Buda tentado por el Maligno
La leyenda cuenta que duró toda una noche la batalla de Shakamuni contra el Tentador, Mâra, hasta vencerle. La narrativa sobre la vida del Buda, como la de Jesús y la de Mahoma, desarrolla mitopoéticamente el tema de las tentaciones siguiendo patrones arquetípicos sobre el enigma de la vulnerabilidad humana y la necesidad de salir de sí muriendo y renaciendo.
Mâra (en sánscrito, tiene que ver con la muerte) es la figura mítica, soberana en el sexto cielo del “mundo del deseo apasionado”. A nivel popular, un personaje demoníaco y destructor. A nivel simbólico, personificación del deseo egocéntrico, desorientado y desorbitado, que desemboca en muerte
"¿Es que también hay demonio e infierno en el budismo?", me preguntan. No digan “también”, sino al revés: así como en las especulaciones demonológicas o angelológicas de persas, indios y chinos o en el imaginario infraterrestre del Hades, reverso del Olimpo helénico, también en la tradición cristiana a nivel de religiosidad popular se incorporaron al propio universo simbólico demonios y ángeles, infiernos y paraísos variados. (Ya en la época bíblica tardía se había “domesticado” a las diversas divinidades del mal y del bien para que pudiesen entrar en el universo simbólico de Israel sin destruirlo. Conceptualizados los ángeles como criaturas y los demonios como “ángeles caídos”, sometidos ambos al Dios único, quedaba a salvo el monoteísmo).
La “cittá dolente” del Dante es casi nada, por comparación con el inmenso y variopinto mundo caótico de infiernos y diablos en las literaturas religiosas orientales, como sabemos por la historia de las religiones.
El bodisatva en camino de la iluminación es instruído por el Buda para “desbaratar las hordas del mal” que le tientan (Sutra del Loto, trad. cast. Ed. Sígueme, p.57) y no verse arrastrado hasta el Averno Sin Remisión (id.p.52), el infierno absimal o sin límite y sin salida (en sánscrito, avîci; en japonés, abijigoku).
A niveli maginativo mitopoético se representa de mil maneras al Maligno, p.e., desplegando cien brazos a caballo de un elefante.
A nivel de catequesis budológica barata se habla de tropas de demonios disfrazados de figura femenina bella, que se torna horrorosa ante el “ vade retro” del Buda (los medievales lo contarían del Aquinate, expulsando la tentación con carbón candente…)
A nivel de religiosidad popular (inmadura, infantil o supersticiosa, que abunda lo mismo en el budismo que en el cristianismo) se habla del Tentador, Matador y Destructor, que moviliza sus fuerzas para impedir la entrada en el paraíso.
A nivel de hermenéutica adulta, reflexiva y estudiosa, nos explican (lo mismo budólogos que teólogos) que las escenificaciones mitopoéticas de las tentaciones reflejan la contradicción interna humana entre el deseo desorientado y la iluminación del deseo.
Ni budistas ni cristianos con fe adulta y madura necesitan creer en demonios e infiernos. Pero sí necesitan salir de sí para renacer, perderse para encontrarse, olvidarse de sí para descubrirse, como enseñaba Jesús (Mt 10,39; Jn 12, 25).
Mâra (en sánscrito, tiene que ver con la muerte) es la figura mítica, soberana en el sexto cielo del “mundo del deseo apasionado”. A nivel popular, un personaje demoníaco y destructor. A nivel simbólico, personificación del deseo egocéntrico, desorientado y desorbitado, que desemboca en muerte
"¿Es que también hay demonio e infierno en el budismo?", me preguntan. No digan “también”, sino al revés: así como en las especulaciones demonológicas o angelológicas de persas, indios y chinos o en el imaginario infraterrestre del Hades, reverso del Olimpo helénico, también en la tradición cristiana a nivel de religiosidad popular se incorporaron al propio universo simbólico demonios y ángeles, infiernos y paraísos variados. (Ya en la época bíblica tardía se había “domesticado” a las diversas divinidades del mal y del bien para que pudiesen entrar en el universo simbólico de Israel sin destruirlo. Conceptualizados los ángeles como criaturas y los demonios como “ángeles caídos”, sometidos ambos al Dios único, quedaba a salvo el monoteísmo).
La “cittá dolente” del Dante es casi nada, por comparación con el inmenso y variopinto mundo caótico de infiernos y diablos en las literaturas religiosas orientales, como sabemos por la historia de las religiones.
El bodisatva en camino de la iluminación es instruído por el Buda para “desbaratar las hordas del mal” que le tientan (Sutra del Loto, trad. cast. Ed. Sígueme, p.57) y no verse arrastrado hasta el Averno Sin Remisión (id.p.52), el infierno absimal o sin límite y sin salida (en sánscrito, avîci; en japonés, abijigoku).
A niveli maginativo mitopoético se representa de mil maneras al Maligno, p.e., desplegando cien brazos a caballo de un elefante.
A nivel de catequesis budológica barata se habla de tropas de demonios disfrazados de figura femenina bella, que se torna horrorosa ante el “ vade retro” del Buda (los medievales lo contarían del Aquinate, expulsando la tentación con carbón candente…)
A nivel de religiosidad popular (inmadura, infantil o supersticiosa, que abunda lo mismo en el budismo que en el cristianismo) se habla del Tentador, Matador y Destructor, que moviliza sus fuerzas para impedir la entrada en el paraíso.
A nivel de hermenéutica adulta, reflexiva y estudiosa, nos explican (lo mismo budólogos que teólogos) que las escenificaciones mitopoéticas de las tentaciones reflejan la contradicción interna humana entre el deseo desorientado y la iluminación del deseo.
Ni budistas ni cristianos con fe adulta y madura necesitan creer en demonios e infiernos. Pero sí necesitan salir de sí para renacer, perderse para encontrarse, olvidarse de sí para descubrirse, como enseñaba Jesús (Mt 10,39; Jn 12, 25).