Locke. Cuando emerge la conciencia se filma el alma


Locke es una de las mejores películas en cartelera aunque probablemente no gozará de los favores del público. Solo saber que toda la acción se desarrolla dentro de un vehículo y con un solo actor la propuesta puede asustar, incluso a los más valientes cinéfilos. Pero lo cierto es que se trata de cine en estado puro. Tan real como la vida misma, nos metemos en la piel del protagonista para llegar a sufrir tanto su angustia como su camino de salvación.
Casi todo lo que pasa en Locke está fuera de campo. En las voces de su esposa desairada, su amante a punto de dar a luz un hijo suyo, su jefe al borde del ataque de nervios, un voluntarioso y borrachín colaborador de su trabajo junto con la voz de su hijo que le va narrando un partido de fútbol. Todo ocurre en un incesante cruce de llamadas donde nos vamos acercando al dilema que sacude a Locke. Impresionante los diálogos con su padre colocado en el asiento trasero, como un dolor o una mochila que le condiciona.
La película aborda la cuestión de la conciencia y la autenticidad de las decisiones. Y todo ello contado en tiempo real como si en la hora y media de la duración compartiéramos la profundidad y conflictividad de su opción. La cuestión se complica cuando el origen de todo está en la debilidad, la equivocación o, llamémosle pecado. Volver a la senda de la verdad puede ser doloroso cuando pedir perdón resulta casi imposible. Y todo ello bajo la presión del hormigón, un edificio que hay que levantar en su oficio como maestro de obras.
Steven Knight construye un guion inteligente que funciona como un reloj de precisión y realiza una película claustrofóbica con sabor a thriller acompañados por una actuación excepcional de Tom Hardy. Llegamos a pensar que en la carretera se masca la tragedia que llegará de forma inesperada. Como si en la carretera pudiera ocurrir en encuentro sorprendente.
Locke es un hombre ante su conciencia. Asumiendo sus heridas, cargando con sus errores y poniendo en cuestión todos los valores que le configuran. Desnudo ante la cámara intrusa que va deshojando sus penas, sus dudas y sus certezas. Débil pero verdadero, en definitiva un hombre.
Lo excepcional de Locke como película reside en que desde el minimalismo radical (un actor y un escenario) el director nos coloca ante las curvas de las decisiones y las rectas de las convicciones, ante la noche del que provoca dolor y ante las luces de quien busca la coherencia. No es extraño que la paternidad esté en la raíz del amor y de la vida. Cuando todo se pone a prueba el director llega a filmar el alma, algo que solo unos pocos maestros como Kieslowski y sus dilemas o Tarkovski y sus dramas lograron. Y todo durante hora y media prisionero de un coche y un destino, donde lo que pasa solo pasa por dentro. Y ésto es el cine.
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