“Si dices que el cristiano no puede ser de provecho, insultas a Dios y lo dejas por embustero” ¡Qué humano es tu Evangelio, Señor! (Domingo 8º TO 2ª Lect. (02.03.2025)
La libertad, guiada por el Amor, hará las obras de Jesús sin miedo a la muerte
| Rufo González
Comentario: “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor” (1Cor 15,54-58)
Mensaje de la resurrección de Jesús: “lo corruptible” y “lo mortal” del ser humano será investido (ἐνδύσηται: endísetai) de incorrupción e inmortalidad. “Entonces se cumplirá la palabra que está escrita:«La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?».” (vv. 54-55). La “palabra escrita” es profecía de Isaías: “Aniquilará la muerte para siempre” (Is 25, 8a), y de Oseas:“¿Dónde está tu fetidez, muerte? ¿Dónde está tu contagio, Abismo? (lugar de los muertos)” (Os 13, 14). Pablo traduce la “aniquilación eterna de la muerte” como“la muerte ha sido absorbida (lit.: κατεπόθη:ha sido tragada, ahogada, bebida) en la victoria” de Jesús resucitado. Y “la fetidez mortal” de Oseas cesará; no es “victoria de la muerte”; ha sido eliminada en la resurrección de Jesús. Lo que era “contagio, peste” ya no existe. La muerte ya no es “aguijón, estímulo, contagio” del miedo que incapacita para ser libre ante cualquier tiranía. Lo dice muy claro la Carta a los Hebreos: la resurrección de Jesús “libera a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Hebr 2,15). La libertad, guiada por el amor, hará las obras de Jesús sin miedo a la muerte. Ahí el mayor signo de libertad: los mártires cristianos.
El desenlace de vida humana que predica Pablo:«La muerte ha sido absorbida en la victoria» de Jesús. Pero mientras vivimos en nuestra situación histórica estamos expuestos al pecado “que nos habita” (Rm 7,17.20). Tenemos una inclinación interna al mal. El Catecismo lo interpreta: “Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado (`concupiscencia´)” (CIC 418). Hoy la teología lo interpreta como egoísmo reinante, orgullo y afán de poder y dinero…, que incitan a la vida fácil, a satisfacer deseos primarios, cuyos placeres se prefieren al deber moral.
Sentido de esta enigmática frase leída hoy:“El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley” (v. 56). El pecado” es desobediencia a ley moral, concreción de la voluntad de Dios. “El pecado”, dice Pablo, es “aguijón de la muerte”: porque estimula a la degeneración humana, a no vivir racionalmente, a deshacer el modo humano de vida, a la muerte. Es lo que observamos en las personas degeneradas, tóxicas para sí y para los demás. La ley en sí buena puede ser “fuerza del pecado”: al dar a conocer sus preceptos, despierta el orgullo y el egoísmo de realizarnos por nosotros mismos, sin ayuda de nadie. El pecado no soporta obediencia a ninguna ley, aunque sea la de su propia naturaleza. Queremos ser nuestros creadores absolutos, guías, jueces, dictadores de sí mismos. Es la lucha que vive Pablo: “percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor! Así pues, yo mismo sirvo con la razón a la ley de Dios y con la carne a la ley del pecado” (Rm 7,22-25). Gracia a Jesús, dice, “el pecado no ejercerá su dominio sobre vosotros: pues no estáis bajo ley, sino bajo gracia” (Rm 6,14). Aceptar la gracia de Jesús (amor generoso, Espíritu de Dios) y dejarse llevar por ella supera nuestra tendencia egoísta, inhumana, insolidaria…
La vida, muerte y resurrección de Jesús revelan nuestra victoria vital: “¡Gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1Cor 15, 57). Y concluye: “De modo que, hermanos míos queridos…”. Es un apelativo muy cristiano: “hermanos míos queridos (ἀγαπητοί: de agápe: caridad)”. No es el amor erótico ni de amistad. Es el amor gratuito, divino. La conclusión (v. 58) se expresa con el imperativo“manteneos (γίνεσθε: sed, estad, vivid)) y cuatro atributos:
a) “firmes(lit.: asentados; ἑδραῖοι: de hedra: silla, asiento).
b)“Inconmovibles”(ἀμετακίνητοι: no cambiables).
c) “Entregaos” en el original no es imperativo; es participio, atributo del verbo principal (περισσεύοντες: de perisseúo: abundar, desbordar, aumentar, sobresalir…). Lit.: “abundando, creciendo, siempre en la obra del Señor”. “La obra del Señor” es el reino de Dios: curar toda dolencia, compartir “el pan nuestro de cada día”, vivir en fraternidad.
d) “Convencidos(εἰδότες: sabiendo) de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor”.
“Vuestro esfuerzo” por el reino de Dios son obras generosas, justas, buenas, como las de Jesús (curar, alimentar, fraternizar…). Nunca será vano: “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, os digo que no perderá su recompensa” (Mt 10,42). “Porque Dios no es injusto como para olvidarse de vuestro trabajo y del amor que le habéis demostrado sirviendo a los santos ahora igual que antes” (Hebr 6,10).
Oración: “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor” (1Cor 15,54-58)
Jesús resucitado, amigo y compañero:
hoy Pablo aviva nuestra esperanza;
esperanza para seguir tu camino hasta el final;
nuestra vida, dice, “será investida de inmortalidad”;
sucederá en nosotros lo que ya ha sucedido en ti.
Ni el pecado ni la ley nos separarán del Amor de Dios:
“ni muerte, ni vida…, ni ninguna otra criatura
podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en ti, Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).
“Si vivimos, vivimos para el Señor;
si morimos, morimos para el Señor;
así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor.
Pues para esto moriste y resucitaste tú, Cristo:
para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14, 8-9).
Tú, Jesús, has vivido el Amor incondicional:
buscando siempre la plena realización humana;
haciendo de la vida el reino del Dios-Amor;
“enseñando, proclamando el evangelio del reino
y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mt 4,23);
compartiendo “el pan nuestro de cada día”;
hermanando: “todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8);
intimando que “el amor no pasa nunca” (1Cor 13, 8).
“Tu obra”, Jesús, es voluntad del Padre:
“Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia.
El Padre, que permanece en mí,
él mismo hace las obras.
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí.
Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí,
también él hará las obras que yo hago,
y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn 14, 10-12).
San Juan Crisóstomo lo afirma con contundencia:
“No me digáis que es imposible cuidar de los otros.
Si sois cristianos, lo imposible es que no cuidéis.
Pasa aquí lo mismo que en otros campos de la naturaleza,
donde hay cosas que no pueden ser contradichas.
Pues igual aquí:
el compartir radica en la naturaleza misma del cristiano.
No insultes a Dios:
si dijeras que el sol no puede alumbrar, lo insultarías.
Y si dices que el cristiano no puede ser de provecho a los otros,
insultas a Dios y lo dejas por embustero.
Más fácil es que el sol no caliente ni brille,
que no que el cristiano deje de dar luz ...
Si ordenamos debidamente nuestras cosas,
la ayuda al prójimo se dará absolutamente,
se seguirá como una necesidad física”
(Homilías sobre los Hechos. PG 60, 162).
¡Qué humano es tu Evangelio, tu Amor, Señor!
Ayúdanos, Cristo nuestro, a vivirlo desde lo más profundo.
rufo.go@hotmail.com