"¿Qué significa «Verbo»? ¿Y qué significa «carne»? ¿Pueden revelar más profundidad?" Caro cardo salutis, o la profundidad de la encarnación de una Navidad cósmica
«Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). Este es el anuncio que oímos proclamar cada año durante la liturgia de la Palabra el día de Navidad. El contexto de la celebración, así como la formación o la catequesis que hemos recibido, o simplemente el «clima» cristiano en el que hemos crecido, nos llevan casi espontáneamente a referir estas palabras a Jesús de Nazaret, «profeta poderoso en obras y palabras»
No es del todo incorrecto asociar «el Verbo se hizo carne» con Jesús. Pero, ¿qué significa «Verbo»? ¿Y qué significa «carne»? Y estos términos, leídos desde otra perspectiva, ¿pueden revelar más profundidad?
«Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). Este es el anuncio que oímos proclamar cada año durante la liturgia de la Palabra el día de Navidad. El contexto de la celebración, así como la formación o la catequesis que hemos recibido, o simplemente el «clima» cristiano en el que hemos crecido, nos llevan casi espontáneamente a referir estas palabras a Jesús de Nazaret, «profeta poderoso en obras y palabras», como dirían los dos de Emaús, pero sobre todo Hijo de Dios encarnado, que se hizo hombre para nuestra salvación -como recitamos cada vez en el Credo-.
Pero, ¿estamos seguros de que este versículo del Evangelio de Juan no puede decirnos otra cosa? De hecho, hay bastante consenso en que el llamado Prólogo joánico, del que se toma el versículo 14, es en realidad un texto poético posterior, posterior a la redacción del Cuarto Evangelio -y, por tanto, de los propios Sinópticos- y colocado en la apertura de la obra joánica como «introducción» hímnica teológica a la narración que va a seguir. Por tanto, no es del todo incorrecto asociar «el Verbo se hizo carne» con Jesús. Pero, ¿qué significa «Verbo»?¿Y qué significa «carne»? Y estos términos, leídos desde otra perspectiva, ¿pueden revelar más profundidad?
Ésta es, en efecto, la intuición de una serie de teólogos que en los últimos años -desde principios del año 2000- han arrojado sorprendentemente nueva luz sobre toda la narración de la fe cristiana, precisamente a partir de una relectura de este versículo. El primer estudioso, en particular, fue el teólogo danés Niels Gregersen, que acuñó la expresión “encarnación profunda”. Pero, ¿qué significa esta expresión? ¿Y cómo se basa en una relectura de nuestro versículo joánico y navideño?
En primer lugar, hay que señalar que el término ‘sarx’ –carne-, utilizado por Juan, no indica ni un «ser humano» (anthropos) ni siquiera un «hombre varón» (aner). Más bien, este término puede describirse como un «concepto paraguas», ya que abarca, es portador de una multiplicidad de significados, abre un horizonte de sentido mucho más amplio y variado. Esto es especialmente reconocible si se relee a la luz del Antiguo Testamento, como traducción griega del término hebreo ‘basar’. En este caso, 'carne' indica todo lo creado, todo lo que no es Dios y que debe su existencia y subsistencia a Dios. Por eso podemos hablar de la «matriz creatural» de todo lo que existe. El versículo de Isaías es emblemático a este respecto: «Todo hombre -kol basar- es como la hierba, y toda su gracia es como una flor del campo. La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre».
Literalmente, toda carne es como la hierba, destinada a marchitarse. Sólo la palabra de Dios dura para siempre. Es singular que algunas traducciones identifiquen la carne con el hombre, mientras que lo que se quiere decir lo comparten también los animales, las plantas... en definitiva, todas las criaturas.
En este sentido, pues, decir que «el Verbo se hizo carne» es afirmar que el Verbo asumió no sólo una única existencia, no sólo su propia humanidad, sino la esencia misma de nuestra condición de criaturas, el corazón de nuestro ser finito, destinado a pasar, nuestro ser mortal y vulnerable.
Jesús, como cada uno de nosotros, en el momento en que vino al mundo se encontró en un contexto histórico, cultural, geográfico, familiar, genético, biológico-evolutivo, que lo situaba de alguna manera en el centro de una densa red de relaciones. Esta atención, en particular, puede observarse en los evangelios sinópticos, que ilustran el crecimiento psicofísico del niño Jesús, su relación con sus padres, con sus discípulos, con sus adversarios, con los animales y la naturaleza que le rodeaban, etc.
El Verbo, al hacerse carne, asume estas mismas relaciones, que le ponen así en contacto con todo lo que existía antes que Él, desde el principio del universo, y todo lo que existirá después de Él. Este complejo de relaciones es como el «cuerpo extendido» de Jesús, «extendido» tanto en sentido espacial (en relación con la genética, la evolución, etc.) como histórico (en relación con la religión de Israel, las relaciones familiares, la lengua, etc.).
Ésta es la «profundidad» que se redescubre en el acontecimiento de la encarnación. Hablar de «encarnación profunda» significa reconocer que en la carne de Jesús, en este único ser humano, el Verbo se ha hecho suyo, ha asumido no simplemente esta única existencia, no simplemente algo que le une a todo ser humano, sino la criatura misma de todo lo que existe y que le relaciona con todo lo creado: desde las plantas a los animales, hasta el más pequeño microorganismo del que proceden nuestras células. Esa infinita red de vínculos y referencias cruzadas -biológicas, históricas, culturales- que conforman nuestro mundo personal, también la hace suya el Verbo, en el momento en que se hizo carne en este único ser humano llamado Jesús.
Es el Verbo quien asume esta carne. El término joaneo “Logos” es muy problemático, de hecho un ‘unicum’ en el Cuarto Evangelio. Pero, ¿qué significa en este caso?
El término “Logos” vendría así a indicar ese principio creador presente desde la creación y a través del cual se creó todo lo que existe
Sería insensato o ingenuo reflejar las discusiones trinitarias posteriores sobre este término. Este término ofrece una reinterpretación en un entorno helenístico (y por tanto con palabras griegas) de un concepto de origen hebreo, a saber, la “Sabiduría”, tal como se encuentra en Eclesiástico 24 o Proverbios 8. El término “Logos” vendría así a indicar ese principio creador presente desde la creación y a través del cual se creó todo lo que existe. En este caso, por tanto, un término griego, en particular filosófico-estoico, declina lo que en el medio semítico-judío era la palabra de Dios (Génesis 1) o la Sabiduría creadora (Eclesiástico 24 o Proverbios 8) y que más tarde, en el lenguaje cristiano, se convertiría en el Hijo, el Verbo.
Esa profundidad que se reconoce horizontalmente en la carne asumida, también se puede encontrar verticalmente en el Verbo. Aquel que «se hizo carne» es ese mismo Verbo, Palabra, Sabiduría que desde la eternidad está en Dios, con Dios y es Dios mismo, aquel por quien fueron creadas todas las cosas y en quien, al final de los tiempos, todo será recapitulado en la nueva creación, en los cielos nuevos y la tierra nueva.
La teología de la encarnación profunda subraya así la unicidad de la historia de la salvación, la única economía salvífica, el único plan divino que parte de la creación, encuentra su culmen en la encarnación y alcanzará su plenitud en el tiempo escatológico.
Hablar de una «encarnación profunda» significa en realidad reconocer la Navidad como una fiesta cósmica. El hacerse carne del Verbo no es algo que concierna sólo a los cristianos o, peor aún, a la humanidad pecadora necesitada de redención. Al contrario, celebrar la Navidad significa reconocer que el Verbo, nacido en el mundo en Jesús, ha asumido en profundidad toda nuestra condición de criatura, se ha implicado de tal modo que está conectado con todo lo que existe y, por tanto, puede albergar todo lo que existe en Dios, en su cuerpo extendido y resucitado.
Etiquetas