¿Dios es para nosotros el eterno Descubrimiento y el eterno Crecimiento?
Dios no se nos presenta como una Cosa ya totalmente terminada a la que hay que abrazar. Cuanto más creemos comprenderlo, más distinto se nos revela. Cuanto más pensamos aprehenderlo, más retrocede atrayéndonos a las profundidades de Sí mismo. Cuanto más nos acercamos a él por todos los esfuerzos de la naturaleza y de la gracia, más acrecienta, en un mismo movimiento, su atracción sobre nuestras potencias y la receptividad de nuestras potencias con respecto a esta divina atracción. Así, según Teilhard de Chardin, “el punto privilegiado, el punto único en donde puede nacer, para cada ser humano, en cada momento, el Medio Divino, ese punto no es un lugar fijo del Universo. Es un centro móvil que hemos de seguir como los Magos siguieron a su estrella”.
Este astro conduce a cada persona, según su vocación, por un camino o por otro, de manera muy diversa. Pero todas las pistas que nos señala tienen esto en común: que hacen ascender siempre más arriba. En cada existencia, si somos fieles, los deseos mayores suceden a los más chicos; la renuncia prevalece poco a poco sobre los goces; la muerte consuma la vida. “A veces mediante un desasimiento espiritual, a veces mediante uno material, la fidelidad nos lleva a todos, más o menos de prisa, en mayor o menor grado, hacia una misma zona de menor egoísmo y de menor goce, allí donde brilla para la criatura, más extasiada, la luz divina más suficiente y más límpida”. El Mundo se funde y pliega bajo la acción convergente de estos tres rayos: pureza, fe y fidelidad, que dan al Mundo, incluso al material, su última consistencia y su última figura. Son los principios conformadores de la Tierra Nueva.
Y es importante señalar que, “por razón de naturaleza: porque, por muy extraordinariamente solidarios que seamos los unos con los otros en nuestro desarrollo y en nuestra consumación in Christo Jesu, no por ello dejamos de formar cada cual una unidad natural, cargada con sus responsabilidades y con sus posibilidades incomunicables. Nos salvamos o nos perdemos nosotros mismos”. No hay que perder nunca de vista que los seres humanos, en el campo de las realidades celestes, por penetrados que nos hallemos del mismo poder creador y redentor, constituimos cada uno un centro particular de divinización (de manera que hay tantos Medios Divinos parciales como almas cristianas). Por esto, “antes de ocuparse de los demás (para poder ocuparse de los demás) el fiel debe asegurarse su santificación personal, no por egoísmo, sino con la conciencia segura y amplia de que, por una parte infinitesimal e incomunicable, cada uno de nosotros tenemos que divinizar al Mundo entero” (P. TEILHARD DE CHARDIN, El Medi Divi, Nova Terra, Barcelona 1968, 161-166)
Este astro conduce a cada persona, según su vocación, por un camino o por otro, de manera muy diversa. Pero todas las pistas que nos señala tienen esto en común: que hacen ascender siempre más arriba. En cada existencia, si somos fieles, los deseos mayores suceden a los más chicos; la renuncia prevalece poco a poco sobre los goces; la muerte consuma la vida. “A veces mediante un desasimiento espiritual, a veces mediante uno material, la fidelidad nos lleva a todos, más o menos de prisa, en mayor o menor grado, hacia una misma zona de menor egoísmo y de menor goce, allí donde brilla para la criatura, más extasiada, la luz divina más suficiente y más límpida”. El Mundo se funde y pliega bajo la acción convergente de estos tres rayos: pureza, fe y fidelidad, que dan al Mundo, incluso al material, su última consistencia y su última figura. Son los principios conformadores de la Tierra Nueva.
Y es importante señalar que, “por razón de naturaleza: porque, por muy extraordinariamente solidarios que seamos los unos con los otros en nuestro desarrollo y en nuestra consumación in Christo Jesu, no por ello dejamos de formar cada cual una unidad natural, cargada con sus responsabilidades y con sus posibilidades incomunicables. Nos salvamos o nos perdemos nosotros mismos”. No hay que perder nunca de vista que los seres humanos, en el campo de las realidades celestes, por penetrados que nos hallemos del mismo poder creador y redentor, constituimos cada uno un centro particular de divinización (de manera que hay tantos Medios Divinos parciales como almas cristianas). Por esto, “antes de ocuparse de los demás (para poder ocuparse de los demás) el fiel debe asegurarse su santificación personal, no por egoísmo, sino con la conciencia segura y amplia de que, por una parte infinitesimal e incomunicable, cada uno de nosotros tenemos que divinizar al Mundo entero” (P. TEILHARD DE CHARDIN, El Medi Divi, Nova Terra, Barcelona 1968, 161-166)