Escuela del silencio La importancia del silencio
El poder es ruidoso, es una estatua enorme con los pies de barro, un árbol inmenso que esteriliza la superficie que cubre con su sombra, pero no tiene raíces, está desligado del misterio de la historia.
El silencio y la palabra definen la identidad de una persona más que los rasgos físicos y su estilo de vida, pues nos muestran a la persona como un ser orgulloso o humilde, ya que en el silencio interior encontramos nuestro centro personal y en el hondón de este centro encontramos al Señor.
| JL Vázquez Borau
Frente al poder que nos amenaza y envuelve con el ruido, en todas partes y en todo momento, necesitamos entrar en el silencio, para encontrarnos y encontrar el sentido de la historia y el sentido de nuestra propia existencia. Aquí, las palabras de Arturo Pauli toman todo su sentido
«El poder es ruidoso, es una estatua enorme con los pies de barro, un árbol inmenso que esteriliza la superficie que cubre con su sombra, pero no tiene raíces, está desligado del misterio de la historia. Curiosamente los pobres que no tienen secretos, que viven en casas sin puertas y en barrios sin muros de cinta, son los verdaderos clandestinos: la gran amenaza del poder viene de ellos…La multitud silenciosa y silenciada seguirá conservando misteriosamente en la permanente derrota la esperanza de la victoria y aquella vehemencia purificada para siempre del orgullo que Jesús infundía en los pobres haciéndoles príncipes del Reino» (A. PAULI, El silencio, plenitud de la palabra, Paulinas, Madrid1991).
En una palabra, para entrar en el misterio de lo que no se ve, que es más importante que lo que se ve; de lo que no se oye, que es más importante que lo que se oye, hay que ir al silencio donde amanece lo esencial está más allá de lo que se ve y oye.
Cada vez más, sin darnos cuenta, las personas estamos inmersas en una dimensión virtual a causa de mensajes audiovisuales que acompañan nuestra vida de la mañana a la noche. Los más jóvenes, que han nacido ya en esta condición, parecen querer llenar de música y de imágenes cada momento vacío, casi por el miedo de sentir, precisamente, el vacío interior. Algunas personas ya no son capaces de quedarse durante mucho rato en silencio y en soledad. Pero el silencio cuando se hace presente no pasa inadvertido, te llama la atención sin pretenderlo, nos habla sin decir nada, nos interroga sin hacer preguntas, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales.
El silencio y la palabra definen la identidad de una persona más que los rasgos físicos y su estilo de vida, pues nos muestran a la persona como un ser orgulloso o humilde, ya que en el silencio interior encontramos nuestro centro personal y en el hondón de este centro encontramos al Señor. El silencio, el verdadero silencio nos sitúa más allá de las palabras, en el manantial infinito y silencioso desde donde toma forma toda palabra. Nos sitúa en el mismo silencio de Dios, desde donde brotó la Palabra infinita y amorosa de Dios, Jesús, Hijo de Dios, Palabra eterna del Padre. Como dice san Juan de la Cruz: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en eterno silencio, y en el silencio ha de ser oída del alma” (JUAN DE LA CRUZ, o. c., Dichos de luz y amor, 99, BAC, Madrid 1994, 166).
Nuestra mente, habitualmente dispersa en una gran diversidad de pensamientos y de ideas, debe ser unificada y llevada de la multiplicidad a la simplicidad, de la diversidad a la sobriedad. Debe ser purificada de toda imagen mental, de todo concepto intelectual, hasta no ser consciente de nada, salvo de la presencia amorosa de Dios invisible e incomprensible. Es así como, entrando en el silencio aprendemos el arte de la oración, que es un camino espiritual que nos une con Dios y no un lugar para reflexionar sobre Dios o sobre nosotros mismos. Recordemos las palabras de san Bernardo: “Toda la fuerza sale del silencio. A través del silencio nos abismamos en el seno del Padre y a la vez resurgimos de Él con su Palabra eterna. Reposar en el abismo de Dios supone curación para los desordenes del mundo, pues la tranquilidad todo lo sosiega” (SAN BERNARDO, Obras completas de San Bernardo III: Sermones litúrgicos, Monjes Cistercienses de España, Sermón 23, 16).
Dios nos da el espíritu de sabiduría para manifestarnos el verdadero conocimiento y nos ilumina nuestros ojos para conocer a que esperanza estamos llamados. El silencio es una música callada que brota en el corazón cuando se callan todos los sonidos de alrededor. El silencio es la melodía de Dios, una presencia amorosa, quieta y luminosa que envuelve a toda la creación. El silencio siempre habla, pero se escucha en silencio. Silencio y quietud es lo mismo que presencia amorosa.
Según Karlfried Graf Dürckheim,
«Hay un conocimiento temporal y un saber intemporal. La ciencia que sirve para dominar el mundo está en continuo desarrollo. Un invento excluye a otro. Lo que se ha descubierto ayer, hoy ya no satisface. Pero el saber de Lao-Tse es una sabiduría tan válida hoy como lo fue en su tiempo. El tesoro de sabiduría de la humanidad tiene que ver con su devenir interior y con su vinculación a lo sobrenatural. Este vivo contenido es independiente de lo espacio-temporal. Las apariencias y contradicciones bajo las que se presenta, que están determinadas por la época y el lugar, la expresan y ocultan a la vez. Y a través de todas las capas externas irradia la vida más allá del espacio-tiempo”(K. G. DÜRCKHEIM, El maestro interior, Mensajero 1992, 23).
El silencio es necesario para encontramos a nosotros mismos y para autodescubrirnos de manera auténtica; nos ayuda a mirar el pasado con ecuanimidad, el presente con realismo y el futuro con esperanza. El silencio nos permite contemplar al dador de la Vida, a los hermanos y a la naturaleza con una nueva mirada, y nos ayuda a proyectarnos, en la realización del plan o la vocación que Dios ha dispuesto para cada uno de nosotros desde siempre.