El día 17 de noviembre la Iglesia celebra la Jornada Internacional de los Pobres El Señor nuestra justicia
"Hoy en día, la 'justicia' ya no consiste sólo -ni siquiera principalmente- en dar a cada uno lo suyo y no robar. Para nosotros, los cristianos, la justicia debe entenderse como la puesta en práctica de la caridad"
"El tema es central en las bienaventuranzas: 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados... Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos' (Mt 5,6.10)"
"El compromiso de los cristianos debe traducirse, por tanto, en una capacidad cada vez mayor para analizar las situaciones, proponer la justicia, promover el apoyo a los más débiles y controlar los procedimientos en relación con los fines que se pretenden alcanzar"
"A pesar de todo, también la Iglesia del Reino debe tener, como Bartimeo, la obstinada capacidad de ir contracorriente, de forma dinámica, superando la pereza o, peor aún, el silencio cómplice y, por ello, culpable que calla por miedo a jugársela, con la certeza de que el Señor no abandona a quien confía en Él"
"El compromiso de los cristianos debe traducirse, por tanto, en una capacidad cada vez mayor para analizar las situaciones, proponer la justicia, promover el apoyo a los más débiles y controlar los procedimientos en relación con los fines que se pretenden alcanzar"
"A pesar de todo, también la Iglesia del Reino debe tener, como Bartimeo, la obstinada capacidad de ir contracorriente, de forma dinámica, superando la pereza o, peor aún, el silencio cómplice y, por ello, culpable que calla por miedo a jugársela, con la certeza de que el Señor no abandona a quien confía en Él"
Hoy en día, la «justicia» ya no consiste sólo -ni siquiera principalmente- en dar a cada uno lo suyo y no robar. Para nosotros, los cristianos, la justicia debe entenderse como la puesta en práctica de la caridad. En el Salmo 85 leemos: «El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se besarán. La verdad brotará de la tierra y la justicia bajará del cielo». La justicia está íntima y casi físicamente unida a la paz, estrechamente relacionada con el amor y la verdad. Es decir, con la forma de actuar o incluso de «ser» de Dios. La relación con la ley debe entenderse también en el sentido peculiar de Israel: la ley es fuente de vida, don directo de Dios a su pueblo. Los profetas denuncian la infidelidad de Israel y anuncian que Dios suscitará un «retoño justo» de entre los descendientes de David: el Mesías se llamará «Señor nuestra justicia» (Jr 23,5).
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El tema es central en las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados... Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,6.10).
Recordemos aquí una traducción libre (y fiel) de la misma bienaventuranza: «Bienaventurados los que desean ardientemente lo que Dios quiere». ¿Qué quiere Dios? Que le amemos a Él y a nuestro prójimo, que nos hagamos prójimos de toda persona necesitada, que construyamos un mundo más justo en el que haya una oportunidad de vida para toda la familia humana. Esto sucede cuando se ayuda al huérfano y a la viuda, se acoge al forastero y se libera al esclavo, se saldan las deudas y cada miembro de la familia humana recupera su dignidad original de hijo de Dios. En otras palabras, cuando se devuelve la justicia y la dignidad a los pobres y marginados.
A toda la Iglesia se recomienda la inclusión social de los pobres, que ocupan un lugar privilegiado en el Pueblo de Dios, y la capacidad de encuentro y de diálogo para favorecer la amistad social buscando el bien común. Es necesario, sin embargo, ser conscientes de que, a diferencia del pasado reciente, hoy el concepto de marginación es un concepto «contenedor», capaz de describir bien la generalidad del riesgo de pobreza y marginación social en el que se encuentra o puede encontrarse toda persona, independientemente de su clase social. Evidentemente, la presencia de situaciones de fragilidad cuyos contornos no siempre están bien definidos requiere no sólo una «política» más específica para abordar las causas del fenómeno (el trabajo, la vivienda, el sistema de valores, la pertenencia cultural, la red de servicios personales y familiares, etc.), sino también un aumento de la solidaridad social y de la proximidad para hacerse cargo de las situaciones más débiles.
Otra característica es que en nuestras ciudades el malestar es en realidad una suma de precariedad y fragilidad. No es tanto y no sólo la inmigración, o la falta de trabajo, o el problema de las personas mayores solas, o incluso las enfermedades mentales lo que caracteriza el deterioro progresivo, sino la suma de todos estos factores. Precisamente por eso ya no basta con el mero análisis de lo que no funciona ni con la mera distribución de los servicios. Necesitamos una mirada capaz de ver muy lejos. Debemos aprender a «leer los territorios» en términos de relaciones, contactos, proyectos .Un compromiso que debe llevarnos a responder -como siempre- a las necesidades que se nos comunican, pero también a anticiparnos a los fenómenos e interceptar las angustias antes de que se agudicen.
«Este pobre grita y el Señor lo escucha» (Sal 34,7). Estas son las palabras del salmista que se nos invita a hacer nuestras. Tres son los verbos principales: gritar, responder y liberar. Se trata de un serio examen de conciencia para comprender si realmente somos capaces de escuchar a los pobres. La respuesta de Dios a los pobres es siempre una intervención de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, restablecer la justicia y ayudarles a reanudar su vida con dignidad. Este debe ser también el caso de nuestras respuestas. Todo cristiano y toda comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y la promoción de los pobres, a fin de que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el grito de los pobres y acudir en su ayuda.
El compromiso de los cristianos debe traducirse, por tanto, en una capacidad cada vez mayor para analizar las situaciones, proponer la justicia, promover el apoyo a los más débiles y controlar los procedimientos en relación con los fines que se pretenden alcanzar. Por tanto, por un lado, es necesario despertar la atención de las administraciones públicas y, por otro, hay que conseguir que las presencias que ya existen no se sientan abandonadas a sí mismas, sino que se refuercen con apoyos y redes. Un servicio desde el punto de vista sociológico, pero también un estímulo pastoral.
Al servicio de una pastoral que no es abstracta, que trata a diario con las personas, con los problemas, con el desarrollo de un territorio. El objetivo no es detenerse en las necesidades inmediatas. Hay que aspirar a relanzar el compromiso en el ámbito de las políticas sociales con una mayor atención a su eficacia en relación con los destinatarios, que debe evaluarse sobre la base de «parámetros de humanización» que deben aplicarse sobre todo en la dimensión local.
A modo de ejemplo, se puede decir que una intervención social es válida si emancipa a los pobres, realiza la justicia, suscita la libertad, difunde la humanidad, promueve la aceptación y estimula la participación. Así orientados, los caminos pedagógicos que podamos desarrollar deben llevar a los administradores locales (especialmente a los que deseen hacerlo como cristianos) a valorar tanto a los sujetos débiles como a los solidarios: a concebir a unos y a otros como recursos para el verdadero desarrollo (social, humano, cultural y más que económico) de las comunidades locales.
Si los modelos de desarrollo siguen dominados por el mito del crecimiento indefinido y persiste una cultura individualista del «sálvese quien pueda», que crea injusticia y deja morir a la gente, y si los hombres de gobierno y de poder son incapaces de escapar a este mito y a esta cultura, las comunidades cristianas no pueden dejar de sentirse interpeladas por estos hechos.
La larga historia de la Iglesia es la del compartir pleno y verdadero, la de la preocupación pronta y auténtica, la de la profecía y el anuncio. La novedad, los nuevos estilos de vida alternativos a los dominantes en la sociedad, y la nueva mentalidad, la «metanoia» que los precede, no son por tanto algo marginal, algo añadido desde fuera, en la vida y la misión de la Iglesia, sino que son su esencia, el corazón mismo de su mensaje y de su compromiso.
De ahí la invitación a una acción pedagógica, a crear una «ciudadanía ecológica» que no se limite a informar, sino que logre madurar y cambiar los hábitos en una perspectiva de responsabilidad: «necesitamos volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad hacia los demás y hacia el mundo».
Como el ciego de nacimiento, ¡cuántos son los pobres que están hoy al borde del camino, buscando un sentido a su condición! ... Esperan que alguien se les acerque y les diga: ‘¡Ánimo! Levántate, te llama’, mientras que «desgraciadamente sucede a menudo que, por el contrario, las voces que se escuchan son las y no palabras de reproche ni que inviten a callar y a sufrir.
A pesar de todo, también la Iglesia del Reino debe tener, como Bartimeo, la obstinada capacidad de ir contracorriente, de forma dinámica, superando la pereza o, peor aún, el silencio cómplice y, por ello, culpable que calla por miedo a jugársela, con la certeza de que el Señor no abandona a quien confía en Él.
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