El sentido del “perdón” se ha manipulado y sofisticado demasiado YO NI PERDONO NI OLVIDO

El perdón o es perdón sin reclamos, ni rencores, ni venganzas o no es perdón

“Perdono, pero no olvido”, “Yo ni perdono ni olvido”, son expresiones que, aunque no se oyen en tertulias, se dicen en corrillos. Mi reflexión hoy va más de cuestionamientos que de opinión. Dice un aforismo filosófico: “el hombre busca respuestas y sólo encuentra preguntas”. Y eso me ocurre a mí hoy. El motivo, una tertulia surgida a raíz de los últimos evangelios dominicales y las peloteras de la actualidad política. En ella bailaron las opiniones, las conjeturas y especulaciones, incluso los escepticismos. A modo de resumen, hago mías las polémicas.

De fondo, una duda ontológica: ¿qué quiero decir cuando digo o pienso “te perdono”?, o ¿qué quieren decirme cuando me aseguran “te perdono”? Porque, a veces usamos la expresión “perdón” o “perdone” como mera retórica, por disculpa o por cortesía. ¿Qué sentido “real” le damos, pues, a la palabra perdonar?, ¿o, por ser un “verbo”, se queda en simple “palabra”? La RAE no me ha resuelto mi duda. Me ha empachado a sinónimos.

¡Vaya embrollo entre olvidar y perdonar! Una de las grandes objeciones que se ponen para el perdón es el hecho de no poder olvidar. "No puedo perdonar porque no puedo olvidar". Perdón y olvido. Estas dos conductas pertenecen a dos potencias psíquicas distintas. Una, a la voluntad; la otra a la memoria. Por tanto, no depende la una de la otra, ni se interfieren. En realidad, el “olvido” no existe. Los acontecimientos quedarán como mucho en nuestro subconsciente, en ese “disco duro” que es nuestro cerebro. ¿Quién no ha convivido o encontrado a personas ancianas que “olvidan” lo inmediato y traen a su memoria hechos “olvidados” de su pasado más lejano? ¿Cómo es posible olvidarse de un crimen, de una violación, de una calumnia...?

Olvidar, si pudiésemos hacerlo, sería borrar de la memoria la ofensa, pero igualmente dejar de lado el sufrimiento, hacer como si nada hubiese pasado. Olvidar sería como ocultar una parte de la propia historia y una parte de nuestra historia común con el agresor. Borrón y cuenta nueva. El olvido sería el “inconsciente”, el “ignorar” al otro y lo otro. Y es que olvidar no es un acto voluntario, perdonar sí. Perdonar es una actitud que depende de la voluntad; y ésta viene marcada por la libertad y las opciones personales. Pienso que si se hace tan difícil perdonar es porque involuntariamente no podemos controlar ese sentimiento de rencor que se ha generado en nosotros; por tanto, no depende de la voluntad sino de la insensibilidad. “Perdónalos porque no saben lo que hacen”, exclama Jesús en la Cruz, sin embargo, su cuerpo resucitado guardará en sus llagas la memoria de la crueldad de sus verdugos.

Por otra parte, pienso que el sentido del “perdón” se ha manipulado y sofisticado demasiado. Está cargado de redundante “teología”. Generalmente se absolutiza el perdón. Tendríamos que decir que mucho hablar de él pero poco practicarlo. A Dios nos dirigimos continuamente pidiéndole que tenga compasión de nosotros, que perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. (Si nos perdona “como nosotros perdonamos”, ¡estamos apañados!) Pero aquí surge un “pero” de naturaleza humana. ¿Cómo sé yo que Dios me ha perdonado? ¿Perdonó Dios a Adán y Eva, cuando los condenó “a muerte” y los arrojó del Paraíso? ¿Perdonó Dios a la “humanidad malvada” cuando “se arrepintió de haber creado al hombre” y le mandó el diluvio? ¿Perdonó el rey de la parábola al mendigo que entró en el banquete sin el traje de fiesta, arrojándolo al fuego eterno? ¿Qué pensar de la frase de Jesús sobre los pederastas: “más les valiera que les ataran al cuello una piedra de molino…” ¿Indican perdón? ¿Cómo queda en estos casos el Padre amoroso, el Abba entrañable?  “¡¡Dios no perdonó a su propio hijo!!” ¿A mí sí? ¿Tendré que darlo por descontado?

Humanamente, a muchos nos cuesta “Dios y ayuda” perdonar a nuestro prójimo. Ante la “ofensa” –dicen algunos- hay que pedir primero justicia. No se refieren solamente a la penalización del delito, si lo hubiera, sino a la “disculpa” por parte del ofensor, es decir, el “reconocimiento” de su falta. A partir de ahí, podrán venir muchas otras actitudes por parte de ambos. Y digo yo, ¿me perdonará Dios a mí si no le pido perdón? ¿Necesita mi arrepentimiento para perdonarme? Últimamente se viene hablando y polemizando sobre la “amnistía”. Cuando Pablo en sus cartas habla del “perdón de Dios”, usa en ocasiones las palabras “indulto” y “amnistía”. Y pregunto: ¿la amnistía es perdón?, ¿es olvido?, ¿es perdón y olvido? El “Cordero de Dios” quita el pecado del mundo; pero, ¿con condiciones, vale decir, con la confesión? De lo contrario, ¿me condenaría al infierno? ¿Dónde quedaría su amor incondicional?

El odio y la venganza están presentes en la humanidad desde que el ser humano es humano, desde Caín y Abel. Perdonar – pienso yo- significa renunciar a la venganza y al odio. Este podría ser un matiz en una definición positiva. Y eso implicaría una manera de comprender el pasado que disculpa a las personas y a sus extravíos y aberraciones, por atroces que hayan sido. Frente a las pulsiones humanas de envidia, furor, venganza, Jesús nos sitúa ante la experiencia del perdón. Es la propuesta evangélica ante la realidad frecuente al resentimiento y agresividad. Aquí se encuentra la verdadera definición de perdonar. La “madurez” del ofendido lleva consigo el “no condenar”. Jesús no “perdona” a la adúltera. Simplemente le dice “Yo tampoco te condeno. Vete, y no lo hagas más”. En la parábola del “Hijo pródigo”, el padre no “perdona” a su hijo tarambana; simplemente “no hace caso” de sus “disculpas”.

Pienso que esto del perdón es un tema peliagudo. Yo creo que se trata de un concepto indefinido e indefinible. Más que definir lo que es, deberíamos hablar de “lo que no es”. Mirándolo desde la perspectiva humana, psicológica,  podemos deducir que el perdón no es olvido, no es borrar de la memoria lo que nos ocurrió; no significa excusar o justificar un determinado evento o mal comportamiento; no es aceptar lo ocurrido con resignación; no es negar el dolor producido por la ofensa; no es minimizar los eventos ocurridos; no significa que estés de acuerdo con lo que pasó o que lo apruebes. Perdonar no significa dejar de darle importancia a lo que sucedió, ni darle la razón a alguien que te ofendió; no es odiar, no es olvidar, no es justificar, no es necesariamente restablecer la confianza con el ofensor, no es solo aceptar disculpas.

Muchos de nuestros intentos de perdón fracasan porque confundimos esencialmente lo que significa perdonar y nos resistimos ante la posibilidad de empequeñecer y minimizar los eventos ocurridos. Aprender a perdonarnos nuestros propios errores nos permite enmendarlos y crecer. Aprender a perdonar los errores de los demás nos obliga a ponernos en su lugar y a cultivar la empatía. Conceder el perdón de verdad no es “amnesia” sino “amnistía”; es “rehabilitar” a la persona, devolverle la confianza, no sólo el afecto. Por eso resulta tan difícil. Y en situaciones extremas, el recuerdo de la ofensa deja traslucir la desconfianza, aunque hayamos corrido un tupido velo. El perdón o es perdón sin reclamos, ni rencores, ni venganzas o no es perdón.

Así transcurrió la tertulia. Entre dimes de unos y diretes de otros. Lo que no me quedó claro es si alguien salió convencido del significado de “perdonar”.

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