Yo presiento que esta convocatoria solapa una sutil motivación ya conocida: “campaña en favor de las vocaciones al estado sacerdotal” LA VOCACIÓN DE… “PARA QUIÉN”

“El sacerdocio no es una profesión, es una vocación”, se afirma sin reparos

08.02.2025. “Tres mil participantes de las 70 diócesis españolas se reunieron ayer viernes para compartir su elección de vida” (RD)

Encuentro multitudinario. Un baño de masas. Conferencias, talleres, celebraciones… De fondo, una pregunta “apasionante”, “interpeladora”: ¿Para quién soy?

Quiero destacar algunas expresiones de la convocatoria que me llevan de la mano a mi posterior reflexión.

“La cuestión vocacional es un reto de nuestro tiempo y de nuestra Iglesia, “especialmente para los más jóvenes” (este entrecomillado es mío), abriendo una búsqueda de respuesta desde el discernimiento que se ofrece en la Iglesia.”

“El segundo gran objetivo del Congreso es “impulsar y consolidar” en cada una de las diócesis “un servicio” que anime la vida vivida como vocación y promueva los “distintos caminos vocacionales” (de nuevo, los entrecomillados son míos).

Se habla de “un encuentro eclesial”. Para ello, la CEE invita a delegados y equipos de pastoral vocacional, a delegaciones de laicos, juventud, familia, misiones y vida consagrada, seminaristas, formadores de seminarios y de consagrados, diáconos y sacerdotes, religiosos…, acompañados de “sesenta y cinco” obispos. Es decir, un “congreso de toda la Iglesia” para dar impresión de “universalidad”. Sin embargo, yo presiento que esta convocatoria solapa una sutil motivación ya conocida: “campaña en favor de las vocaciones al estado sacerdotal”.

Ya en el lema de la convocatoria se percibe la sutileza a la que me refiero. Del “¿Quién soy?” (un “elegido de Dios”, un “consagrado” …, expresiones que a estas alturas ya están muy desgastadas), se pasa al “¿Para quién soy?”- Asamblea de los llamados” (¡Atentos a la “coletilla”!) En consecuencia, el reto vocacional es, sobre todo, para los más jóvenes desde el “discernimiento” que ofrece la Iglesia”. Lo recalca el arzobispo de Madrid: “Ayudemos a los jóvenes a descubrir que son vocación. No “quiénes son”, sino “para quiénes son”. Y puntualiza: “Nos propuso un encuentro con Él, vino a nuestro lado. «Maestro, ¿dónde vives?, y la respuesta nos lleva a la primera experiencia: “ven, y sígueme”».

La otra sutileza, o más bien argucia, de dicha asamblea la encuentro en “impulsar y consolidar un servicio” que anime la vida como vocación y promueva los “distintos caminos vocacionales” que promueve la Iglesia.

“El sacerdocio no es una profesión, es una vocación”, se afirma sin reparos. Con lo que ya se la está sublimando y diferenciándola de la vocación de médico (que no es vocación, es profesión), de la vocación de músico (que no es vocación, es profesión), de la vocación de investigador (que no es vocación, es profesión), de la vocación de escritor (que no es vocación, es profesión) … y más etcéteras (que no son vocaciones sino profesiones). ¿Por qué será que el término vocación se ha reservado durante tantos siglos exclusivamente a la vida sacerdotal o religiosa? La realidad es que estas “profesiones-vocaciones” no son “los distintos caminos vocacionales que se ofrecen en la Iglesia.” Las vocaciones que brinda la Iglesia son: El matrimonio como sacramento de amor y vida, el sacerdocio, la vida religiosa y el diaconado. Me figuro que, a lo largo de su existencia, cada persona elegirá, responsablemente supongo, el camino de su “profesión-vocación” en base a unas experiencias, razones, argumentos, etc. Son apuestas muy personales por el significado y el sentido de la vida humana, sin necesidad de “intermediarios”.

Todos los años, la Conferencia Episcopal nos lanza la campaña de sensibilización con motivo del “Día del Seminario” coincidiendo con la fiesta de san José. Sinceramente, esta celebración me huele a las conmemoraciones del Día del Padre (coincidente) o de la Madre, del Día de san Valentín, del Día de la Mujer... y otras jornadas relevantes, no por el aspecto consumista o reivindicativo, sino por lo que esta evocación puede esconder de prerrogativa, deferencia, homenaje y endogamia.

Para eso están los seminarios, una institución integrista en la que su principal particularidad es concentrar a una serie de personas en función de su “vocación” y convertirlos en el soporte de la Iglesia instituida, convirtiéndose así en endogámicos. Porque no cabe duda que la clerecía es un “status quo” diferente, segregado del resto de los mortales. (A propósito, creo recordar que Francisco ha exhortado a la reforma de los seminarios. ¿Por qué será?)

“Nuestra vocación es el bautismo, que luego despega en diversas formas dentro de la Iglesia”, concluye el arzobispo de Madrid. A este respecto, san Pablo dice claramente: La diversidad en la Iglesia se traduce en la variedad de carismas y de servicios (1Cor. 12,4-6). Ahora bien, esta pluralidad no afecta sólo a los miembros individualmente (carismas); también es “funcional” (servicios-ministerios). En este sentido, los ministerios dan respuesta a las necesidades diversas de la propia Iglesia. Si el carisma (vocación) de cualquier bautizado, hombre o mujer, es vivir su fe en un servicio a la Iglesia (ministerio), ¿por qué hay colectivos de bautizados que tienen vetado acceder a un ministerio? ¿Por qué una visión jerárquica y sagrada de los ministerios, y una ordenación sagrada en sí, ha impedido que cualquier bautizado pueda proclamar y compartir la Palabra, consagrar y presidir la “Fracción del Pan”? A eso, en román paladino, se le llama “frustrar una vocación”.

¿Para qué, pues, convocar congresos? Sí. Para difundir palabras bonitas y expresiones rimbombantes, genéricas, manidas, inconsistentes…, como siempre.

Mi impresión general es “más de lo mismo y menos de lo substancial”.

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