchado la palabra de la verdad -el evangelio de vuestra salvación-, creyendo en él habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido. Él es la prenda de nuestra herencia, mientras llega la redención del pueblo de su propiedad, para alabanza de su gloria” (Ef 1,13-14). “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final” (Ef 4,30).
Oración: “nuestro hombre interior se va renovando día a día” (2Cor 4, 13-5,1)
Jesús, apóstol del Amor divino:
Pablo nos comunica su experiencia espiritual;
en tu cruz de amor descubrió tu Espíritu:
“los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría;
nosotros predicamos a Cristo crucificado:
escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles;
pero para los llamados —judíos o griegos—,
un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1,22-24).
Tu cruz, Cristo de todos, es la cruz del Amor:
el “Dios” de los judíos no puede sufrir de amor;
el dolor es debilidad, indigna de los dioses;
estos regalan poder, riqueza, honor, gloria…;
Pablo ve todo esto en la cruz de tu Amor:
“fuerza y sabiduría de Dios” (1Cor 1, 23-24).
Tu propuesta de vida es la fraternidad de los hijos de Dios:
confianza, ayuda, solidaridad, entre hermanos;
esfuerzo para vivir sin sufrimiento innecesario;
realización de los “talentos” de todos y cada uno;
sentido de la vida ajustado al bien, a la verdad, a la paz...
Tu evangelio es el mejor tesoro de la vida:
vivimos “atribulados en todo, mas no aplastados”;
“apurados, mas no desesperados”;
“perseguidos, pero no abandonados”;
“derribados, mas no aniquilados”;
“llevamos siempre y en todas partes tu muerte,
para que tu vida se manifieste en nosotros” (2Cor 4, 8-10).
Queremos compartir las palabras de Pablo:
“teniendo el mismo espíritu de fe,
según lo que está escrito: Creí, por eso hablé,
también nosotros creemos y por eso hablamos;
sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús
también nos resucitará a nosotros con Jesús
y nos presentará con vosotros ante él.
Todo esto es para nuestro bien,
a fin de que cuantos más reciban la gracia,
mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando
nuestro hombre exterior se vaya desmoronando,
nuestro hombre interior se va renovando día a día.
Pues la leve tribulación presente nos proporciona
una inmensa e incalculable carga de gloria,
ya que no nos fijamos en lo que se ve,
sino en lo que no se ve;
lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Porque sabemos que, si se destruye esta nuestra morada terrena,
tenemos un sólido edificio que viene de Dios,
una morada que no ha sido construida por manos humanas,
es eterna y está en los cielos” (2Cor 4, 13-5,1).
Que tu Espíritu nos ayude a anunciar tu Evangelio:
imitando tu vida humilde y acogedora;
hablando y escuchando a todos;
dejándonos llevar de tu Espíritu que aporta vida, salud, libertad…;
diciendo en verdad: “hemos decidido nosotros y el Espíritu Santo...” (He 15, 28);
permitiendo que “nuestra mesura la conozca todo el mundo…” (Flp 4,5).