Antepasados difuntos, santos protectores
Es importante para nosotros la devoción hacia los antepasados y la religión vivida en el seno de la familia.
A lo que en el cristianismo llaman intercesión, nosotros lo llamamos “traspaso de méritos” (en japonés, ekô). Se recuerda diariamente a los antepasados, sobre todo a los más cercanos. Se colocan flores y ofrendas en el altar familiar y se recitan ante él trozos escogidos de los sutras. He conocido a personas que albergaban resentimientos hacia sus padres en vida y los han superado al orar así ante ellos después de su muerte.
Los japoneses han valorado tradicionalmente los altares familiares, tanto sintoístas como budistas. Ese espacio privilegiado, dentro de una vivienda estrecha, sirve para entronizar el recuerdo y el espíritu de los progenitores y otros antepasados fallecidos, presentarles ofrendas y súplicas o darles las gracias por su amparo.
Va más allá del mero recuerdo, como podría hacerse recorriendo las páginas del álbum de familia, porque es un recurso para mantener y confirmar la vinculación con lo sagrado, con budas y divinidades, en una palabra, es un modo de mantenerse en contacto con la fuente invisible de la vida y recibir desde ahí fuerza para vivir.
Desde la postguerra se perdió bastante esa costumbre. La población se ha concentrado en las áreas urbanas, la familia es más reducida y las casas más pequeñas. Altares budistas y santuarios sintoístas han ido desapareciendo de las casas. A la familia nuclear le falta sitio, aun para sus propios enseres domésticos. Esto ha llevado consigo la desaparición en muchos casos de la costumbre de rezar en familia, con la consiguiente pérdida de cohesión familiar y de recursos de fe para situaciones de ruptura.
Pero lo peor no es la desaparición de esos altares y esas prácticas. En las últimas décadas estamos presenciando una fuerte crisis de la familia: creciente individualismo egoísta, maltratos a la prole o crímenes contra los progenitores.
En mi opinión, la crisis familiar y la desaparición de la religiosidad tradicional no dejan de tener conexión entre sí. Nuestro fundador insistió mucho en mantener los altares familiares, no como mera costumbre externa, sino unida a la preocupación por cuidar la familia: mejorar las actitudes y modos de relacionarse dentro de la familia, fomentar la gratitud mutua, estrechar los vínculos.
El agradecimiento a los antepasados difuntos conecta con la práctica de la mutua gratitud en la vida de familia. Cuando damos importancia en nuestra Asociación a los altares domésticos no lo hacemos por mantener meramente la formalidad de un rito externo.
En el budismo se insiste en que ninguna realidad existe independientemente por sí misma. Nuestra vida depende de nuestros progenitores, del aire que respiramos y el agua que bebemos, etc. Cada persona, a su vez, beneficia a otras. Todos dependemos mutuamente. Vivimos siendo vivificados por los demás y vivificándonos mutuamente.
Esta vivencia de gratitud fundamental está en el centro de la fe y la vivencia religiosa budista. Recitar los sutras no debe ser una rutina, sino una expresión de esta gratitud. Ese es el camino de la práctica del bodisatva en el budismo Mahayana.
Vivimos siendo vivificados por la vida originaria del Buda eterno. El respeto y devoción a los antepasados va más allá de un recuerdo agradecido, es uno de esos upaya (en japonés hôben) que traducen al castellano como “recursos salvíficos”.