"De la Cátedra de Pedro a una cátedra de silencio" 'Señor, yo te amo': Homenaje al creyente Benedicto XVI

Benedicto XVI
Benedicto XVI

"Para todos nosotros, sin embargo, estos casi diez años de un diferente "magisterio", y también no menos bello y necesario, han servido de momento de reposo y de sedimentación a los vientos adversos y a las verdaderas tormentas que tuvo que afrontar su pontificado"

"Casi un martirio de paciencia fue su silencio, salvo raras excepciones, por el bien de la Iglesia, después de haber descubierto que sus fuerzas ya no eran suficientes para el gobierno"

Casi ocho años en la Cátedra de Pedro. Y casi diez como Papa emérito. El tiempo de la palabra, podría decirse, y el tiempo del silencio. Porque, citando al Eclesiastés, en la vida hay un tiempo para todo, incluso para guardar silencio y para hablar. Y Benedicto XVI lo sabía muy bien. Pero después de su muerte, destaca esta aparente dicotomía de las dos partes finales de su vida terrena. El teólogo pontífice, autor, antes y después de 2005, de libros admirables y de discursos igualmente importantes. Tenía uno de sus talentos indiscutibles en la capacidad de articular y formular las palabras para comentar, con reverencia bella, la Palabra.

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Intervenciones que siempre dejaron huella. Basta recordar, antes de las elecciones, su "Introducción al cristianismo", un largo discurso que formó a generaciones de fieles y teólogos; el discurso de la Misa ‘pro eligendo Pontifice’, antes del Cónclave del que saldría vestido de blanco; o el diálogo constante con la cultura contemporánea para volver al pensamiento ‘etsi Deus daretur’, después de dos siglos de buscada separación entre fe y razón. 

O simplemente regresar a sus grandes discursos papales. De Ratisbona a Westminster, de la ONU al Bundestag, del College des Bernardins de París, hasta el que le impidieron ejercer en la Universidad La Sapienza. Sin olvidar las homilías del ‘Corpus Domini’, en las que se expresó, con la eficacia y la sencillez del creyente que adora, el amor a Jesús Eucaristía. Las palabras de Joseph-Ratzinger Benedicto XVI no pocas veces han alcanzado esas alturas profundas de "sentido".

Benedicto XVI
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Y constituyen un corpus teológico y magisterial de inmenso valor. Fe, esperanza y caridad - no en vano el tríptico de sus encíclicas sobre las virtudes teologales (la última de las cuales, ‘Lumen fidei’, recibida y hecha suya por el Papa Francisco), y prácticamente olvidadas en el ángulo oscuro para no pocos contemporáneos, reafirmadas como roca salvadora, para "no dejarnos llevar de aquí para allá por ningún viento de doctrina", ofrecidas como quien quiere acompañar el camino no en oposición a la ciencia del hombre, sino más bien como reveladoras del sentido del ser humano creado a imagen  y semejanza divinas. Porque si la gloria de Dios es el hombre viviente, también la vida del hombre es la visión de Dios

Como leemos en su testamento espiritual, "he visto y sigo viendo cómo la razonabilidad de la fe ha surgido y sigue surgiendo de la maraña de hipótesis. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida; y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo".

Casi un martirio de paciencia fue su silencio, salvo raras excepciones, por el bien de la Iglesia, después de haber descubierto que sus fuerzas ya no eran suficientes para el gobierno

Se puede imaginar, por tanto, qué renuncia suprema tuvo que hacer el hombre, el creyente, el teólogo, el Papa, una vez convertido en emérito, al renunciar voluntariamente no sólo al ‘munus petrino’, sino también al ejercicio de esa maravillosa capacidad suya. Casi un martirio de paciencia fue su silencio, salvo raras excepciones, por el bien de la Iglesia, después de haber descubierto que sus fuerzas ya no eran suficientes para el gobierno. Pero aquí está el lado sorprendente de la última parte de su historia terrenal, que recompone la aparente dicotomía mencionada a la que hacía mención antes.

Benedicto XVI
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Ese silencio, en realidad, se convirtió en sí mismo en palabra. Y habló al corazón del mundo, testimoniando respeto, obediencia y reverencia (como él mismo había prometido) a su sucesor, oración por todos, bondad, rechazo claro a cualquier intento de explotación anti-Francisco -"el Papa es sólo uno"-, humildad y gran amor a Cristo, a la Iglesia, a los hombres y mujeres de este tiempo. Incluso a quienes intentaron manchar su imagen con acusaciones falsas. Para San Juan Pablo II, en el último período marcado por la enfermedad, se hablaba de una "silla del dolor". Para Benedicto XVI se podría hablar de una "cátedra de silencio". En definitiva, también él supo guardar silencio solemne, porque no quería perder de vista a su Dios. El Papa Ratzinger ciertamente no lo había perdido de vista.

Hasta el final, como lo atestiguan sus últimas palabras: "Señor, te amo". Para todos nosotros, sin embargo, estos casi diez años de un diferente "magisterio", y también no menos bello y necesario, han servido de momento de reposo y de sedimentación a los vientos adversos y a las verdaderas tormentas que tuvo que afrontar su pontificado. Para comprender mejor su grandeza, su fecundidad y el legado que nos ha dejado. Tanto con las palabras como con la oración en silencio porque sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje (Salmo 18).

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