Oraciones “secretas”, en la liturgia, equivalen a “separadas”, “individuales” para quien realiza determinada acción, no comunitarias En la eucaristía, también hay oraciones “secretas” de reconciliación
Especialmente la oración antes de comulgar: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo…”
| Rufo González
En el Misal romano nos encontramos con oraciones precedidas de esta advertencia: “el sacerdote dice en secreto”. En concreto, nueve oraciones llamadas “secretas”. No porque sean ocultas, reservadas, confidenciales, íntimas, clandestinas…, o que no deban conocerse. El significado de “secretas” tiene origen en el latín, la lengua usada durante siglos en la liturgia. Procede del verbo “secerno (presente activo), secernere (infinitivo), “secretus” (participio pasivo): separar, aislar, descartar, dejar de lado, segregar, poner aparte… En la liturgia, equivalen a “separadas”, “individuales”, no comunitarias. Sólo para quien realiza una acción, normalmente para el sacerdote que preside.
Son oraciones para que el presidente realice con buen espíritu las diversas acciones que está haciendo en un momento determinado. Hoy, que la misa se celebrar con mucha participación de la comunidad, podría decirlas en voz alta y sería ejemplo para que la comunidad celebrante también las haga suyas en cuanto le afecten. Hay algunas que podrían decirlas todos. Veámoslas.
1. Antes de leer el Evangelio, el sacerdote, inclinado ante el altar, dice en secreto: “Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente Evangelio”.
Esta oración, al oírla la comunidad, cada uno en su interior, puede pedir la purificación de su corazón para recibir adecuadamente el anuncio del evangelio.
2. Después del Evangelio, el sacerdote dice: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”.
Esta oración está en plural. Pueden decirla todos. Es petición de perdón.
3. Al preparar las ofrendas, el diácono o el sacerdote echa vino y un poco de agua en el cáliz, diciendo en secreto: “Por el misterio de esta agua y de este vino, haz que compartamos la divinidad de quien se ha dignado participar de nuestra humanidad”.
Otra oración que podemos hacer nuestra todos los participantes.
4. Tras las ofrendas, el sacerdote, inclinado profundamente, dice en secreto: “Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro”.
Esta oración de reconciliación afecta a toda la comunidad celebrante. Podemos hacerla nuestra, bien oyéndola, bien recitándola.
5. Mientras se lava las manos, el sacerdote dice en secreto: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.
Esta oración acompaña un rito prescindible. Muchos sacerdotes no lo hacen. Resulta reiterativa e innecesaria.
6. Tras la paz, parte el pan sobre la patena y pone una partícula dentro del cáliz, diciendo en secreto: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”.
Breve y hermosa oración que todos podemos hacer nuestra, bien diciéndola o escuchándola.
7. Después del Cordero de Dios o mientras los fieles lo recitan, el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que, por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti.”
O esta otra versión:
“Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable”.
Me gusta más la primera. Es más expresiva del momento. Diciéndola de corazón es un acto de contrición perfecta: “Es `un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar´. Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama `contrición perfecta´ (contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (Trento: DS 1677)” (CIC 1451-1452). Sería muy conveniente que la dijeran todos los presentes. Muchos se sentirían llamados a comulgar, previa la advertencia adecuada.
¿Quién acude a una cena y no cena? Que esto suceda con la “cena del Señor” debía preocuparnos seriamente. La Iglesia debería poner todos los medios a su alcance para que esto no suceda. Si necesita cambiar sus leyes, y hacerlas más de acuerdo con el Evangelio y el Amor gratuito de Dios, pues que lo haga. El Evangelio es más decisivo e importante que cualquier legislación humana, incluida la eclesial. Siempre hay que “tener en cuenta” el último canon del Código de Derecho Canónico: “la salvación de las almas debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia” (c. 1752). O aquello que tenían claro las primeras comunidades: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables” (He 15,28).
8. Cuando va a comulgar, el sacerdote dice en secreto: “El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna”. Y después, al comulgar del cáliz: “La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna”.
Oyéndola, sugiere a los comulgantes a decir en su corazón, tras comulgar, lo mismo.
9. Al purificar la patena y el cáliz, el sacerdote dice en secreto: “Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna”.
Buena oración para la acción de gracias que, en ese momento, estamos haciendo. No hay inconveniente en decirla en alto para que aproveche a todos.
rufo.go@hotmail.com