Muere la confesión, ¿Resucitará el sacramento?
(Reconciliación,2) Reconoce el cardenal Martini que la confesión frecuente, como expresión del camino penitencial, está en decadencia. Atribuye una de las razones de la crisis de la penitencia al formalismo en que se había caído.
Pero al agonizar la confesión, puede resucitar el sentido de la conversión. “La Iglesia, dice Martini, ha recuperado un sentido penitencial mucho más fuerte que antes, sobre todo por lo que atañe a la conciencia de los pecados sociales, de la injusticia, de la necesidad de fraternidad”.
Durante siglos no existió en la iglesia la celebración de la penitencia por el método de la confesión con absolución individual. Pero desde el principio existió en la iglesia la llamada a la conversión, la fe en el perdón como parte del Credo y la oración que nos capacita para perdonarnos mutuamente en el Padre Nuestro.
La desaparición de una determinada forma de confesarse y recibir el perdón no significaría la pérdida de nada esencial. Pero si desapareciera la llamada la conversión, la fe en el perdón y el propósito de perdonar, entonces sí que se estaría perdiendo algo fundamental.
Por tanto la crisis de la penitencia no consiste en que se confiese menos gente con menos frecuencia. La crisis estaría en la pérdida de sentido de la ambigüedad humana (que nos hace ser portadores inevitablemente de luces de bien y sombras de mal), la falta de expresiones simbólicas para reconocerlo, la falta de fe en el perdón y la disminución de la capacidad de dejarse perdonar, sentirse perdonado y tratar de perdonar.
El problema no es la falta de visitas al “kiosko”, como a veces llaman al confesionario. Más bien la muerte del “kiosko” prefigura la resurrección del sacramento. Hay que pasar del confesionario al pacificatorio...
Pero al agonizar la confesión, puede resucitar el sentido de la conversión. “La Iglesia, dice Martini, ha recuperado un sentido penitencial mucho más fuerte que antes, sobre todo por lo que atañe a la conciencia de los pecados sociales, de la injusticia, de la necesidad de fraternidad”.
Durante siglos no existió en la iglesia la celebración de la penitencia por el método de la confesión con absolución individual. Pero desde el principio existió en la iglesia la llamada a la conversión, la fe en el perdón como parte del Credo y la oración que nos capacita para perdonarnos mutuamente en el Padre Nuestro.
La desaparición de una determinada forma de confesarse y recibir el perdón no significaría la pérdida de nada esencial. Pero si desapareciera la llamada la conversión, la fe en el perdón y el propósito de perdonar, entonces sí que se estaría perdiendo algo fundamental.
Por tanto la crisis de la penitencia no consiste en que se confiese menos gente con menos frecuencia. La crisis estaría en la pérdida de sentido de la ambigüedad humana (que nos hace ser portadores inevitablemente de luces de bien y sombras de mal), la falta de expresiones simbólicas para reconocerlo, la falta de fe en el perdón y la disminución de la capacidad de dejarse perdonar, sentirse perdonado y tratar de perdonar.
El problema no es la falta de visitas al “kiosko”, como a veces llaman al confesionario. Más bien la muerte del “kiosko” prefigura la resurrección del sacramento. Hay que pasar del confesionario al pacificatorio...