Esta noche (hoy), celebramos el abrazo del Misterio PREGÓN DE NAVIDAD

Abramos nuestro corazón al Amor que nace en Belén

PREGÓN DE NAVIDAD (24-25.12.2024)

Inspirado en las 2ªs lecturas de las eucaristías de Media noche y Aurora (Tit 2,11-14; 3,4-7)

En estas misas leemos dos fragmentos de la Carta a Tito. Resumen una cristología elemental, pero esencial, enmarcada en la realidad del mundo. Ante el desvarío moral y el conflicto violento, aparece el don gratuito de Dios: su Hijo, Jesús de Nazaret. Él ofrece el Amor como voluntad de Dios que perfecciona al ser humano y le ayuda a encontrar la fraternidad bienaventurada.

El primer texto (Tit 2,11-14) proclama el hecho de que “se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (ἡ χάρις τοῦ θεοῦ σωτήριος πᾶσιν ἀνθρώποις: “la gracia salvadora de Dios para todos los seres humanos”). Esa “gracia” (don gratuito) es Jesús. Él “nos ha enseñado a renunciar a la impiedad (incredulidad, no venerar a Dios) y a los deseos mundanos, y a vivir sensata (σωφρόνως), justa (δικαίως) y piadosamente (εὐσεβῶς: respetando a Dios)”.

Ahora estamos “aguardando la dichosa esperanza (μακαρίαν ἐλπίδα) y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”. Recordamos la obra de Jesús: “se entregó a sí mismo por nosotros (ἔδωκεν ἑαυτὸν ὑπὲρ ἡμῶν)”. “Nos libera de toda iniquidad (πάσης ἀνομίας: prefijo ἀ: «ausencia de» y νόμος: «ley, orden, estructura», vida sin ley). Literalmente: Jesús libra de la amoralidad, de que nuestra libertad sea sin ley o norma. “Purifica para sí (καθαρίσῃ ἑαυτῷ) un pueblo de su propiedad (λαὸν περιούσιον(de perí y eînai: alrededor y estar: pueblo que viva, esté, en torno suyo), dedicado enteramente a las buenas obras (ζηλωτὴν καλῶν ἔργων: celoso de buenas obras). Recuerda el sermón de la montaña para “ser perfectos como vuestro Padre celestial” (Mt 5).

El otro texto arranca de constatar la degradación de la vida entregada al egoísmo (3,3): “Mas cuando se manifestó la bondad (χρηστότης: utilidad, necesidad) de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre (φιλανθρωπία: amistad humana), no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia (κατὰ τὸ αὐτοῦ ἔλεος: según su compasión; aquí se pasa de filantropía a agapé: amor gratuito), nos salvó por el baño del nuevo nacimiento (παλιγγενεσίας: palingenesia, nacer otra vez) y de la renovación (ἀνακαινώσεως: rehacer, renovar) del Espíritu Santo, que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos (γενηθῶμεν: lleguemos a ser), en esperanza, herederos de la vida eterna (κληρονόμοι κατ’ ἐλπίδα ζωῆς αἰωνίου: clérigos o herederos conforme a la esperanza de vida eterna)” (Tit 3,4-7). Toda la Iglesia es “clero”, “parte”, “participación”, “suerte de la herencia”, de Dios. La distinción entre clérigos y laicos no es bíblica.

PREGÓN:

Hermanos:

Esta noche (hoy), celebramos el abrazo del Misterio

al que nadie ha visto jamás” (Jn 1,18),

a la humanidad, a cada ser humano,

en la persona de Jesús de Nazaret.

En la vida histórica de Jesús

se ha manifestado la gracia de Dios,

que trae la salvación para todos los hombres”.

Esa “gracia” (don gratuito) es Jesús de Nazaret,

cuyo nacimiento estamos celebrando.  

Él, Jesús, “nos ha enseñado:

a renunciar a la impiedad” siendo creyentes

y venerando la Bondad, la Vida y el Amor;

a renunciar a los deseos mundanos”:

oscuras estrategias de nuestro Ego,

para tener dinero, poder, alabanzas…,

y huir de la necesidad de los hermanos…

a vivir sensata, justa y piadosamente

respetando a Dios” y a los hermanos;

“aguardando la esperanza bienaventurada

y la manifestación de su gloria

de gran Dios y Salvador nuestro”.

Jesús “se entregó por nosotros:

para librarnos de la amoralidad”:

de que nuestra libertad sea libertinaje,

sin norma y sin ley;

para purificar un pueblo que viva en torno suyo;

celoso de buenas obras” (Tit 2,11-14);

un pueblo que viva haciendo el bien como el Padre del cielo:

que hace salir su sol sobre malos y buenos,

y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45).

Jesús fue “manifestación de la bondad de Dios

y de su amor a todo ser humano:

nos invitó “al baño del nuevo nacimiento

y a la renovación del Espíritu Santo,

que derramó copiosamente sobre nosotros;

nos hizo justos por su gracia,

y herederos de la vida eterna”.

El Espíritu de Jesús nos está diciendo:

que somos hijos de Dios y hermanos de Jesús;

que repitamos continuamente: ¡Padre nuestro!;

que nos sintamos perdonados gratuitamente;

que trabajemos por un mundo mejor;

que busquemos una vida de verdad y de amor,

de fraternidad y de paz,

de libertad y de esperanza... para todos.

El Espíritu de Jesús nos traído hoy aquí:

para contemplar su nacimiento en un mundo

que sigue excluyendo a los más débiles;

para animarnos a adorarle en los que más sufren;

para hacernos testigos de su vida.

Celebremos, hermanos, la Eucaristía como nacimiento:

aquí, en el centro de nosotros, está el Señor;

todos somos humildes pastores

que nos cuidamos mutuamente en medio de la noche;

ahora “fijamos los ojos en el que inició y completa nuestra fe,

en Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato,

soportó la cruz, despreciando la ignominia,

y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb 12,2).

En la eucaristía, hermanos, comulgamos:

comulgamos con el Resucitado;

comulgamos con su Espíritu;

comulgamos con la vida fraterna;

comulgamos con su “cuerpo”, la Iglesia;

entre nosotros “no hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer,

porque todos somos uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28).

Besemos, hermanos, a Jesús niño:

besemos en Él“los gozos y las esperanzas,

las tristezas y las angustias de nuestro tiempo,

sobre todo, de los pobres y de cuantos sufren.

Nada verdaderamente humano está lejos de nuestro corazón” (GS 1).

Hermanos concelebrantes del nacimiento de Jesús:

abramos nuestro corazón al Amor que nace en Belén;

dejemos que su Espíritu penetre nuestra conciencia;

sintamos su perdón, su alegría, su vida.

¡FELIZ NAVIDAD!

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