Entréme donde no supe I - (¿Es posible tener experiencia de Dios?)

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1 Mi Dios amor



Quizás ningún otro de mis escritos haya tenido un título más exacto. Porque ciertamente me estoy metiendo en el tema de "la experiencia de Dios" de la que seguramente no sé casi nada. No solo por mi inmadurez espiritual sino porque tal "experiencia" me parece poliédrica, es decir, hay tantas "experiencias" como individuos la pretenden.

Solo la esperanza de que estos palotes puedan ayudar a alguien me motiva a publicarlos. No sin advertir que la "experiencia de Dios" también es movible, se mueve a medida que el individuo lo intenta con "determinada determinación" que diría Teresa de Jesús. Por eso confieso que lo que referiré corresponde a una etapa de mi vida, a una descripción racionalizada de un determinado proceso. No quiero releerlo mucho porque ya me aprieta la tentación de romperlo...

Experiencia, según el diccionario, significa: "Enseñanza que se adquiere con el uso, la práctica o el vivir". Es decir, uno tiene experiencia de aquello que conoce directamente, sin intermediarios. Pero, en una 2ª acepción, experiencia es sinónimo de experimento: "Acción y efecto de experimentar". De las distintas acepciones del verbo experimentar, me quedaré con la 3ª por ser la más apropiada al presente tema: Experimentar significa:"Notar, echar de ver en sí mismo una cosa, una impresión, un sentimiento, etc."

La experiencia de Dios supone cierto conocimiento sin intermediarios porque, aún brotando como sensación desde el ser, la inteligencia observa, analiza y describe lo que ocurre en el interior. Pero la experiencia de Dios tiene más que ver con experimentar:"Notar en sí mismo una presencia, una impresión, un sentimiento". De ahí que, quienes han experimentado esa presencia, esa sensación, hablen del "Dios personal": un Alguien que se percibe individualmente en el interior de uno mismo.

Permitidme -en mi intento de claridad- que modestamente puntualice algunas afirmaciones y las describa sin ninguna pretensión de abarcar el tema. Sino tan solo de acercarme pobremente a esa experiencia con mis palotes torcidos:
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1. La experiencia de Dios es una "sensación profunda":

Ésta sería una primera y sencilla descripción. Se trata pues de una "sensación de contenido sicológico" (1) y no de una "sensación puramente física o corporal" (2). Se toma distancia así de la simple actividad de los sentidos. Lo que no quiere decir que la sensación sicológica no tenga repercusiones, más o menos fuertes, en el cuerpo.

Se trata de una sensación profunda que se percibe como durable, emanando de lo esencial de uno mismo y no de la periferia de uno mismo. Esto lo sintetiza Juan de la Cruz en este verso: "Entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo. / ...consiste esta suma ciencia / en un subido sentir / de la divinal esencia..." (3). Teresa de Jesús habla de sentimiento de la presencia de Dios: "Acaecíame… venirme a destiempo un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo engolfada en él".

La palabra sentimiento es gramaticalmente ("acción y efecto de sentir o sentirse" e "impresión y movimiento que causan en el alma las cosas espirituales") equiparable a la sensación profunda de que aquí hablo.

Esta experiencia nace pues en lo profundo del ser humano, en su corazón (en el sentido más bíblico de la expresión). No es una experiencia cerebral, no se trata de un convencimiento o una intuición intelectual, ni de un esfuerzo voluntario, ni de un acto de fe. Se trata de un "contacto hondo y vital", nada racional, aunque la previa formación intelectual del sujeto pueda prestar cierto servicio y crear cierto marco, como después diré.

La disposición del yo cerebral (inteligencia, voluntad y libertad), para que surja esta experiencia o ante esta experiencia, ha de ser de sumisión a ese otro centro autónomo de la persona que es el ser (4). La cabeza es incapaz de hacer brotar esa fuente por mucha formación que acumule.

La inteligencia podrá intentar unos medios, un método, unas circunstancias, que faciliten esa experiencia, y después comprobar lo que ha ido bien para conseguirlo.

La libertad podrá elegir esa búsqueda profunda en vez de otras alternativas más superficiales y atractivas para el cuerpo, la sensibilidad o la inteligencia. Es decir, la libertad elegirá ponerse a orar rodeándose de las mejores circunstancias posibles.

La voluntad movilizará las energías del cuerpo para llevar a cabo la previa elección de la libertad. La "determinada determinación" de "hacer oración personal todos los días" requiere la elección de la libertad, pero también el esfuerzo de la voluntad para sacudir nuestra pereza, excusas, superficialidad, y dedicar el tiempo prefijado. Todos sabéis que la "falta de tiempo" es la excusa más pegajosa y habitual para no intentar esa preciosa experiencia. Ahí ha de intervenir una voluntad firme y constante.

Por ejemplo:

Alguien que busque y decida "tocar" a Dios, experimentarle, podrá empezar por consideraciones intelectuales (meditación) que le acerquen al objeto de su búsqueda. O podrá abrir la puerta de la escalera que conduce al ser (a su propia bodega), es decir, la puerta del recogimiento.

Teresa de Jesús insistirá mucho en este primer paso del recogimiento (5). De hecho, todos los tratados de oración de la rica tradición cristiana no son más que prólogos para preparar el entorno y disponer las distintas instancias de la persona (cuerpo, sensibilidad, yo cerebral) para centrarse en la instancia prioritaria (el ser) y esperar el encuentro, la revelación del Dios vivo.

Conviene advertir que no caben voluntarismos, ni esfuerzos cerebrales, ni impaciencias. Tan solo paz y abandono permaneciendo sumergidos en unas circunstancias lo mejor posibles (soledad, silencio o música apropiada, cuerpo cómodo y relajado, etc.).

El ser humano no puede hacer más que eso: prepararse y esperar. Por eso la vida del hombre es un permanente adviento, como dice Martín Velasco (6). Ningún método de oración, por sí mismo, puede hacer surgir la experiencia, el contacto, la sensación profunda de que hablo. Sólo podemos ahuecar nuestra tierra, sumergirnos dócilmente en el ser y esperar. Sólo podemos bajar a "la interior bodega" (7), el vino no nos lo podemos servir.
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Continuará...
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(1) Sensación de contenido sicológico: Mensaje del psiquismo de una persona que, manifestándose en la sensibilidad y el cuerpo, se puede analizar para comprender su contenido y origen.

(2) Sensación puramente corporal: Manifestación física, localizada o difusa, cuyo origen fácilmente identificable en una relación causa-efecto, sobre todo con el entorno, no tiene relación con la vida sicológica de la persona.

(3) "Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación", estribillo y verso 8.

(4) Para mayor información sobre el ser, véase la obra de PRH Internacional: "La persona y su crecimiento", cap. II.

(5) "Camino de Perfección", cap. 26 y otros.

(6) Juan Martín Velasco: Nació en Santa Cruz del Valle (Ávila) en 1934. Es sacerdote de la Diócesis de Madrid, doctor en Filosofía, teólogo y ex profesor de Fenomenología y Filosofía de la Religión en la U.P. de Salamanca y en el Estudio Teológico del Seminario de Madrid. Ha publicado varias obras y colaborado en varias otras sobre temas de su especialidad.

(7) San Juan de la Cruz, "Cántico Espiritual", verso 17
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Z - cenefa 16


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