Es un hecho que cada vez comulga más gente sin celebrar la Penitencia sacramental Durante siglos la eucaristía fue modo habitual del perdón
Reflexiones sobre la celebración de la Penitencia (IV)
| Rufo González
Teología pastoral y Catequesis apenas hablan de la eucaristía como sacramento de perdón y reconciliación. A pesar de que la eucaristía, en su inicio, es una celebración penitencial, con tres fórmulas distintas y numerosas invocaciones en tiempo ordinario y en tiempos propios. Sería un sinsentido participar en la “Cena del Señor”, sentarse a su mesa como hermanos, y no estar reconciliados con Jesús y sus hermanos. Como lo que hacen muchos: no probar el alimento ofrecido. Es absurdo ir a una cena y no cenar.
Durante los primeros seis siglos de la Iglesia, la eucaristía era el sacramento del perdón para los pecados ordinarios después del bautismo. El sacramento reconciliador, la Penitencia, se daba poco más de una vez en la vida. Se reservaba para quienes habían roto públicamente con la Iglesia. Cosa que sucedía cuando el cristiano se apartaba del “camino” de forma notoria y radical: apostatando de la fe, abandonando a su familia mediante el adulterio público, quitando la vida a alguna persona. Si quería volver a la comunidad, debía iniciar un nuevo proceso de conversión, similar al que le llevó al bautismo. Este proceso de conversión tenía etapas y duraba largo tiempo.
“La Cena del Señor” implica reconciliación con el Señor y los hermanos. Basta leer los relatos de su institución para darse cuenta de que esta Cena es, en su misma entraña, reconciliación con Dios y los hermanos. Jesús se entrega en la eucaristía “para el perdón de los pecados”. Precisamente, para reconciliarnos con el Padre y los hermanos. Los relatos de la institución y consagración eucarísticas subrayan con claridad meridiana el sentido de perdón y reconciliación:
“Tomad, comed: esto es mi cuerpo... Bebed todos de ella, pues esto es la sangre de la alianza mía, que se derrama por todos para el perdón de los pecados” (Mt 26,26-28; Mc 14,22-24; Lc 22,19-20; 1Cor 11,23-26). La liturgia: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros... Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”.
La práctica litúrgica supone la eucaristía como perdón y purificación. La “ley de orar es la ley de creer”. Basten estos testimonios:
- Los antiguos sacramentarios (leoniano, gelasiano, gregoriano) afirman: “la eucaristía es perdón de los pecados (absuelve, perdona, libera), limpieza y purificación del alma (purga, limpia, purifica), satisfacción a Dios (expía, satisface), santificación y salud (santifica, cura, sana)”.
- Fórmulas al dar la comunión: “Que el cuerpo y la sangre del Señor os aproveche para el perdón de los pecados y para la vida eterna” (concilio de Rouen, s. IX). “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo... por este sacrosanto Cuerpo y Sangre, líbrame de todas mis iniquidades y de todos los males...” (Oración secreta del presidente de la eucaristía. Misal actual). “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo... Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Misal actual). “El cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para el piadoso fiel N. N. para el perdón de sus pecados; la sangre de Cristo para el perdón de sus pecados y para la vida eterna” (fórmula sirio-oriental antigua y actual para dar la comunión)” (Domiciano Fernández: “El Sacramento de la Reconciliación”. Editorial: Edicep. Valencia 1977, pp. 204-210).
En la fiesta del Corpus leemos como segunda lectura, en el Oficio de Lectura, este precioso texto de santo Tomás de Aquino:
“No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos” (Opúsculo 57, En la fiesta del Cuerpo de Cristo, lect. 1-4).
El concilio de Trento lo ratificaría con nitidez:
“Y porque en este divino sacrificio, que en la Misa se realiza, se contiene e incruentamente se inmola aquel mismo Cristo que una sola vez se ofreció El mismo cruentamente en el altar de la cruz [Hebr. 9, 27]; enseña el santo Concilio que este sacrificio es verdaderamente propiciatorio [Can. 3], y que por él se cumple que, si con corazón verdadero y recta fe, con temor y reverencia, contritos y penitentes nos acercamos a Dios, conseguimos misericordia y hallamos gracia en el auxilio oportuno [Hebr. 4, 16]. Pues aplacado el Señor por la oblación de este sacrificio, concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona los crímenes y pecados, por grandes que sean” (Sesión XXII. 17 septiembre 1562. DS 1743).
Un gran teólogo español resalta tres elementos de la vida de Jesús que confluyen en la eucaristía. En los tres,hay perdón y reconciliación:
“Nos encontramos con tres elementos de la vida de Jesús, que convergen en la eucaristía de la Iglesia. En primer lugar, el recuerdo de sus comidas con publicanos y pecadores a los que Jesús, otorgándoles comensalidad, les otorgaba la amistad, la dignidad y el perdón de Dios (Lc 15,2; 19,7; Mc 2,7). En segundo lugar, la última cena, que celebró en la víspera de su pasión y muerte. En tercer lugar, las comidas del Resucitado. La fusión de estos tres horizontes, con el sentido y rito propio de cada uno de ellos, funda la realidad de la eucaristía de la Iglesia...” (O. González de Cardedal, “La entraña del cristianismo”. Secretariado Trinitario. Salamanca 1997, p. 466).
Los “tres elementos de la vida de Jesús” incluyen el perdón de los pecados:
- “Comía con pecadores”. Ahí expresa y entrega el amor del Padre, como escenificaban sus parábolas, “armas arrojadizas” en significado etimológico. No “comía” para conocer sus pecados, sino para compartir el Amor, como el pastor que busca a su oveja, la mujer que barre para encontrar la moneda necesaria, el padre que quiere vivir con su hijo.
- En la última cena “los amó hasta el extremo”, lavando sus pies y entregando su “pan” a todos, incluso a Judas, ofreciéndoles servicio y amistad entrañable en toda situación.
- Las comidas del Resucitado son ejemplo de perdón gratuito: no les reprocha ni su cobardía, ni su abandono, ni su negación. Les hace revivir su amor sin límite: les da a sentir paz, alegría plena, liberación de culpa, de forma inmerecida. Experiencia que podemos tener todos en una eucaristía bien vivida
Mucha pedagogía y reforma ritual debe hacer la Iglesia para que los participantes en la eucaristía sientan la reconciliación necesaria para comulgar. Quien participa en la eucaristía, creyendo en la entrega de Jesús y escuchando su voluntad perdonadora y reconciliadora, siente paz, alegría, amor gratuito. Quizá mucha gente lo está sintiendo, y, por ello, comulga. Es un hecho que cada vez comulga más gente sin celebrar la Penitencia sacramental. Quizá la gente no tiene la misma percepción que los clérigos. La Penitencia en forma comunitaria responde mejor a la sensibilidad actual de los cristianos. Quizá la han descubierto adecuadamente en la eucaristía.
rufo.gohotmail.com