La bicicleta verde, mujeres al borde de la esperanza









La segregación de la mujer en Arabia Saudita contada en la primera película filmada íntegramente en este país, donde el cine está prohibido y no existen las salas de exhibición. Una bicicleta que es una bandera de la libertad, una niña que es una mujer coraje y una madre que traspasa la esperanza a la generación de su hija traman esta historia sencilla y entrañable.
Todo gira en torno a Wadjda (título original), todo un descubrimiento la joven Waad Mohammed, que con 12 años reúne la inteligencia de los supervivientes, la valentía de los rebeldes y la sensibilidad de las mujeres llamadas a cambiar su mundo. Junta a ella su madre, interpretada por Reem Abdullah, la actriz más famosa de la televisión saudí, que enamorada y dependiente de una sombra de un marido ausente, intenta querer y cuidar de una hija que se espabila más que ella. Junto a ellas, solo a veces, su padre (Sultan Al Assaf) amable pero inmaduro, que solo desea tener un hijo varón que prolongue su linaje y que su primera esposa no es capaz de darle. Como fondo la sociedad saudí, especialmente representada en el colegio al que acude la niña, donde el fundamentalismo más que religión es una estructura férrea de regulación social. Como gran aspiración de la muchacha tener una bicicleta verde, algo que parece romper con las reglas de la decencia al uso. Para conseguir este empeño cuenta con la ayuda de Abdullah, un niño de su edad, que enamorado de ella representa lo mejor de los seres humanos en la vertiente masculina.
Compartimos la opinión del cardenal Angelo Scola que señala “algunos han comparado esta película de Haifaa Al Mansour, la primera mujer directora de Arabia Saudita, a las obras maestras del neorrealismo italiano (entre otras cosas, el título se refiere a la famosa “El ladrón de bicicletas”) por la frescura de la historia y el ambiente de la esperanza que en ella se respira”. Algo que ocurre de forma asombrosamente frecuente con el cine de procedencia islámica que sabe elevar a la infancia como icono del futuro en novedad. Así lo hizo Majid Majidi en la entrañable “Los niños del paraíso”, Jafar Panahi en la preciosa peripecia de “El globo blanco”, Hana Makhmalbaf en la atrevida “Buda explotó por vergüenza” y el maestro Abbas Kiarostami en la pionera del género “¿Dónde está la casa de mi amigo?”.
Una primera interpretación simplificadora puede hacer pensar que la película propone la forma de vida occidental frente a las costumbres y tradiciones de la sociedad saudí, basada en el rigorismo religioso. Algunos motivos para apuntarse a esta perspectiva se detectan en la critica el rigor educativo de la profesora Hussa inmersa en sus propias contradicciones entre apariencia y realidad, cuando se presenta el mundo masculino como machista y explotador o bien se propone la liberación de las ataduras del velo o las normas de decencia. Sin embargo, el guion hace guiños a la coherencia y el valor de una interpretación religiosa de la vida. La inocencia, laboriosidad, inteligencia natural y el apoyo mutuo de la generación futura representada en la pareja de Wadjda y Abdullah apuntan a las posibilidades de renovación desde las propias raíces de la sociedad. Lo que nos adentra en interesantes matices más allá de la elección maniquea entre tradición y progreso. Algo que se confirma en la apuesta de la madre por su hija que con su bicicleta se convierte en símbolo de la esperanza.
En su sencillez, la película es testimonialmente admirable, narrativamente sugerente, bien interpretada por las tres mujeres protagonistas y con un mensaje crítico a la vez que fresco, que sabe a autenticidad.
Volver arriba