“La Iglesia no es una aduana: está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre” La eucaristía, “un generoso remedio y un alimento para los débiles”
Reflexiones sobre la celebración de la Penitencia (V)
“A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores”
| Rufo González
“Evangelii Gaudium”, primera Exhortación Apostólica de Francisco (24.11.2013), sorprendió por el ardiente deseo de renovación eclesial. Su capítulo 1º, “transformación misionera de la Iglesia”, la incitaba a ser, “una madre de corazón abierto” (apartado V). “Una Iglesia con puertas abiertas” (n. 46). “Siempre casa abierta del Padre” (n. 47). Que “llegue a todos, sin excepciones; los pobres, privilegiados del Evangelio” (n. 48). Que “salga a ofrecer a todos la vida de Jesucristo” (n. 49).
En el nº 47, al reflexionar la vocación de la Iglesia, “casa abierta del Padre”, brinda el Papa unas “convicciones” que debían realizarse. “Tener templos con las puertas abiertas en todas partes. Todos pueden participar de algún modo en la vida eclesial. Tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera”. En concreto, los sacramentos del bautismo y la eucaristía, deben ser puertas abiertas lo más posible.
Sobre la Eucaristía dice: “si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”
Llama la atención la nota a pie de página (nota 51) sobre la función perdonadora y reconciliadora de la eucaristía, citando a san Ambrosio y a san Cirilo de Alejandría.
- San Ambrosio, De Sacramentis, IV, 6, 28: PL 16, 464: «Tengo que recibirle siempre, para que siempre perdone mis pecados. Si peco continuamente, he de tener siempre un remedio». Ibid., IV, 5, 24: «El que comió el maná murió; el que coma de este cuerpo obtendrá el perdón de sus pecados». Podría citar más textos del mismo: “Si cada vez que se derrama su sangre, se derrama para el perdón de los pecados, tengo que recibirle siempre, para que siempre perdone mis pecados” (ibid., IV, 6,28). “Cada vez que bebes, recibes el perdón de los pecados y te embriagas con el Espíritu” (ibid., V, 3, 17).
- San Cirilo de Alejandría, In Joh. Evang. IV, 2: PG 73, 584-585: «Me he examinado y me he reconocido indigno. A los que así hablan les digo: ¿Y cuándo seréis dignos? ¿Cuándo os presentaréis entonces ante Cristo? Y si vuestros pecados os impiden acercaros y si nunca vais a dejar de caer - ¿quién conoce sus delitos?, dice el salmo- ¿os quedaréis sin participar de la santificación que vivifica para la eternidad?». Otro texto de sanCirilo: “Tomad entonces la decisión de vivir mejor y de forma más honrada, y participad luego en la “eulogía” (eucaristía) creyendo que ella posee la fuerza, no sólo de preservaros de la muerte, sino incluso de las enfermedades” (In Joh. Evang. IV, 2).
De la misma época merece recordarse un texto de Teodoro de Mopsuestia (Padre oriental del s. IV-V): «pues todas las cosas que os vinieron por la muerte (de Cristo), es justo que se cumplan por los símbolos de la muerte (el sacramento de la muerte de Cristo), de tal manera que yo me atrevería a decir que, en el caso de que alguno hubiera cometido los mayores pecados, si, habiendo elegido apartarse en adelante de toda acción insensata y atender a la virtud, viviendo en obediencia a los mandatos de Cristo, participara de los misterios confiando plenamente que recibirá la indulgencia de todos (los pecados), eso en lo que confía se verificará ciertamente» (Cfr. In Ep. 1. Pauli ad Corintios Commentarii fragmenta. cap. XI, verso 34: PG 66, 889C-D). “Sus misterios” para los bautizados, claramente se refieren a la eucaristía. Entonces era el sacramento ordinario para reconciliarse con Dios y la Iglesia. La Penitencia estaba reservada para los pecados públicos graves, que requerían una reconciliación pública. La Penitencia privada para pecados privados empezaría después del siglo VI.
El problema no está en la época anterior al siglo VII. El problema está en la época siguiente hasta el concilio de Trento y su prolongación hasta nuestros días. El servicio de los dirigentes eclesiales degeneró en poder absoluto. Fueron creciendo las leyes en favor de los clérigos y en detrimento del Pueblo de Dios. Trento afirma claramente el poder perdonador de la Eucaristía, pero introduce una ley que obliga a someter al “ministerio jerárquico” los pecados graves, incluso los que ya están perdonados por la Eucaristía. Esta ley era una “costumbre eclesiástica”, pero “decreta que debe guardarse perpetuamente aún por parte de aquellos sacerdotes a quienes incumbe celebrar por obligación, a condición de que no les falte facilidad de confesor” (DS 1743; 1647).
Desde Trento no ha variado sustancialmente la disciplina penitencial. Se acepta que la eucaristía, celebrada con espíritu de fe y conversión, perdona todos los pecados. Pero sigue en pie la obligación de confesar los pecados mortales antes de comulgar, si hay a mano un confesor (Derecho Canónico, canon 916). Los defensores de esta disciplinasostienen que está basada en el mandato de Pablo, citado por el concilio de Trento: “El que come y bebe indignamente, come y bebe su propio juicio, al no discernir el cuerpo del Señor [1 Col. 11, 28]. Quien quiere comulgar tiene que respetar el precepto suyo: Mas pruébese a sí mismo el hombre [1 Cor. 11, 28]” (DS 1646).
La teología bíblica dice claramente que el texto paulino no identifica el “pruébese a sí mismo” con la “penitencia sacramental”. Esa es una interpretación interesada de la Jerarquía, para defender su intervención en la conciencia personal. Pero el “discernir el cuerpo del Señor” y el“probarse a sí mismo” no es necesariamente el sacramento de la Penitencia, aunque pretenda el mismo fin. El “discernimiento y la prueba a sí mismo” se puede hacer de modos distintos, a nivel personal y a nivel comunitario.
El Papa Francisco en “Evangelii gaudium” (n. 47), invita a cambios “prudentes y audaces:“Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG 47).
Ante la situación actual de la práctica penitencial, urge, “con prudencia y audacia”, reformar la disciplina penitencial. Hoy “crece la conciencia de la excelsa dignidad de la persona humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes universales e inviolables” (GS 16). “Derechos y deberes” ausentes en las épocas en que se reguló la disciplina sacramental. “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla” (GS 16). Respetemos su “sagrario” y demos el “don de Dios”, su perdón, sin violentarlo. La Iglesia debería cambiar las normas de acuerdo con el Evangelio. En concreto: reconocer el perdón obtenido en la Eucaristía, y quitar la obligación de la confesión posterior, no contradice el Evangelio. Que dicha confesión sea opcional, es respetar la conciencia y el Evangelio. No sería contrario al dogma. Sería un acto de libertad eclesial, liberadora del poder clerical.