La Penitencia comunitaria con confesión y absolución generales es “evangélicamente fundada, históricamente ratificada, dogmáticamente correcta, pastoralmente recomendable” El sacramento de la Penitencia no es “ajuste de cuentas” (Domingo 4º Cuaresma C 30-03-2025)
En la Penitencia debe brillar el Amor singular, gratuito del Padre
| Rufo González
Comentario: “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados”(2Cor 5,17-21)
Pablo se ha visto atacado en su ministerio y trata de defenderse (2Cor 1,12-7,16). Se sincera con claridad: “Por lo menos no somos como tantos otros que negocian con la palabra de Dios, sino que hablamos con sinceridad en Cristo, de parte de Dios y delante de Dios” (2,17). Dios le capacita: “No es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra, sino del Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida” (3,5-6).
La fe en Jesús nos hace “una criatura nueva”: “habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rm 5,1-2). “Esta gracia” (don, regalo) es “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). Espíritu que nos capacita para amar como somos amados: “amor paciente, benigno; no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca” (1Cor 13,4-8). Esto es “estar en Cristo”. Y sobre este dato de fe, Pablo reconoce:“si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo” (v. 17). Es la primera afirmación que leemos hoy en la segunda lectura.
La vida de Jesús es reconciliación, procedente del mismo Misterio divino: “Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación” (vv. 18-19).
Que Dios “ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación” (v. 19) es un dato evangélico: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»” (Jn 20,21-23). Al creer a Jesús recibimos su Espíritu (lo celebra el bautismo), que nos da el amor incondicional del Padre. Amor retratado hoy en la gran parábola del Padre del hijo pródigo que “no pide cuentas de los pecados”, cuando vuelve le abraza y besa, pone la mesa, se alegra (Lc (15,11-32). La Iglesia actualmente hace el papel del hijo mayor: pone las trabas a la reconciliación, representa un “dios” a nuestra medida: justiciero, vengativo, que lleva cuenta de delitos, al que hay que camelar con nuestra oración, sacrificios, regalos, cirios, ofrendas, etc.
El sacramento de la Penitencia, tal como lo administra hoy la Iglesia, es más signo de un “ajuste de cuentas” que del “amor del Padre”. Si Dios “no pide cuentas de los pecados”, ¿por qué la Iglesia exige confesión detallada de número y especie? “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (He 5, 29). La Penitencia comunitaria con confesión y absolución generales es “evangélicamente fundada, históricamente ratificada, dogmáticamente correcta, pastoralmente recomendable”.
Pablo se siente reconciliador como Jesús: “Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (v. 20). Es lo que decía Jesús: “convertíos (cambiad de mente) y creed el Evangelio (“confiad en el evangelio)” (Mc 1,15). Es la clave: fiarnos del amor de Jesús, reflejo del amor del Padre. En Jesús se acerca Dios a nuestra vida:“al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (v. 21). Jesús nos ha revelado “la justicia de Dios”, su amor gratuito. De este amor dice el Apocalipsis: “Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apoc 3,20); “quien tenga sed, que venga. Y quien quiera, que tome el agua de la vida gratuitamente” (Apoc 22,17).
ORACIÓN: “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados”(2Cor 5,17-21)
Jesús, “amigo de pecadores”:
los jefes religiosos creen contraria a Dios tu conducta:
“ahí tenéis a un comilón y borracho,
amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,19; Mc 2,16; Lc 15,2);
Pablo, tras convertirse a tu amor, proclama tu conducta:
“Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo,
sin pedirles cuenta de sus pecados” (2Cor 10,19).
Algunos encontraron sentido a su vida al comer contigo:
“Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres;
y si he defraudado a alguno,
le restituyo cuatro veces más” (Lc 19, 8).
Otros intuyeron tu Amor al escucharte decir:
“amad a vuestros enemigos,
haced el bien y prestad sin esperar nada;
será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo,
porque él es bueno con los malvados y desagradecidos” (Lc 6,35).
Otros te siguieron al ver tu cercanía a los enfermos:
“Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades;
los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados,
y toda la gente trataba de tocarlo,
porque salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6,18-19).
Oír tus parábolas atrae profundamente a tu Amor:
nos sentimos personas muy valiosas para ti;
nos creemos hermanos tuyos, hijos del Padre creador;
intuimos que sigues “reconciliando al mundo con Dios”,
“no pidiendo cuenta de los pecados” (2Cor 5,19);
adivinamos: “el Padre nos ve y se conmueven sus entrañas,
se nos echa al cuello y nos cubre de besos…;
saca enseguida la mejor túnica y nos viste;
nos pone un anillo en la mano y sandalias en los pies;
trae el ternero cebado y lo sacrifica”;
oímos decirnos: “comamos y celebremos un banquete,
porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,20-24).
Ayúdanos, Jesús de todos, a manifestar al Padre:
que busquemos a los que no han descubierto su Amor,
con tu humildad y sin egoísmo alguno;
que nos conmueva toda miseria humana:
enfermedad, fracaso moral, marginación…;
que no impongamos más cargas que tu amor:
“Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón;
encontraréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt,11,29-30).
que animemos a cambiar diciéndoles como tú:
“tampoco yo te condeno.
Anda, y en adelante no peques más” (Jn 8,11).
que instemos a la Iglesia a ofrecer “modos” más evangélicos
de celebrar la reconciliación;
que haya libertad de elegir el más apto para cada uno:
en la celebración de la eucaristía,
en celebración comunitaria con absolución general o privada;
en celebración totalmente privada;
que prime el bien personal, no las normas humanas;
que brille el Amor singular, gratuito del Padre;
que no sea necesaria la confesión posterior
a la reconciliación eucarística,
a la absolución sacramental comunitaria;
que nos alegremos y celebremos la conversión al Amor.
rufo.go@hotmail.com