El 1 de mayo, su imagen llega al Puerto de Valencia Marineros, estibadores y portuarios festejan al Cristo del Grao
“Tendían en el piso de la capilla la maltrecha vela, y los tripulantes de la embarcación, guardando puestos y distancias como si estuvieran en alta mar, doblaban las rodillas, con los pechos henchidos de amor y gratitud”.
La pandemia impide la recreación de la llegada por mar de la imagen hasta la escalera real del Puerto.
Todos los años el 1 de mayo, marineros, portuarios y estibadores festejan al Cristo del Grao, el puerto de Valencia, lo embarcan hasta la bocana y al mediodía conmemora la milagrosa llegada por mar a Valencia desde Beirut en 1411. Multitud de gene contempla el arribo y le acompaña hasta la cerca iglesia de Santa María de la Mar, que mira de frente, cual buque en avanzadilla, las aguas portuarias. Son los mismos hombres de la mar protagonistas de la espectacular Semana Santa Marinera. La pandemia dejará el recuerdo en una Mosa, sin procesión marinera.
Jaime I llamó al Grao “villa nova maris Valencie”. El caserío había surgido en torno de un desembarcadero muy básico, que los árabes durante la ocupación y dominación de estas tierras no potenciaron mucho a pesar de ser lugar de arribo y salida a sus rutas en el mar, principalmente Bagdad. Fue el monarca aragonés el que vio que aquel punto tenía visos de albergar un buen puerto, que aún está en fase de expansión. Hasta entonces había sido un quiero y no puedo de puertecillo, que las mareas embravecidas se llevaban por delante y había que reconstruir con troncos. Aquel poblado de pescadores fue amurallado para proteger en lo posible los desembarques de piratas, corsarios y aventureros extranjeros.
Fuera de las murallas todo era pantanoso y los graueros levantaron a pulso el núcleo poblacional hasta el extremo que sintieron la necesidad, y el orgullo, de convertirse en municipio propio. La ciudad les quedaba lejos y distante. Gestiones políticas y gestiones judiciales, pero al final lo consiguieron. En 1826 eran oficialmente el pueblo de Villanueva del Grao. La capital, resentida por la independencia, no les dio ni un palmo de tierra para término municipal. La villa la integraban sus casas y la muralla tapial jaimina que las cercaba y defendía. Por su posición estratégica, estuvo siempre defendida por tropas de artillería instaladas en un baluarte que se llamó de san Vicente Ferrer, a quien se advocaban en lso momentos de mayor peligro.
En el centro del pueblo, mirando de frente al mar, en el siglo XIV se levantó una iglesia intitulada de Santa María de la Mar, predecesora de la actual, cuyas líneas originales eran románicas, la cual arrasada impíamente en el siglo XVII para levantar la actual, la cual no sería terminada hasta el siglo XVIII, de aire neoclásicos con mezclas de diferentes estilos.
Martinez Aloy describe que “en la hornacina de la portada lateral , recayente a la calle Mayor, hay una escultura de piedra , de la Virgen de la Luz sedente, que sostiene con el brazo diestro al Niño Jesús puesto en pie. Procede esta imagen de la barriada contigua al primitivo templo, en la que por espacio de algunos siglos fue venerada y festejada… puede afirmarse que es anterior al Renacimiento y no está desprovista de influencia románica”.
Destacó siempre por su valor artístico el templo los lunetos que pintara al fresco Vicente López en los comienzos de su andadura, que ya en época madura quiso corregir, pero los graueros se lo impidieron, les gustaba las pinturas así, tal como salieron de su época de juventud. Y es centro popular del templo la Capilla del Santísimo Cristo del Grao, “Cristo marinero, consuelo del afligido, esperanza de la mujer y fortaleza del navegante”.
Un Cristo al que no le faltaban nunca devotos a sus pies, especialmente marineros, a los que había salvado en las grandes tormentas en medio del mar. “Tendían en el piso de la capilla la maltrecha vela, y los tripulantes de la embarcación, guardando puestos y distancias como si estuvieran en alta mar, doblaban las rodillas, con los pechos henchidos de amor y gratitud”.
Lloraban y rezaban ante el Cristo que arribó por mar a este lugar sobre el madro de la cruz y una escala hecho prodigioso que todos los años, el 1 de mayo, se rememora con la arribada al puerto en medio de una gran expectación, tradición ahora interrumpida por la pandemia. El suceso, según el piadoso relato, ocurrió a las 11 de la mañana del 15 de agosto de 1411.
Hasta no hace mucho, reliquias de aquel milagroso hecho las hacían flotar en el puerto, desde la escala real, los marineros, a manera de impetración de protección y bendición. Fue objeto de controversia y serias disputas la propiedad de la imagen, que accedió tierra adentro por el Turia en su desembocadura, yendo a parar a la parte del Grao, mientras en la contraria era término de Ruzafa. Vidal y Micó, biógrafo de san Vicente Ferrer, detalla deliciosamente todo lo ocurrido.