"Sin invocar la Santa Trinidad y sin hacer la señal de la cruz" 'Amén': La bendición del Papa Francisco en el encuentro con jóvenes de Scholas Occurrentes en Yakarta
"Hace unos días -el día 4 de septiembre- en Yakarta, el Papa Francisco tuvo un encuentro con algunos jóvenes de diferentes confesiones religiosas"
"Quisiera dar una bendición –dijo–. Bendecir significa decir bien, desear algo bueno. Aquí vosotros sois de diversas religiones, pero tenemos un solo dios, es sólo uno. Y en unión, en silencio, oraremos al señor y daré una bendición para todos, una bendición válida para todas las religiones"
"Que Dios bendiga a cada uno de vosotros. Que Él bendiga todos vuestros deseos. Que Él bendiga a vuestras familias. Que Él te bendiga presente. Que Él bendiga tu futuro. Amén"
"'Amén' es un término tan frágil como un soplo y muy utilizado. Pero tiene una inesperada profundidad y riqueza de significado"
"Que Dios bendiga a cada uno de vosotros. Que Él bendiga todos vuestros deseos. Que Él bendiga a vuestras familias. Que Él te bendiga presente. Que Él bendiga tu futuro. Amén"
"'Amén' es un término tan frágil como un soplo y muy utilizado. Pero tiene una inesperada profundidad y riqueza de significado"
Hace unos días -el día 4 de septiembre- en Yakarta, el Papa Francisco tuvo un encuentro con algunos jóvenes de diferentes confesiones religiosas. Y, al finalizar el mismo, el Papa dio una bendición diciendo que era ‘válida para todas las religiones’.
“Quisiera dar una bendición. Bendecir significa decir bien, desear algo bueno. Aquí vosotros sois de diversas religiones, pero tenemos un solo dios, es sólo uno. Y en unión, en silencio, oraremos al señor y daré una bendición para todos, una bendición válida para todas las religiones. Que Dios bendiga a cada uno de vosotros. Que Él bendiga todos vuestros deseos. Que Él bendiga a vuestras familias. Que Él te bendiga presente. Que Él bendiga tu futuro. Amén”.
Y lo hizo, además, sin invocar la Santa Trinidady sin hacer la señal de la cruz sobre los presentes en ese mencionado encuentro.
“Amén” es un término tan frágil como un soplo y muy utilizado. Pero tiene una inesperada profundidad y riqueza de significado.
Muchas veces aparece en la Escritura el término ‘Amén’, una voz que nos resulta familiar porque se utiliza mucho en la liturgia y como conclusión de nuestras oraciones.
Es una antigua palabra aramea a la que se ha dado el sentido de “Así sea”, “Así es”. Algunas doxologías del Salterio se cierran así para significar el sello de la bendición de Dios: “Bendito sea por siempre el nombre del Señor glorioso. De su gloria esté llena toda la tierra. Amén, amén” (Sal 72,19).
Jesús mismo utiliza este término repetido dos veces, traducido en el Evangelio como “en verdad”, cuando pronuncia declaraciones solemnes cuya autoridad quiere subrayar: “En verdad, en verdad os digo que antes que Abraham existiera, Yo soy” (Jn 8,5), queriendo decir que Él es el Amén por excelencia, el sí de Dios, la Palabra definitiva del Padre, “el testigo fiel y veraz” (Ap 3,14).
"'Amén' deriva de una raíz hebrea, la misma del verbo 'credere', que expresa solidez, fidelidad, constancia"
“Amén” deriva de una raíz hebrea, la misma del verbo ‘credere’, que expresa solidez, fidelidad, constancia: cualidades todas propias de Dios: Dios es fiel a sus promesas: Él, la roca, el baluarte, Aquel que “hace firme el mundo” (Sal 93,1), que “se sienta en la tempestad y se sienta como rey para siempre” (Sal 29,10), que sigue y ama al pueblo que ha elegido, a pesar de las continuas infidelidades, hasta Jesucristo, y para siempre.
Y, por nuestra parte, “Amén” es una palabra que nos compromete, o mejor dicho, no es sólo una palabra, sino que es un camino de vida, como el dramático que emprende Abraham al subir al monte Moria, en obediencia al mandato abrumador de Dios, o como el de Moisés que durante cuarenta años conduce a Israel por el desierto, o como el camino doloroso de Job… Es la vida de los profetas de todos los tiempos que aceptan su misión incluso cuando es difícil, en la aceptación de los designios inescrutables de Dios y en el abandono de la oración.
Y así, cuando digo “Amén”, estamos diciendo simultáneamente dos cosas: primero, confieso que no soy estable, y declaro mi debilidad: necesito apoyo, pero al mismo tiempo reconozco que gano solidez aceptando la ayuda de otro. Y, cuando ese otro es Dios, no cabe imaginar mayor estabilidad.
“Tu vara y tu cayado me dan seguridad” (Sal 23,4). Así canta el salmista seguro de que, aunque camine en la oscuridad, aunque se encuentre en las dificultades de la vida, siempre puede contar con el amor fiel de Dios.
"El 'Amén' es la cualidad de quien se hace estable no porque sea fuerte, seguro de sí mismo, poderoso, ni siquiera porque sea justo según la ley, sino porque ha aprendido a confiar en Dios. Sólo Él es el fundamento seguro"
El “Amén” es la cualidad de quien se hace estable, no porque sea fuerte, seguro de sí mismo, poderoso, ni siquiera porque sea justo según la ley, sino porque ha aprendido a confiar en Dios. Sólo Él es el fundamento seguro.
Así pues, la conciencia de la fragilidad humana no sólo no es un obstáculo para la fe, sino que en realidad es su condición. Cuanto más profunda es, y no cosmética, más puede crecer la fe.
El Apóstol San Pablo nos lo enseña cuando reza tres veces para que se aparte de él la dolorosa prueba y recibe esta respuesta: “Te basta mi gracia: mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad”, y concluye: “Cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12,7-10).
Sí, Cristo es el Amén de Dios (Ap. 3,14). Y es que la bendición del testigo fiel y verdadero es más amplia que nuestras fórmulas y ritos. Porque vamos aprendiendo a orar, unos y otros, a Dios en espíritu y verdad (Jn 4,23-24).