Queremos, Jesús, seguir tus huellas de amor hasta el final Semana santa, Semana del Amor (Domingo de Ramos C 13.04.2025)
“Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”
| Rufo González
Comentario: “se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,6-11)
Este himno litúrgico puede ser creación de Pablo, dado a cantar himnos (He 16, 25: “A eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los escuchaban”). Algunos piensan que es un himno judeocristiano transmitido y retocado por Pablo. Es un poema inspirado en la Sabiduría que baja a la tierra (Eclo 24,8: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel”) y en el cuarto cántico de Isaías sobre el siervo del Señor que “por los trabajos de su alma verá la luz” (Is 53,11).
Los vv. 1-5, no leídos, motivan la evocación del himno: “…manteneos unánimes y concordes... No obréis por rivalidad ni por ostentación... No os encerréis en vuestros intereses... Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (2,1-5). Este versículo 5 literalmente dice: “esto pensad en vosotros lo que también en Cristo Jesús” (τοῦτο φρονεῖτε ἐν ὑμῖν ὃ καὶ ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ). Puede tener dos sentidos: a) “pensad como pensó Cristo”; b) “pensad como quien vive en Cristo”. En el primer caso, Jesús es modelo. En el segundo, principio activo. Éste es más acorde con la teología paulina de “vivir en Cristo”. Tres veces el mismo verbo (“froneo”): en subjuntivo y en participio (v. 2), y en imperativo (v. 5). Procede de la palabra “fren”: “membrana envolvente de un órgano: corazón, hígado, vísceras, entrañas...”. De aquí: toda envoltura que unifica al ser humano: corazón, alma, mente (inteligencia y voluntad). La envoltura cristiana es el Espíritu de Dios, que nos da el Amor, “el vínculo de la unidad perfecta” (Col 3,14).
En este himno, “el mismo ser de Jesús es visto como acto de humildad” (González Faus: La humanidad nueva I, 3ª ed. Madrid 1976, p. 204-214). En la primera parte (vv. 6-8), el sujeto es Jesús. “Siendo de condición divina (lit.: existiendo en forma - “morfé”- de Dios), no retuvo ávidamente el ser igual a Dios (ἁρπαγμὸν: presa, algo valioso que se codicia y se retiene, algo apetecible de lo que se pueda sacar provecho, algo a que aferrarse, algo que conservar). Jesús rechazó el ejercer el poder y la gloria de Dios para provecho propio, rechazando las tentaciones (Lc 4,3ss). Al final de su vida, rogará al Padre Dios: “ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese” (Jn 17,5).
“Al contrario, se despojó de sí mismo (lit.: se vació a sí mismo, se anonadó) tomando la condición(morfé: forma) de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia (kaì sjémati eurezeìs hos ánzropos: y siendo encontrado en aspecto como hombre) se humilló a sí mismo (ἐταπείνωσεν ἑαυτὸν: se rebajó a sí mismo), hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (vv. 7-8).
En la segunda parte (vv. 9-11), el sujeto es Dios que “exaltó” a Jesús y “le concedió (ejarísato: le agració) el Nombre-sobre-todo-nombre”, el nombre de “Señor (Kyrios)”, el mismo nombre de Dios. “De modo que al nombre de Jesús (ante lo que es Jesús, ante su dignidad personal) toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo (lit.: toda rodilla de celestiales y de terrenales y de abismales se doble), y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”.
ORACIÓN: “se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,6-11)
Jesús, señor y servidor del Amor:
tú eres “Señor” porque amas libremente;
tú cambias los esquemas de nuestro mundo;
para ti, quien ama es el verdadero “señor”:
quien dispone de sí mismo para amar;
quien ayuda gratis por propia voluntad;
quien sirve a quien lo necesita;
“señor” y “servidor” del amor son idéntico;
en tu evangelio del amor libre y gratuito:
“el primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado,
y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23,11-12).
Tus entrañas quedaron abiertas mientras “actuabas”:
te vemos acercarte a los que “apenas eran”:
enfermos, leprosos, niños, mujeres,
descreídos, pecadores...;
contemplamos tu rostro “endurecido” frente
a los adictos al dinero, honores, poder…;
a los “sepulcros blanqueados: por fuera parecéis justos,
pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad”;
a los que “lían fardos pesados y se los cargan a la gente,
pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
a los que “todo lo hacen para que los vea la gente:
alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto;
les gustan los primeros puestos en los banquetes
y los asientos de honor en las sinagogas;
que les hagan reverencias en las plazas
y que la gente los llame rabbí” (Mt 23,3-7).
Tú estás habitado por el Espíritu del Dios:
“que hace salir su sol sobre malos y buenos,
y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45);
que te lleva a construir una familia nueva:
“Estos son mi madre y mis hermanos.
El que haga la voluntad de Dios,
ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mc 3,34-35).
De este amor habla Pablo a los filipenses:
“Si queréis darme el consuelo de Cristo
y aliviarme con vuestro amor,
si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas,
dadme esta gran alegría:
manteneos unánimes y concordes
con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación,
considerando por la humildad a los demás
superiores a vosotros.
No os encerréis en vuestros intereses,
sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,1-5).
Y a continuación, Cristo Jesús, proclama tus sentimientos:
“El cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre” (Flp 2,6-11).
Nuestra libertad, Señor, ha quedado en-amorada:
nos sentimos más libres, más “señores” eligiendo lo mejor;
bendecimos tu vida libremente dedicada al humanismo pleno;
somos tu familia que busca libertad, igualdad, fraternidad;
agradecemos al Padre del cielo tu nombre glorificado.
Queremos, Jesús, seguir tus huellas de amor hasta el final:
compartiendo nuestra vida como “pan de todos”;
exaltando el amor que libera y promociona la vida;
no imponiendo, sino llamando a la libertad guiada por el amor;
entregando la vida para rescatar a muchos de la no-vida:
del hambre, enfermedad, incultura, odio, desesperación...
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