Indiferencia: síntomas, causas y tratamiento De las manos tendidas a las manos en el bolsillo: la crisis de solidaridad
"Las Cáritas de los diferentes países alertan de que ya nos les alcanzan los fondos porque se han multiplicado los nuevos pobres"
"La lógica de la ambición se hace espectáculo en la lucha de las empresas y los países por una vacuna eficaz. Lo que puede ser la solución preventiva para la salud se convierte en una competencia"
"Los grupos comunitarios pierden capacidad de respuesta ante las situaciones personales, cada uno se preocupa de sobrevivir en solitario"
"Los grupos comunitarios pierden capacidad de respuesta ante las situaciones personales, cada uno se preocupa de sobrevivir en solitario"
El papa Francisco destaca en el Mensaje de la IV Jornada Mundial de los pobres: “Tiende la mano al pobre”. Por contraste, señala la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. Asistimos a una verdadera crisis de solidaridad que hemos de afrontar.
Los síntomas de la enfermedad
Los indicios de esta pandemia de indiferencia se detectan primero en las organizaciones de atención a los más vulnerables. Nos avisan en qué medida se multiplican las necesidades, pero no así las respuestas: los bancos de alimentos están al límite ya que no llegan suficientes suministros, las Cáritas de los diferentes países alertan de que ya nos les alcanzan los fondos porque se han multiplicado los nuevos pobres, los servicios sociales públicos dejan de ser prioritarios ante otras urgencias y las políticas de redistribución se sacrifican en aras de afrontar la reactivación económica.
La gravedad la tocamos cada día en la desesperación de las personas. Lágrimas, muchas lágrimas por la incertidumbre. Soledad, los vínculos se debilitan o se rompen. Conflictos, riñas crecientes por la ira acumulada en la impotencia.
A los que no se dejan conmover por la pobreza, el Papa les recuerda que también son cómplices de ella
Las causas vienen desde atrás y antes del coronavirus
La indiferencia de un sistema económico generador de un abismo de desigualdad. La lógica de la ambición se hace espectáculo en la lucha de las empresas y los países por una vacuna eficaz. Lo que puede ser la solución preventiva para la salud se convierte en una competencia más. La noticia de que consejero delegado de Pfizer (la empresa caballo-ganador en las apuestas de la vacuna), Albert Bourla, vendiera el 62% de sus acciones de la compañía por valor de casi 5,6 millones de dólares este lunes es más que un problema personal o penal. Es un sistema de corrupción económica que hace posible, normal y deseable estos comportamientos, de los que descubriremos más en los próximos meses con la comercialización de las vacunas.
La indiferencia de nuestro sistema político que descarga en un estado de bienestar débil una responsabilidad no arraigada en las personas ni en las instituciones públicas. Asistimos a una competencia para ver quién llega primero a la bolsa con las peticiones de ayuda, mientras que a la vez hay una resistencia a incrementar la recaudación especialmente de los más ricos y reducir los gastos en lo menos urgente. El discurso de la justicia social queda huérfano de seguidores.
La indiferencia personal se multiplica. Las medidas de distancia social afectan a los vínculos y la cohesión. Los grupos comunitarios pierden capacidad de respuesta ante las situaciones personales, cada uno se preocupa de sobrevivir en solitario. Con el paso del tiempo la resistencia se debilita y el confinamiento interior pasa factura psicológica y espiritual.
El tratamiento: tiende la mano
Podemos responder cerrando la mano y aprovechar el puño para defendernos o atacar. También, acaso, podemos extender la mano. El papa Francisco hace memoria: “La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo”.
Para sacar las manos del bolsillo donde tenemos el puño cerrado, atrapando lo que podamos, hemos de acoger un dinamismo nuevo de gratuidad. Una gracia que viene de más allá de nosotros, pero que se despliega dentro de nosotros, como un dinamismo de relación en salida. El miedo nos puede cerrar, pero el Gratuito no abre al otro. Si nos confinamos algunos aparentemente sobrevivirán, pero se apagarán las luces que nos hacen realmente humanos. No se trata de sobrevivir al coronavirus, se trata de sobrevivir humanamente, y nadie sobrevive solo.