Hannah Arendt, la insondable banalidad del mal
Que Margarethe von Trotta realice una película sobre Hannah Arendt no es una casualidad. Esta directora, de fuerte acento político y feminista, ha querido resaltar la figura de la filósofa alemana de origen judío por la actualidad de su pensamiento sobre la compleja manifestación y presencia del mal. En este tiempo de corrupción económica y política, ética en última instancia, su crónica sobre el juicio a Adolf Eischmann, nos recuerda hasta qué punto el mal se enmascara y esconde bajo la normalidad de los que dicen que no hacen sino lo que estaban obligados a hacer.
Arendt , estupenda interpretación de Barbara Sukowa, recibe el encargo del The New Yorker de seguir el juicio en Jerusalén del que fue responsable de la logística de transporte del Holocausto. Este ha sido secuestrado ilegalmente el 11 de mayo de 1960 por agentes del Mossad y trasladado a Israel. La película se centra en este episodio de la vida de la escritora a partir del cual vamos conociendo el círculo de sus amistades en Nueva York. Su esposo interpretado por Axel Milberg, su amiga, la novelista Mary McCarthy, encarnada por Janet McTeer, el filósofo de la responsabilidad Hans Jonas (Ulrich Noethen), el militante y pensador sionista Kurt Blumenfeld (Michael Degen). En la presentación de la vista oral se nos muestran imágenes de archivo del propio juicio, con lo que el personaje de Eischmann es interpretado por el mismo oficial de las SS, que se presenta con la apariencia de un sujeto normal, un tanto patético, tras un físico pequeño y aparentemente pacífico.
La visita de Hannah Arendt a Jerusalén le lleva a recordar aquellos tiempos oscuros donde estuvo en Francia recluida en un campo de refugiados del que huyó a EEUU, justo a tiempo para no ser deportada a un campo de exterminio. Entonces la memoria le conduce a recordar su relación con Martin Heidegger (Klaus Pohl) del que fue amante y alumna, siendo 17 años más joven del maestro que le enseñó a pensar. El filósofo es presentado como alguien bastante inconsciente e inmaduro, cuya coherencia queda en entredicho. Tras el posicionamiento de Arendt, con la salida de sus crónicas, postula que Eischmann es más un funcionario burócrata que un personaje monstruoso y que algunos consejos judíos no encontraron la forma de resistirse a la barbarie nazi. Todo ello supuso que los amigos sionistas de la pensadora le fueran abandonando. Solo algunos fieles como su esposo, su secretaria, su amiga McCarthy, su editor y los estudiantes se colocan de su parte. Esto conduce a una intervención final en la Universidad donde ella clarifica su postura y denuncia el linchamiento moral al que se siente sometida.
Con una realización nada efectista y escasamente melodramática, cuenta con una banda sonora mínima que está al servicio del drama. La historia descansa en los personajes, en la palabra y en detalles sutiles, las fotografías sobre el escritorio, las luces en la noche, una espalda vuelta o el pensar fumando. Todo ello al servicio de la exaltación del ejercicio del pensar que busca lo verdadero sin acallar la libertad, con una reivindicación, reincidente en la filmografía de von Trotta, sobre la capacidad diferencial de la mujer para abrir sendas de lucidez, e incluso de piedad reconciliadora. Lo que siempre obliga al espectador a contrastar los personajes femeninos con los masculinos.
La gran virtud de esta película forma parte de sus opciones básicas. Un ejercicio de filosofía que pasa de la política a la antropología y desde ésta a la espiritualidad. La mirada, sin contemplaciones, a la profundidad del mal que se presenta bajo formas autojustificadoras que anulan la libertad y la conciencia es una insondable lucidez. Lo extremamente peligroso y maligno es que Eischmann puede ser cualquiera. El poder del mal rebosa los límites de las decisiones personales y se acerca al misterio teológico de la iniquidad. Donde la fe indica, como sorprendentemente aparece en la película, que lo único radical, en el sentido de primero y último, es la bondad. O lo que es lo mismo, que el ser humano se recobra ante la pregunta de su Dios que le inquiere como a Caín, ¿dónde está su hermano?
Pregunta hoy que se dirige, actual y especial, a los que poseen y controlan las capitales, a los políticos y a los jueces, pero sobre todo a cada ser humano, que es capaz de mirarse a sí mismo sin renunciar a pensar e incluso a creer.