Cristianismo vs Ecología ¿Pero tu que eres cristiana o ecologista? Pues yo soy cristiana y cristiana
"Por alguna razón que desconozco muchos hermanos y hermanas en Cristo rechazan cualquier aproximación a la encíclica social y nos describen, a los que colaboramos en su implantación, en una suerte de colores que, a mí personalmente, me desconcierta."
| María del Carmen Molina Cobos
El Dicasterio de Roma para el Desarrollo Humano Integral y el Santo Padre nos invitan a todos los católicos del mundo a desarrollar, en los próximos 7 años, los planes de acción necesarios que sirvan para lograr los siete objetivos Laudato Si´. Se trata de impulsar la conversión ecológica integral en nuestra sociedad, a través de 7 áreas específicas y encarnar así la encíclica que el Papa publicó en 2015. Desde esta visión holística, es desde donde modestamente intervenimos los colaboradores y las entidades que conforman la Comisión Diocesana de Ecología Integral (CDEI) del Arzobispado de Madrid, y es donde se ubica uno de mis servicios a la Iglesia.
Por alguna razón que desconozco muchos hermanos y hermanas en Cristo rechazan cualquier aproximación a la encíclica social y nos describen, a los que colaboramos en su implantación, en una suerte de colores (“sois unos rojos”, “unos verdes”) que, a mí personalmente, me desconcierta. Uno de los comentarios despectivos que suelen surgir en las conversaciones es: “más valía que os dedicarais a evitar abortos y menos a los bichos”.
Partamos de la base de que la encíclica se posiciona claramente por la defensa y protección de la vida de los niños nasciturus. “Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social”, dice el Papa (LS 120), algo que para mí y el resto de los miembros de la CDEI no es objeto de discusión. Sin embargo, es tanto el empeño de algunos en poner “peros” donde no los hay, que me gustaría, como profesional de la Biología, hacer un alegato por los neonatos y su derecho a la vida desde una perspectiva científica, sin consideraciones éticas o religiosas.
En Ecología, cada vez más, los organismos complejos (animales, plantas y por supuesto el ser humano) son considerados “metaorganismos”. Un metaorganismo es un organismo multi-genómico, constituido por su ADN y el ADN de los millones de microorganismos que le acompañan, viviendo dentro de él (endófitos) o en su piel (epífitos). Es decir, un complejo de genes propios y ajenos y sus interacciones. La microbiota de nuestro organismo ha permitido, por ejemplo, que las bacterias aisladas de heces de individuos sanos puedan ser utilizadas como tratamiento terapéutico en personas enfermas. Hoy sabemos también que la diversidad de microorganismos que nos han acompañado en nuestra historia evolutiva ha mediado en algunos procesos y cambios que han derivado en el Homo sapiens actual (Suzuki y Lee, 2020). Identificar el componente bacteriano que nos conforma requiere de técnicas moleculares complejas, debido a que, frecuentemente, estas bacterias están tan adaptadas a nuestro entorno que no pueden cultivarse en el laboratorio. La secuenciación masiva permite cotejar el resultado de las secuencias de ADN de nuestros microorganismos con los bancos de datos e identificarlos, a veces, con un elevado porcentaje de fiabilidad. Nadie dudaría de que estas bacterias nuestras, que son absolutamente dependientes del hábitat que les proporcionamos, están vivas, muchas de ellas son esenciales y evitan derivas funcionales de nuestro organismo que pueden resultar en problemas médicos.
Un zigoto humano es la fusión de un ovulo y un espermatozoide. Está constituido por un genoma único, irrepetible (en términos de probabilidad) y completo (2n), diferente al de la madre, que desde el primer momento inicia una compleja cadena de procesos fisiológicos que lo derivan en un organismo independiente. Si aplicáramos las mismas técnicas de identificación molecular secuenciando el genoma completo y cotejando el resultado con las bases de datos, el resultado en la identificación sería: Homos sapiens sapiens, 100%. Es decir, un individuo de nuestra especie, uno de los nuestros, independientemente de su estadio de desarrollo y, por tanto, con los mismos derechos. Por eso cuando el Papa habla sobre la protección del neonato lo refiere a una cuestión más que religiosa, humana, incluso científica. Dicho esto, por supuesto que hay que procurar cuidar, proteger y ayudar a las madres, especialmente a las más jóvenes, y considerar sus circunstancias que, a veces, son terriblemente complejas. Faltan más manos y menos juicios para esta tarea que no es fácil.
Sin embargo, este no es el único campo para trillar. Faltan vocaciones para el ministerio sacerdotal y también en la vida contemplativa. Es necesario acercar el amor de Dios a los enfermos, a los inmigrantes, a los que son perseguidos por su fe, los que soportan el rigor de la guerra, la esclavitud y la trata, el abuso sexual, la discriminación, la soledad, la adicción a las drogas o a la pornografía y otros muchos infiernos. Hay que llamar a las puertas y recordar a la gente que Dios los ama y que existe una Vida Eterna. También es fundamental la protección del planeta, de la creación amorosa de Dios, porque todo está interrelacionado y el ecocidio acaba en genocidio y a la inversa.
Desde la Vicaria para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación y con el trabajo de la CDEI tratamos de escuchar el clamor de los pobres y de la tierra, desde la Doctrina Social de la Iglesia, e intentamos que ese eco resuene en el corazón de todos los cristianos. Lo hacemos en comunión con el episcopado de Madrid y el Santo Padre y ojalá, después de este pequeño artículo de opinión, con todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Proteger y cuidar la tierra sobre la que vivimos, desde una perspectiva cristiana, es entender que somos custodios y no dominadores y está en nuestra responsabilidad, llevar la Creación a la alabanza y no a la destrucción. Los tres últimos Papas y especialmente el Papa actual han exhortado a los creyentes hacia una "conversión ecológica integral".
Este cambio de paradigma no es posible si no se trabaja desde la fe y la caridad. Por la fe los creyentes sabemos que Dios creó, está presente en toda la creación y la trasciende (CIC 300) y que “la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios” (Rm 8, 19). “Diversas convicciones de nuestra fe…. ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar (LS 221).
El Papa recuerda con admiración las palabras del Patriarca Bartolomé: "Que el ser humano... destruya la diversidad biológica de la creación de Dios; que el ser humano degrade la integridad de la tierra provocando cambios en su clima, despojando a la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus humedales; que el ser humano contamine las aguas de la tierra, su tierra, su aire y su vida, son pecados. Porquecometer un crimen contra el mundo natural es un pecado contra nosotros mismos y un pecado contra Dios" (LS 8). Para la Iglesia: “Vivir nuestra vocación de ser protectores de la obra de Dios es esencial para una vida de virtud; no es un aspecto opcional o secundario de nuestra experiencia cristiana” (LS 217). Por eso, la fe "llama" a la tercera virtud teologal, la caridad, el amor que surge de quien descubre el amor de Dios en la naturaleza y es capaz de llevarla a la alabanza de su Creador, como San Francisco (LS 11-13).
La caridad es la más proactiva de las virtudes y no se entiende en el marco teórico sin una habilidad decisiva y decidida. Este amor debe reflejarse en un compromiso social que tiene que ver con la interacción de todo con todos y con el mandato de Jesús: “amaros los unos a los otros como yo os he amado”. El prójimo no es sólo el próximo, sino también el que vive al borde de la miseria, que se ve obligado a migrar porque, por ejemplo, el lago Chad, frontera de cuatro países africanos políticamente inestables, se seca, con todo lo que eso está provocando (Gao y colaboradores, 2011). Según la FAO el 20% de la humanidad consume el 80% de los recursos naturales. Estos datos están muy lejos del mandato divino de amor al prójimo. Hay que cambiarlos y en eso estamos, con el Evangelio en la mano y el corazón. Tratando de acercar el Reino de Dios, que está tan cerca…si lo queremos.
María del Carmen Molina Cobos
Voluntaria en la Comisión Diocesana de Ecología Integral, Diócesis de Madrid
Referencias
CIC: Catecismo de la Iglesia Católica (1997). Libreria Editrice Vaticana.
Gao, H., Bohn, T. J., Podest, E., McDonald, K. C., & Lettenmaier, D. P. (2011). On the causes of the shrinking of Lake Chad. Environmental Research Letters, 6:034021.
LS: Francisco, P (2015). Carta Encíclica Laudato Si': sobre el cuidado de la casa común. https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
Suzuki, T. A., & Ley, R. E. (2020). The role of the microbiota in human genetic adaptation. Science, 370:6521.