El mayordomo (The Butler): Las dos caras, ¿solo de América?


Nuevamente el cine norteamericano nos acerca a la historia reciente social y política, esta vez siguiendo la pista de Cecil Gaines, el que fuera mayordomo de ocho presidentes de EEUU. Con la perspectiva de la lucha por los derechos civiles de la comunidad negra la película hace un repaso las dos caras de América, la blanca y la negra, la de los de arriba y la de los de abajo. Con una opción moderadamente crítica, una realización destacable y un reparto al mejor estilo de las viejas superproducciones nos ofrecen una propuesta más interesante de lo que suele ser habitual en estos temas.
La vida de Cecil (estupendo Forest Whitaker) comienza en una plantación de algodón para desembocar, por una serie de azares, en el servicio de mayordomos de la casa blanca. Su esposa Gloria (excepcional en sus diferentes registros Oprah Winfrey) acompañará al protagonista en las turbulencias de su vida y en sus peculiares relaciones con sus dos antagónicos hijos. Lo veremos en el servicio a diferentes presidentes que van desfilando con el paso de los años desde Dwight D. Eisenhower (Robin Williams), John F. Kennedy (James Marsden), Lyndon B. Johnson (Liev Schreiber), Richard Nixon (John Cusack) a Ronald Reagan (Alan Rickman). Como contrapunto la historia del enfrentamiento con su hijo Louis nos acerca a la lucha racial, a personajes como Martin Luther King (Nelsan Ellis) o Malcolm X (Shirley Pugh) así como a reconocer las distintas opciones o puntos de vista de la comunidad negra de EEUU.
La película sostiene un tono crítico que reflexiona sobre las diferencias raciales y sociales, asunto que parece recobrar vigencia en películas recientes como la más simplista “Criadas y señoras” (2011) de Tate Taylor y la misma “Precious” (2011) con la que ya entraba en materia Lee Daniels que dirige este film. Tampoco es nada condescendiente con el poder y los presidentes que se nos muestran en sus variadas debilidades. Apunta a la hipocresía de la supervivencia, “tenemos dos caras, la nuestra y la que dejamos ver a los blancos” donde los negros forjan una permanente lucha interior con sus contradicciones. En este conflicto el protagonista aparece como la dignidad del superviviente, su hijo Louis como la lucha dura y ambigua por la libertad y la madre como el sufrimiento de la bondad impotente. Calidoscopio que apunta a que la actitud coherente se reparte en las distintas y no fáciles opciones vitales. El final no deja de sorprender en su ingenuidad típicamente americana, que hace incoherente dramáticamente el resto de la narración. Pero este suele ser el precio de las superproducciones, que al final terminar por agradar al “status quo”.
La referencia cristiana planea implícitamente en varios momentos que arrancan en la misma cita inicial, “La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: sólo la luz puede hacer eso” (Martin Luther King). La resistencia pasiva de Cecil tiene que ver con la dignidad de las víctimas y los crucificados (con alusión al Ku Klux Klan) y la gloriosa Gloria, en la vida y en la muerte, apunta a una enorme fe a pesar de la oscuridad, donde sigue valiendo la pena cantar y danzar a pesar de todo. El mensaje bíblico del amor más fuerte que el odio se ve encarnado en la comunidad negra a pesar de que también en ella algunos se han desviado.
Sin embargo, un buen planteamiento, el drama de las dos caras, se resuelve de forma bastante parcial, ya que este asunto además de ser un problema racial es radicalmente humano. La frontera del color de la piel tiene otra más radical ruptura en el alma humana que nos divide y nos enfrenta, el poder del mal. Y aquí la película tiene una visión limitada dramáticamente. Aunque no quita que es cine y del bueno.
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