El hombre de acero. Superman, mesianismo con denominación de origen
Una sobresaliente nueva entrega del pionero de los superhéroes, esta vez en una retrospectiva que indaga en los orígenes. Acción a raudales, un reparto de lujo, una realización espectacular y, como corresponde al género de la ciencia ficción, con cuestiones de fondo como la convivencia de los diferentes, la fe y la confianza, el valor de la familia, la paternidad adoptiva y el cuidado de planeta.
El director Zack Snyder, famoso por “300” sobre el cómic basado en la batalla de la Termópilas, nos traslada al nacimiento de Kal-El, el hijo de la promesa de Lara Lor-Van (Ayelet Zurer) y su esposo Jor-El (convincente Russell Crowe). El lejano planeta Krypton tiene sus recursos agotados y está a punto de desaparecer, al igual que sus habitantes, que a través de la manipulación genética, han perdido su horizonte existencial. Solamente esta pareja primigenia son los verdaderos custodios de la esperanza. Han concebido naturalmente un hijo al que le han incorporado del código del saber de esta civilización y al que envían como nuevo Moisés a la Tierra. Él será el Elegido para dar continuidad a su pueblo y ayudar a la humanidad terrestre.
El pequeño irá a aterrizar, como mandan los cánones en Smallville (Kansas), porque de EEUU tiene que venir la salvación. Allí será adoptado como hijo por la valerosa Martha Kent (Diane Lane) junto con su esposo Jonathan (Kevin Costner), que hace de entrañable padre y maestro del pequeño Clark. Cuando crece, no solo en sabiduría sino también en musculatura, pasa a ser interpretado por Henry Cavill que manifiesta estar en forma.
El buenísimo hará todo tipo de proezas desde niño, así salvará a sus compañeros del autobús escolar. Ya crecido rescatará a los operarios de una plataforma petrolífera, a una joven accidentada y cómo no a la chica buena, generosa y valiente, la periodista del Daily Planet Lois Lane (entregada Amy Adams) que trabaja a las órdenes de Perry White (Laurence Fishburne).
Pero tanta bondad necesita un malo- malísimo para aderezar nuestro drama. En este papel estelar, ya que de las estrellas viene, tenemos al líder guerrero díscolo de Krypton, el general Zod (en su papel Michael Shannon). La batalla final será todo un despliegue de efectos y fuegos de artificio, con resonancias al 11-S para dar credibilidad y terror a la amenaza. Y como siempre, para ser bueno hay que ser estadounidense, aunque sea de adopción con denominación de origen de Kansas, como el simpar Superman.
La verdad es que a pesar de las convenciones del género y lo agotado de la historia, tantas veces repetida, esta nueva entrega tiene su atractivo , que le hace flotar por encima de la media de este tipo de productos. La generosidad de los medios técnicos, la solvencia de la interpretaciones y la inteligencia de un guion que fiel a los orígenes, está ribeteado por las buenas influencias de Batman, recordemos que a la producción y colaborando en el libreto tenemos la pericia contrastada de Christopher Nolan.
Las buenas intenciones existenciales se manifiestan en su preocupación ecológica y social, sobretodo en la invitación a la convivencia de civilizaciones y a la integración de las diferencias. También destaca por su atención a la familia donde aparece resaltado un homenaje a la paternidad y maternidad, de forma más significativa lo referido a la adopción, así como su apuesta por el amor romántico, de aquellos que basta un beso.
La cuestión religiosa ya está presente en el mismo código genético de la saga, creada por el escritor Jerry Siegel y el dibujante Joe Shuster en 1938 y llevada a la pantalla por Richard Donner con el malogrado Christopher Reeve. El protagonista funciona como una figura crística, en este caso hay una escena delatadora en una iglesia, en la que se resalta el origen extraordinario, la misión secreta de recuperar la esperanza, las acciones salvadoras, la bondad inmaculada, la incomprensión y la disposición al sacrificio. Sin embargo, su carácter cuasi divino hace de Superman un aspirante galáctico a sustituto mesiánico. Cadencia frecuente en la versión más simplista de la mentalidad yanqui.
Desde el punto de vista de la fe plantea la cuestión de la confianza más allá de lo conocido, de la presencia de la providencia trascendente, de la familia como herencia configurada y de la vocación a la Spes, el secreto de la famosa “S”.
El drama funciona y la narración mantiene el interés sin hacer pensar mucho al espectador, que puede relajarse en la sesión de fuegos artificiales, traca “made in USA”, donde incluso el descanso puede llevar al sueño, siempre que no afecten la fuerza y la potencia de un banda de sonora y de ruidos realmente espectacular.