"Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia" (Elie Wiesel) Hacer memoria de nuestros difuntos
"Hacer justicia exige hacer memoria, hacer memoria contra la indiferencia: exige comprometerse a recordar, a tejer la red de la experiencia humana a lo largo del tiempo, a hacer y tener presente"
"Tener presente exige recordar, exige revisitar y reencontrar, conservar y redimir, repensar y hacer justicia"
"Pero para hacer memoria y tener presente, es necesario preocuparse por el futuro, abrirse al futuro, esperar una nueva vida. Es necesario preocuparse por el nacimiento, por algo más, por algo más allá que encontrar. La indiferencia es el abandono del nacimiento"
"El día de nuestros difuntos es un momento también para hacer memoria. Me gusta detenerme en aquella frase de Gabriel Marcel en su obra 'Ser y tener': «Amar a alguien es decirle: tú no morirás nunca» porque «los únicos muertos son los que ya no amamos»"
"Pero para hacer memoria y tener presente, es necesario preocuparse por el futuro, abrirse al futuro, esperar una nueva vida. Es necesario preocuparse por el nacimiento, por algo más, por algo más allá que encontrar. La indiferencia es el abandono del nacimiento"
"El día de nuestros difuntos es un momento también para hacer memoria. Me gusta detenerme en aquella frase de Gabriel Marcel en su obra 'Ser y tener': «Amar a alguien es decirle: tú no morirás nunca» porque «los únicos muertos son los que ya no amamos»"
Hacer justicia exige hacer memoria, hacer memoria contra la indiferencia: exige comprometerse a recordar, a tejer la red de la experiencia humana a lo largo del tiempo, a hacer y tener presente. Tener presente exige recordar, exige revisitar y reencontrar, conservar y redimir, repensar y hacer justicia. Y también, y quizás sobre todo, a retomar sueños interrumpidos, testimonios y relaciones, deseos y expectativas de vida, los sencillos, cotidianos, familiares. Para reconocer su dignidad.
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«Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo contrario de la educación no es la ignorancia, es la indiferencia. Lo contrario del arte no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la justicia no es la injusticia, sino la indiferencia. Lo contrario de la paz no es la guerra, sino la indiferencia ante la guerra. Lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia ante la vida o la muerte. Hacer memoria combate la indiferencia». Así reflexionaba Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto y Nobel de la Paz en 1986, en su discurso en la Casa Blanca el 12 de abril de 1999, como parte de la serie de conferencias del Milenio, organizada por el presidente Bill Clinton.
Pero para hacer memoria y tener presente, es necesario preocuparse por el futuro, abrirse al futuro, esperar una nueva vida. Es necesario preocuparse por el nacimiento, por algo más, por algo más allá que encontrar. La indiferencia es el abandono del nacimiento, de la posibilidad de una nueva vida.
Cuando no se cultiva la capacidad generativa en las relaciones -la que resulta preciosa sobre todo cuando la relación está herida, cuando experimenta la derrota y el fracaso, y la confianza parece llegar a su fin-, entonces lo humano se queda atrás y se convierte sólo en una función y un ejercicio de fuerza. Traicionada, ahí está la exigencia de justicia. ¿Qué puede marcar la diferencia evitando el cinismo, el estancamiento, el resentimiento, los motivos de ofensa, la exclusión, la desigualdad, la opresión? Lo que marca la diferencia es intentar ser agentes de justicia: atreverse a encontrarla, intentarla de nuevo, con cierta generosidad y, al mismo tiempo, proponerla como una posibilidad exigente que hay que reconstruir. En la verdad, en el reconocimiento del sufrimiento que ha entrado en escena, en la reactivación de expectativas y responsabilidades. En la preparación de contextos de presencia y proximidad, por don, es decir, por gracia y regalo podríamos decir más que por perdón.
La pérdida del encuentro es lo contrario del generalizado no verse y no ser visto, que es como eludir la mirada sobre uno mismo y el reconocimiento de uno mismo en la condición del otro. Que es como desviar la mirada, ir más allá sin tener en cuenta al otro. Son, éstas, dos dimensiones de un mismo movimiento: conducir a la pérdida del yo, al haber perdido el encuentro; y a la pérdida de la vida (en) común, al haber perdido el gusto por vivir juntos: y esto abre el espacio a la injusticia, a la separación indiferente.
La indiferencia es el peso muerto de la historia, es la materia inerte que funciona pasivamente, pero funciona. Funciona en lo más profundo del interior de las personas como una enfermedad moral que puede ser también una enfermedad mortal. La indiferencia tiene la clave para entender la razón del mal, porque cuando crees que algo no te toca, no te concierne, entonces el horror no tiene límites. La persona indiferente es cómplice. Sin sentimiento, sin sentimiento de pesar, indignación, esperanza o piedad. Conciencia vacía: se pierde la atracción por el mundo, por el tiempo, por vivir, por el otro.
La indiferencia congela el tiempo: no sentir al otro, y no (querer) sentirse otro que uno mismo, no hace esperar más, no hace encontrar y reencontrar después de lo perdido, no hace descubrir la posibilidad de nuevos caminos. Los momentos, los días se vuelven grises, como un pantano: no hay acontecimiento si no se capta lo que gime o tiembla en los cuerpos, en las personas, en uno mismo. ¿Cómo conmoverse para salvar lo humano de la deshumanización, para ser justo, para hacer nuevas las relaciones?
Recordar, hacer presente, dar imagen y dignidad, reconstruir la memoria contra el olvido permite resistir y respirar en la cultura dominante de la indiferencia, del «modelo tecnológico». Paul Ricoeur hablaba de ello en estos términos: «Ahora bien, nuestra cultura, en la medida en que se ajusta a un modelo tecnológico, emana el olvido. El usuario de la herramienta, de la máquina, no tiene memoria: la herramienta se agota en su función presente, suprime su pasado en su uso en el presente. El símbolo, por el contrario, tiene memoria, es memoria; retoma otros símbolos más antiguos que integra en el signo presente» en su libro que es una recolección de algunos de sus textos cristianos.
Es necesario no ceder al olvido con el pretexto de hacerse entender, de permanecer conectado, de seguir en el juego con los demás, sin gran compromiso e implicación. Más bien es necesario, según el filósofo francés, que el hombre de hoy «haga un nuevo pacto entre técnica y poesía, y acepte ser “progresista” en política y “arcaico” en poesía».
Algunos llaman a estos tiempos presentes «los años de la muerte del prójimo»; ciertamente son años de un despliegue generalizado de autosuficiencia y autorreferencialidad, a veces cínico e irresponsable. En los que incluso la libertad acaba agotada y perdida.
Hay una anotación sencilla y profunda de ‘Laudato si'’ del Papa Francisco: «muchos profesionales, líderes de opinión, medios de comunicación y centros de poder [podríamos añadir: universidades, centros de investigación, lugares de representación, gobierno y planificación social] están situados lejos (...) de los excluidos, en áreas urbanas sin contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde las comodidades de (...) una calidad de vida que está fuera del alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro (...) contribuye a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis parciales» (nº 49). Las culturas especializadas, las investigaciones universitarias, las competencias y las habilidades pierden relevancia y se vuelven indiferentes, autosuficientes y autorreferenciales. Ven (quizás analizan y juzgan) y siguen adelante pasando de largo o pasando página.
Esto ya no da lugar a la lucha y a la confrontación con el mal, ya no da lugar al deseo y a la búsqueda del bien, ni da lugar al amor por lo real. La indiferencia promueve continuamente la justificación y el desentendimiento moral, pone entre paréntesis nuestras sombras. No nos sentimos implicados, ni inocentes, ni neutrales y, por tanto, nos creemos fuera de la obra de la justicia.
"La indiferencia promueve continuamente la justificación y el desentendimiento moral, pone entre paréntesis nuestras sombras"
Sólo cuando nos atrevemos al encuentro, a la mirada, descubrimos que podemos soportar la sombra, y también nuestra pequeñez, nuestras contradicciones. Que tal vez estamos maduros para la esperanza, que podemos mirar la noche tal como se presenta. Podemos escuchar la llamada: «centinela ¿qué queda de la noche?» (Isaías 21,11) y convertirnos en monjes guardianes de la esperanza del mundo, mujeres y hombres que guardan en lo más profundo de su ser la espera del alba, y un poco de luz, que buscan lo nuevo, lo que nace, lo que reabre el tiempo.
Hacer memoria. El día de nuestros difuntos es un momento también para hacer memoria. Me gusta detenerme en aquella frase de Gabriel Marcel en su obra ‘Ser y tener”: «Amar a alguien es decirle: tú no morirás nunca» porque «los únicos muertos son los que ya no amamos». Y el amor no es indiferente. Y en estos tiempos recios, también de violencia y muerte, hemos de recuperar la indignación ética de Max Horkheimer que se rebela contra la idea de que el mal puede tener la última palabra, en un mundo en el que «el asesino no puede triunfar sobre su víctima inocente» y en el que no se hace plena justicia a todos los perdedores inocentes de la historia.
Hacer memoria, sí, y cito una página al final de ‘Crimen y castigo’ de Fiódor Dostoievski sobre la larga historia de sufrimiento de los dos protagonistas, Raskolnikov y Sonia: «Tenían lágrimas en los ojos. Ambos estaban pálidos y delgados: pero en aquellos rostros pálidos y enfermizos brillaba ya la aurora de una resurrección renovada, futura y completa hacia una nueva vida. El amor los resucitaba, el corazón de cada uno de ellos contenía infinitas fuentes de vida para el corazón del otro».
Sí, hacer memoria de nuestros difuntos en general y de aquellos, en particular, que ya nadie recordará: a todos y cada uno de los anónimos Juan Nadie -John Doe- cuya identidad desconocemos y que, sin embargo, un día fueron nuestros vecinos.
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