“Nosotros tenemos una ley, y, según esa ley, deben morir” (Jn 18,7) los obispos y presbíteros, en cuanto tales, si se casan “La teología y la pastoral de la misericordia exige una reevaluación del celibato”

El celibato no “caracteriza ni singulariza” el sacerdocio católico (VII)

La última denuncia del artículo comentado (P. Royannais: “El incumplimiento de la castidad eclesiástica no es un asunto de faltas personales: es sistémico” 10.02.2024 RD), aporta cinco “razones que exigen una reevaluación del celibato eclesiástico”:

“La teología y la pastoral de la misericordia, la crítica del clericalismo y del sistema de poder, la crisis de la pedofilia, la belleza de la sexualidad cuyo único objetivo no es la procreación sino la felicidad de los esposos, la dignidad primera del bautismo que prohíbe hablar del sacerdote como alter Christus con exclusión de los demás discípulos, son razones que exigen una reevaluación del celibato eclesiástico. Los integristas lo han comprendido bien: no se pueden mantener las unas sin las otras. La Conferencia Episcopal de Francia reconoce que muchos sacerdotes no están bien. La exigencia canónica del celibato, aunque hipócrita, no puede dejar de tener relación con este malestar. Hablar de celibato y no decir nada de todo eso es añadir malestar”.

Aunque hay otras razones (respeto a los derechos humanos y al Espíritu de Dios que da libremente sus carismas, cuidado pastoral de las comunidades, celebración de la eucaristía…), estas cinco tienen buen peso, y son más que suficientes para que se libere del celibato obligatorio a los ministerios ordenados.

Cuando falta voluntad, ninguna razón parece suficiente. Ni los dirigentes más altos, ni el clero más conservador, está en ello. Es triste signo de hipocresía el no escuchar a los miles de sacerdotes casados. Y presumir de compartir “gozos y esperanzas, tristezas y angustias de las personas de nuestro tiempo…” (GS 1). Y de querer “discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos” (GS 11) la voluntad del Espíritu divino. Como si esta ley (que ha expulsado del ministerio a más de cien mil sacerdotes y obispos, tras el Vaticano II) no fuera problema acuciante de la Iglesia.

Cerrazón clara es el “Instrumentum laboris” de la próxima sesión sinodal. No se va a tratar. “Demasiados miedos, demasiados retrocesos, demasiados argumentos para no desinstalarse, demasiadas reuniones para no avanzar casi nada” (C. Vélez: “Segunda asamblea sinodal en Roma … ¿Qué podemos esperar?” RD 22.02.2024). “No abrigo esperanzas en Roma para que haya una verdadera actitud de escucha, y el Instrumentum Laboris no hace sino confirmar mi falta de ilusiones. Si bien es cierto que en ocasiones el Espíritu toma las riendas, el miedo paraliza y congela todo. De los signos de los tiempos, de los clamores del pueblo o las voces de los profetas, no parece que haya disposición de escucha” (Eduardo de la Serna RD 15.07.2024).

Hoy sólo comento la primera razón: “la teología y la pastoral de la misericordia”. Ocasión perdida fue el Jubileo de la misericordia (2015 – 2016) en el 50 aniversario del Concilio Vaticano II. La Bula“Misericordiae Vultus” (11.o4.2015), que lo alimentaba teológicamente, ofrecía pistas suficientes para cambiar el trato a obispos y sacerdotes, que no han podido con la ley del celibato. El inicio de la bula tenía la clave teológica y pastoral: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre: con su palabra, con sus gestos y con toda su persona (Dei Verbum, 4) revela la misericordia de Dios” (Mv. 1).

Inspirarse en la actitud y en la conducta de Jesús sobre este tema debería ser el criterio básico para revisar esta ley. Jesús eligió a sus apóstoles sin este requisito, y ni lo recomendó. “No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don” (Mt 19,11), les dijo. Ni él se incluye entre los “entendidos”. Llamó a casados y solteros. Y encargó orar por las vocaciones misioneras: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,37-38). Pero sin condicionar al “Señor de la mies”: que los envíe solteros, casados o viudos.

Es un hecho de vida: miles de clérigos (presbíteros y obispos) vienen pidiendo ser liberados del celibato, que creyeron poder llevar, pero que en la práctica les resulta moralmente imposible. La Iglesia, con la dispensa del celibato, les prohíbe el ministerio para el que están consagrados -ungidos- por el Espíritu. Esa prohibición no es conforme con la misericordia divina, manifestada en Jesús. Así no se “examina todo; ni se queda con lo bueno” (1Tes 5,21) ministerial, avalado por las comunidades cristianas.

El Papa Francisco reconocía en la Bula: “Por mucho tiempo nos hemos olvidado... de andar por la vía de la misericordia” (Mv. 10). Respecto de esta ley, el tiempo es abusivo. En Occidente causa sonrojo leer la historia de esta ley, inexistente en el primer milenio. Precedida, en el siglo IV, por la de “continencia” del Papa Siricio (384-399), prohibitiva del uso sexual del matrimonio porque “los que están en la carne, no pueden agradar a Dios” (Rm. 8,8), identificando “carne” con el uso del “sexo” (H. Denzinger 185).

En el siglo XI, Gregorio VII impuso la ley del celibato actual. “Los sacerdotes deben primero escapar de las garras de sus esposas”. Para hacer cumplir la ley, Urbano II en 1095 propone vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y abandonar a los hijos. La oposición del clero fue casi unánime. Sólo tres obispos alemanes promulgaron el decreto papal. En ambientes eclesiásticos se oía la misma queja: “¿Acaso el Papa no conoce la palabra de Dios: ‘El que pueda con esto, que lo haga’ (Mt 19, ¿12)?”. 

En la Bula afirmaba rotundamente Francisco: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (Mv. 10). La misericordia colabora con la justicia para que las personas experimenten que nuestro Dios “se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos” (Mv. 9). El trato a sacerdotes casados no es “anuncio y testimonio hacia el mundo de tener misericordia” (Ibid.). “La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (Ibid.). No “se ha hecho cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos” (Ibid.) Les ha aplicado la ley, sin el evangelio, sin contar con su preparación y vocación. Ha preferido la ley a la vida de las personas: “ha hecho al sacerdote para la ley, y no la ley para el sacerdote” (Mt 12, 7-8; Mc 2, 27; Lc 6,5).

Relean este texto (Mv 12) mirando a los miles de sacerdotes “desaparecidos”: “La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno... Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo...  Donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre... Cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”.

Para la Iglesia oficial no existen estos sacerdotes casados. El Jubileo Extraordinario de la Misericordia no les brindó la misericordia de volver a representar al Buen Pastor. Están asociados en múltiples grupos y confederaciones. Organizan congresos internacionales. Los dirigentes eclesiales se limitan a aplicarles la Ley: “nosotros tenemos una ley, y, según esa ley, deben morir” (Jn 18, 7) los obispos y presbíteros, en cuanto tales, si se casan. Es el Código, es la Ley. Aunque el Evangelio diga que “no todos pueden con eso, sólo los que han recibido el don” (Mt 19, 11). La ley, al que dice no tener ese don, le prohíbe ejercer el otro “don”, más claro, urgente y necesario para la misma Iglesia.

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