“Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe” (1Jn 5, 1-4).
El Credo de Nicea confiesa: “Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”. Puede parecer que la Iglesia no es objeto de fe, sin embargo es el Misterio del Cuerpo de Cristo, en ella Él permanece y se nos da, y formamos todos los bautizados el Cuerpo de Cristo.
En las promesas bautismales se nos pide: “¿Renunciáis a Satanás? ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios? Y el creyente pronuncia: “Sí, renuncio” La renuncia al Malo implica el abro al bien. No es negatividad, sino profesión de amor a Dios y al prójimo.
Este año santo romano, cabe sentir de manera especial la pertenencia a la Iglesia, Misterio de Comunión, que nos ofrece la renovación bautismal por el perdón de los pecados.
“Obras son amores y no buenas razones”.