Ese no es mi sitio.
No puedo ir a la JMJ porque no soporto la fastuosidad y el despilfarro. No soporto que se monte un acto como este con los impuestos en la situación que vivimos y vemos. Un acto en el que el escenario debe ser escandalosamente lujoso, hasta el punto de tener aire acondicionado al aire libre. Tampoco me gusta que el Papa coma y duerma con lujos y fastuosidades. Tal vez influye porque soy demasiado austero en mi vida personal y hago como norma la austeridad personal.
Por otro lado, me disgusta el formato de la JMJ. A mi me han hablado de los primeros viajes de Juan Pablo II. De los viajes de Pablo VI. En aquellos acudían millares de personas y era algo más fácil interactuar con el Papa. Además, el pontífice se movía más por la geografía y parecía más cercano a todos. En estos en cambio, el objetivo es que el Papa se rodee de tantas personas que terminemos viéndole como un punto en la lejanía. Se trata de concentraciones masivas, donde la cantidad prima sobre la calidad, donde lo que importa para la organización es un éxito de asistencia. Pero, ¿donde quedamos individuos como yo que nos sabe a bastante poco ver al Papa a lo lejos o tres segundos de cerca sin posibilidad de por lo menos un saludo cordial?
Luego está los de la manifestación antiJMJ. Tampoco puedo situarme entre ellos o apoyar lo que apoyan ellos. Muchas cosas que defienden no tienen razón. Pero lo que no aguanto de muchos de los asistentes a este acto es su odio al Papa, a la Iglesia Católica y al cristianismo en general. No soporto a las bandas antisistema, a los comunistas de tres al cuarto, a los republicanos de la desmemoria histórica, y a toda la amalgama de ideas contradictorias unidas en una causa que ataca a mis creencias.
Pero otra cosa que no soporto de ellos, es que pudiendo como podemos discutir sobre el dinero despilfarrado en la JMJ de una forma más sosegada y en momentos más oportunos, se opte sin embargo por montar una manifestación provocativa, y que va a causar un impacto negativo sobre la imagen tolerante de nuestra nación.
Y luego está el llamarse progresista. Progresista es rechazar no solo el despilfarro, sino la intolerancia. E intolerantes han sido los organizadores de esta marcha antiJMJ. Por todo esto no puedo situarme entre ellos.
No es mi lugar ninguno de los dos lados, no puedo situarme entre ninguno de ellos. Por ejemplo, quisiera ver a Benedicto XVI, hablar con él, tener la ocasión de conocerle y hasta de invitarle a comer a mi casa. Sentimiento que creo compartimos muchos católicos. Pero estos actos tan multitudinarios no corresponden con mis sentimientos. Tampoco las manifestaciones intolerantes con amalgamas de contradicciones. No me siento identificado ni puedo con ellas. Me hubiese gustado una visita modesta, de escaso gasto, en la que no hiciesen falta muchos cálculos para justificar el despilfarro, pues el despilfarro es por naturaleza injustificable.